Tres veces, en el último cuarto de siglo, la batalla presidencial tuvo como escenario un plebiscito real o simulado en Buenos Aires. El 5 de agosto de 1990, Antonio Cafiero, tras un pacto con la UCR, perdió la consulta para reformar 98 artículos de la Constitución bonaerense y permitirse, en el revoleo, ir por la reelección.
Eduardo Duhalde, por entonces vice de Carlos Menem y con planes de ser gobernador, operó en contra de Cafiero y festejó, sin ocultarlo, la noche cuando el escrutinio reveló que el 67% de los bonaerenses habían votado por el no a la reforma.
En ese instante, el caudillo de Lomas empezó a "ser" gobernador -aunque sería electo recién un año más tarde con el 46% de los votos- y la sucesión presidencial se antagonizó entre Menem y Duhalde, y Cafiero, el artífice de la renovación peronista, perdió el tren a Olivos.
Cuatro años después, la disputa entre el riojano y el bonaerense parió otro plebiscito: el mismo sistema que había bloqueado la reforma de Cafiero propició otra para en paralelo a Menem, permitir la reelección de Duhalde en la provincia. A nivel nacional, el PJ superó los 37 puntos, y en la provincia anduvo por arriba del 42%.
Cíclico, en 1998, Duhalde propuso una consulta popular para degollar la pretensión eternista de Menem: convocó a un plebiscito para el 13 de septiembre de ese año para poner "a consideración" de los bonaerenses su acuerdo o desacuerdo con la intención del presidente de pretender competir por un tercer mandato, vía reforma o interpretación de la Constitución.
Hace meses, en las cercanías no convencionales de Daniel Scioli -por otro lado, las menos visibles y quizá más influyentes- sopla la idea de convocar a un plebiscito en Buenos Aires, paralelo a las legislativas de octubre, bajo una consigna simple: ¿Debe la provincia tener mayores recursos que los que recibe actualmente?
Hay, curiosamente, un punto de acuerdo con el frustrado llamado de Cafiero en 1990 que declaraba a la provincia de Buenos Aires "estado autónomo", como punto de inicio para definir cuestiones fiscales propias, independientemente de la Nación.
¿Qué postura tomarían los candidatos del kirchnerismo ante un planteo de esa naturaleza? Es sintomático que cuando Scioli, a través de Alberto Pérez, planteó ese debate, hayan reaccionado desde Amado Boudou a Julián Domínguez, pero no lo hayan hecho Alicia Kirchner ni Florencio Randazzo, dos ministros K que podrían terminar en la boleta de octubre.
Voces
La idea del plebiscito es una de las tantas que soplan al oído de Scioli, que escucha todas las voces que le hablan aunque últimamente son pocas las voces kirchneristas, ya que además del silencio al que sometió Cristina de Kirchner, sus interlocutores o vínculos con la Casa Rosada se han vuelto esquivos y disfónicos.
Hace poco, un mensaje suyo hacia la Presidente tuvo tantas escalas -un ministro bonaerense habló con un diputado, ese con otro diputado, que se dijo que se lo diría a Máximo para que se lo planteé a Cristina- que lo más probable es que haya llegado equivocado, al mejor estilo del juego infantil del teléfono descompuesto.
Pero la idea, todavía germinal, del plebiscito, renació luego de que fuera un gobernador K, el chaqueño Jorge "Coqui" Capitanich, quien en la reunión del kirchnerismo en Paraná propusiese poner a consideración, mediante una consulta popular, la voluntad de los votantes respecto de un tercer mandato consecutivo de Cristina.
Es, por ahora, una variable más porque la prioridad del gobernador sigue siendo mantenerse, sea al costo que fuere, dentro del dispositivo K, sobre todo cuando terminó de asumir que algunos actores de ese mismo esquema lo quieren enfrente para, una vez convertido en enemigo oficial, terminar de ejecutar lo que fue un plan en 2012: el juicio político.
"No me van a hacer pisar el palito" dijo, la semana pasada, Scioli y no fue para los opositores que lo llaman para que se una a ellos sino para los kirchneristas que, dice, lo provocan para generar una reacción suya que justifique, luego, las sanciones. Traducción: no voy a ser yo quien rompa con Cristina porque, en la lógica de Scioli, la ecuación entre romper y no romper, sigue siendo beneficioso no romper.
La idea del plebiscito habita, por ahora, en ese territorio que el gobernador no exploró y difícilmente vaya a explorar este año: el continente del antikirchnerismo, que se expresaría en un enfrentamiento abierto con la Casa Rosada. No ocurrirá, al menos en octubre.
Juega, sin embargo, casi como un desafío formal, con sus dualidades: los mensajes considerados a Francisco de Narváez, espacio que se convirtió sobre todo a través de José "Pepe" Scioli en una de las trincheras desde la que reaccionan con más virulencia por el modo en que la Casa Rosada trata al gobernador.
El otro es La Juan Domingo, la tribu política peronista que, vía Osvaldo Goicochea, acusó al Gobierno de pretender tener un "delegado" en vez de un gobernador. Pícaro, el senador jugó con el lenguaje porque delegados o comisionados eran los funcionarios que se hacían cargo de la provincia durante gobiernos dictatoriales.
En simultáneo, el gobernador insiste en atribuir los enojos de dirigentes K a cuestiones propias de esos dirigentes pero no a lo que piensa o dice Cristina de Kirchner. Una ironía, porque hace más de tres meses que el gobernador no tiene una reunión mano a mano con la Presidente. Por lo tanto, en términos prácticos, no puede decir qué es lo que realmente piensa.