Faltando apenas cinco meses para las internas y siete para las elecciones legislativas, se produjo otro hecho que hizo cambiar la imagen de las personas que nos Gobiernan y las estimaciones sobre los que lo harán a futuro: las inundaciones de La plata. ¿Cuáles son las estimaciones que se hacen sobre posibles candidatos próximos a ocupar las bancas de senadores y diputados en octubre? ¿Cómo cambió la imagen del Kirchnerismo desde el pasado triunfo de Cristina? ¿Con quién le conviene a la mandataria encarar las listas del 2015?
Valga recordar que en febrero del 2012, a tres meses de su resonante triunfo electoral, el 59% de los argentinos tenían a Cristina en alta estima. ¿Qué pasó desde entonces?
Según demuestran dos encuestas de Poliarquía, realizadas en enero y marzo pasados en el principal distrito electoral del país, a comienzos de año la candidata del Frente para la Victoria figuraba en primer término con 36 %, superando apenas a Francisco De Narváez que trepaba a 33%. Sesenta días más tarde, poco más o menos, la Kirchner perdió cinco puntos, ubicándose segunda detrás del Colorado que mantuvo el caudal de enero. Margarita Stolbizer está tercera con 12 % y Gustavo Posse cuarto con 4 %.
Hoy, la Presidente tiene más imagen negativa que positiva, algo que sólo sucedió durante el conflicto con el campo (marzo-julio/2008). En agosto, la imagen positiva retrocedió al 30%; la mala alcanzó al 39% y la regular al 25%, según la consultora Management & Fit.
Los malos indicadores no terminan ahí: 6 de cada 10 desaprueba su gestión; 7 de cada 10 dice que la economía va por mal camino y no tiene expectativas que mejore. Lo que más preocupa: inseguridad, inflación y el desempleo.
No hay dudas ya de que la tragedia ferroviaria de Once ha provocado una caída de la imagen positiva de Cristina Kirchner y de la gestión gubernamental. El caso de Ciccone Calcográfica, que tiene como protagonista al vicepresidente Amado Boudou, también salpicará a la jefa del Estado, aunque hoy no es fácil descifrar cuánto, afirman desde el Diario Lanacion.
Ya antes de la masacre de Once, las opiniones positivas sobre la Presidenta bajaron desde su pico de noviembre, cercano al 70%, al 61% en enero, de acuerdo con Poliarquía.
Entretanto, desde el Gobierno se apunta a catapultar el conflicto con Mauricio Macri por los subtes al primerísimo plano. Con esta estrategia K, el jefe porteño gana en posicionamiento, aunque no necesariamente en imagen positiva, en tanto la Presidenta apunta a mantener el apoyo de quienes podrían ser seducidos por sus críticos de la izquierda.
En una encuesta de la agencia Managment & Fit, el 15% de los consultados afirma que participó en el cacerolazo que se llevó a cabo en septiembre, en protesta contra las políticas, o la falta de políticas, del Gobierno en materia de inflación y de inseguridad.
El 19% del muestreo (de 2.259 adultos) dijo que hubiera querido participar en la movilización que se llevó a cabo en distintos puntos del país, pero que no pudo hacerlo.
En otro segmento de la encuesta, publicada en el diario Clarín, el 72% de los ciudadanos manifestó estar de acuerdo con esa forma de protesta, haya participado o no, mientras que el 23,6% se declaró en contra.
Para la Consultora Poliarquía, el Gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, tiene una imagen positiva superior al 50% y consideran que “si las elecciones fueran hoy, el Gobernador está en términos de posicionamiento como una de las principales figuras del escenario político”.
¿Qué pasa con “Alicia en el país de las Maravillas”? En noviembre pasado uno de los principales operadores del kirchnerismo, entonces con acceso directo a la Casa Rosada, le hizo saber a la señora Presidente las dificultades que encontraba su cuñada, Alicia Kirchner, para levantar cabeza en las encuestas. Que el alerta temprano caló hondo en Balcarce 50 lo puso en evidencia la decisión instantánea de medir a Florencio Randazzo y a Julián Domínguez entre el electorado bonaerense. Si la hermana de Néstor, con el apellido a cuestas y los dineros de la acción social repartidos a diestra y siniestra desde 2003, no superaba 40 % de intención de voto, los otros dos nombrados ni siquiera traspasaban 15 %.
No se necesitan muchas luces para darse cuenta que, si las posibilidades del kirchnerismo de ganar Mendoza, Córdoba, Santa Fe y el distrito Capital son remotas y si además, por muchos afeites y retoques que se le hagan a la candidata bonaerense, nunca lucirá atractiva desde el punto de vista electoral, el gobierno nacional está frente a un verdadero berenjenal. Cristina Fernández todavía arrastra votos y su imagen, si bien se ha derrumbado desde que ganó los comicios presidenciales, un año y medio atrás, comparada con la de los demás políticos del arco opositor, es relativamente buena. El problema para ella es que no sucede lo mismo con ninguno de sus escuderos. Con sólo tomar nota de que el oficialismo ha mandado medir a Ricardo Forster, un desconocido del gran público, para encabezar la boleta de la Capital Federal, puede uno darse una idea de la orfandad que aqueja al FPV, aseguran en un informe los analistas políticos Massot y Monteverde.
Alicia Kirchner es tan carismática como una estatua; Forster es un personaje ignoto fuera de los minúsculos ámbitos académicos y Agustín Rossi es un perdedor vocacional que, en Santa Fe, no le hace mella a Hermes Binner ni a Miguel Del Sel. Ni hablar de Córdoba, donde el kirchnerismo nunca ha terminado de hacer pie; o de Mendoza, donde Julio Cobos podría echarse a dormir una siesta hasta transcurrida la elección e igual le ganaría a cualquiera que se le pusiese enfrente.
Es oportuno advertir que no son unas primarias formales, sin peso ni importancia. Por el contrario, si se desarrollasen con normalidad, marcarán una tendencia e inclusive anticiparán cuanto probablemente ocurra sesenta días después.
En virtud de lo que hasta aquí ha demostrado el kirchnerismo a la hora de acumular y defender el poder, ninguna de las tres alternativas posibles, enumeradas más abajo, es a priori descabellada y, por lo tanto, conviene sopesarlas con cuidado. Son, a saber, éstas: 1) mantener a Alicia Kirchner al tope de la boleta conforme a una estrategia basada en el protagonismo no de la hermana del santacruceño sino de su viuda; ello supondría que aquella tendría un papel de reparto en tanto la presidente sería la actriz principal; 2) tratar de convencer o de amedrentar a Daniel Scioli para que repita el curso de acción de cuatro años atrás, cuando secundó a Néstor Kirchner como candidato testimonial; esto implicaría fumar con el gobernador la pipa de la paz y colmarlo de favores, de lo contrario sería difícil imaginar por qué el mandatario provincial accedería a desempeñar un rol tan poco decoroso y, en su momento, fallido; 3) intentar la misma jugada, sólo que con Sergio Massa.
El dilema que, en estas horas y por los próximos meses, hasta cerrar las listas, deberá despejar Cristina Fernández, es producto de una candidatura, la de su cuñada, incolora, inodora e insípida. Si, de buenas a primeras, el panorama cambiase drásticamente, sea porque la ministro de Acción Social nos sorprende a todos con unas dotes de campañas de momento desconocidas, o por el efecto locomotora de una presidente que cargase sobre sus hombros la responsabilidad de vencer a De Narváez el 28 de junio, nadie pensaría en Scioli o Massa, afirmaron los analistas.
Pero si todo siguiese como hasta ahora, las posibilidades de que la Casa Rosada deba negociar en serio con el ex–motonauta o con el intendente de Tigre estarían a la vuelta de la esquina. Es que, en caso de no intentarlo, el 29 de octubre la derrota del kirchnerismo podría ser similar en términos electorales e infinitamente peor en términos de su continuidad política, a la de 2009.
Claro que si los relevamientos que analiza a diario no son sólo los de sus empleados, Roberto Bachmann, Doris Capurro, Artemio López y Ricardo Rouvier, entre otros, tarde o temprano se dará cuenta que con lo que acredita de fuerza electoral no alcanza y que, en consecuencia, si desea evitar un desastre electoral, algo deberá cambiar: los candidatos o la estrategia o, quizá, las dos cosas a la vez.
Como si fuera poco, tras las inundaciones que se desataron la semana pasada en la Capital Federal y alrededores y, más tarde, en la Ciudad de la Plata, los argentinos debemos pensar en quién votar en octubre y más tarde en 2015. Luego de las obras de infraestructura que no estaban hechas, a pesar de conocerse el riesgo de inundación, no se hizo nada. Algo realmente difícil de explicar, ya que siempre que se pueda prevenir, el Estado debería hacerlo, por lo menos es lo que entendemos todos los ciudadanos como “Estado”: la garantía del bienestar social. Pero ¿Quién lo puede garantizar realmente? Depende, nada más y nada menos, que de nuestra elección y de la responsabilidad que tienen nuestros representantes sobre sus hombros. Sería conveniente tener en cuenta, que a pesar de que siempre algunos se verán beneficiados y otros no tanto, como ocurre en todos los ámbitos de la vida, la muerte nunca debe ser la satisfacción de nadie. Al menos nunca debería serlo en democracia.
Seguramente, este tire y afloje de responsabilidades y culpas entre funcionarios políticos no devuelva las, por ahora, casi 60 muertes que se llevó el temporal, pero quizás sí ayude a concientizar a las familias que perdieron a sus seres queridos y a la sociedad toda, en que gobernar es trabajar, convencer, apelar, dirigir, construir, consensuar, prevenir. Para esta última tarea, las personas que nos representan deberían tener en cuenta los dichos del político y ex Primer Ministro del Reino Unido, Winston Churchill, cuando afirmó que “el político debe ser capaz de predecir lo que va a pasar mañana, el mes próximo y el año que viene, y de explicar después por qué no ha ocurrido” y no viceversa.