Si algo caracteriza a las redes es su cualidad porosa : son, en efecto, redes, formadas con hilos y vacíos. Cuando una movilización es organizada por un sindicato, la continuidad en el tiempo depende de que persistan los acuerdos entre personas e instituciones. Puede haber negociaciones complicadas, dirigentes que "se bajan", traiciones y cooptaciones. Pero la trama institucional sigue allí después de la movilización: locales, recursos, bases adiestradas en el activismo. Si se trata de reivindicaciones sociales, están los cuadros con experiencia y los que la aprenden en la práctica. Hubo piquetes durante años, no sólo porque los manejaba DElía, en primer lugar porque DElía no era el único jefe piquetero; en segundo lugar, porque otras organizaciones adoptaron esa forma de lucha para ocupar la calle.
Otro ejemplo evidente es el movimiento estudiantil. Los locales universitarios son un espacio clásico de unidad y divergencia; en ellos se pelea y se convive. No es milagroso que el movimiento de los estudiantes persista desde la reforma de 1918, aunque con diferentes variantes y objetivos. Por otra parte, están las organizaciones con un objetivo único, que tienen bases muy decididas, militancias constantes y acuerdos tácticos: pueblos originarios, defensores del medio ambiente y movimiento de derechos humanos desde la dictadura.
Finalmente, llegaron los indignados. En Europa y en los países emergentes, paralelas a organizaciones tradicionales de la protesta o en su ausencia, se han producido movilizaciones ciudadanas "horizontales": los indignados españoles de 2011, por ejemplo; y también los indignados argentinos de 2001, que probaron que es más fácil colaborar en la salida de un gobierno que organizar uno que los represente. Como lo plantean observadores del caso español, la continuidad en el tiempo es un problema fundamental. Los vituperados partidos políticos extraen sus virtudes y sus defectos de esta continuidad. Siguen gobernando porque siguen estando allí.
Una vez que la voluntad de miles se ha organizado horizontalmente, es injusto exigir que persista y que, por sí sola, se unifique lo suficiente como para transformar las consignas en política. La movilización ha cumplido y seguirá cumpliendo una función esencial, pero es también efímera. Incluso las asambleas de las plazas porteñas de 2001 fueron efímeras. Lo nuevo es vigoroso, entusiasta y frágil.
El tiempo de la política no es sólo el corto plazo. Esto lo saben incluso aquellos a quienes se acusa de cortoplacistas. Producir continuidad es la tarea más pesada del activismo y los dirigentes. Lo aprendieron las organizaciones que alcanzaron la victoria de subsistir. Los partidos políticos que se identifican con el progresismo democrático y republicano tienen que abrirse a esta temporalidad de nuevo tipo. Si subsisten como organizaciones cuasi tribales, enigmáticas en sus procedimientos, cerradas a los recién llegados, lo mejor que produzca la movilización social no pesará en la política sino como indignada intermitencia.