Guillermo Moreno, La Cámpora, Daniel Scioli. En torno a esos tres apellidos parece girar ahora en la Argentina la realidad del poder. El supersecretario y la organización que evoca al presidente de 49 días son las únicas estrellas que mantienen brillo permanente en el firmamento político de Cristina Fernández. El gobernador de Buenos Aires, por designio cristinista, se está convirtiendo en rival irreconciliable, afincado dentro de una geografía que la Presidenta ha decidido relegar: el peronismo. Detrás de todos esos movimientos, por supuesto, se levantan dos telones. Las primarias de agosto y las legislativas de octubre; también la sucesión del 2015.
Cristina siempre termina recurriendo a Moreno cuando la economía la empieza a atormentar. Es un reflejo que, en alguna medida, heredó de Néstor Kirchner. Pero, a diferencia de él, suele aceptar sus recetas hechiceras casi sin objeciones. Otra cosa sucede con Axel Kicillof y Hernán Lorenzino, que encuentran a una Presidenta refractaria no bien le arriman opiniones sobre la economía cotidiana.
El supersecretario le quitó una angustia a Cristina la última semana. Desterró la incertidumbre sobre el día 61 cuando debía cesar el congelamiento de los precios.
La trasladó ahora al día 121 con la extensión del acuerdo sellado con las cadenas de supermercados. La Súpercard, que convino con esos comercios para intentar establecer una competencia con las tarjetas bancarias, fue la hojarasca imprescindible para hacer más atractivo un paisaje desangelado. Aquel congelamiento implicó, con sencillez, patear la posibilidad de alguna solución para más adelante.
Moreno también hace su aporte para enriquecer el relato C-K. Se vuelve a hablar de congelamiento sin ninguna referencia de precios. Se bate el parche sobre el supuesto éxito de los primeros 60 días, pero el propio INDEC informó que la suba de precios en los alimentos resultó en febrero superior a la de enero y diciembre pasado.
La ficción se estrella invariablemente contra la realidad: al hablar del conflicto docente en Buenos Aires la ministra de Educación, Nora De Lucía, afirmó que la inflación que toma la Provincia para cotejar la evolución de las escalas salariales trepa al 152%. Sería el acumulado de los casi 6 años que Scioli lleva en la administración bonaerense. Los datos surgen del índice que mide mensualmente Santa Fe.
El manejo rústico que Moreno hace sobre el problema inflacionario no difiere en mucho del de la política cambiaria. El año pasado inventó el cepo al dólar cuando arreciaba la fuga de capitales. Esa fuga mermó aunque está lejos de detenerse.
El gasto público y el déficit fiscal, en cambio, continúan en ascenso.
El supersecretario sugirió entonces aumentar la presión sobre el gasto con tarjetas en el exterior. Pero llegó a la conclusión de que tampoco resulta suficiente. Con un llamado por teléfono liberó la venta de 1.800.000 toneladas de maíz que le reportarían al Estado US$ 1.100 millones de dólares. Ricardo Echegaray lanzó desde la AFIP una moratoria que apunta a reforzar el colchón cada vez más escuálido de fondos que dispone el Gobierno. Moreno afinca su esperanza en otra cosa: entre abril y mayo deberían liquidarse 5 millones de toneladas de soja, que implicarían un ingreso importante para las arcas estatales.
“Así podremos llegar con cierta holgura hasta octubre”, le prometió a la Presidenta. Habrá que ver. La cosecha de soja, según los especialistas, tendría en América latina este año un excedente de alrededor de 30 millones de toneladas. No por la cosecha en nuestro país, menor a la pronosticada, sino por el aporte, sobre todo, de Brasil y Paraguay. No pareciera un buen horizonte para un comoditie cuya cotización mundial se viene depreciando.
Moreno provoca otro fenómeno ajeno a la economía. Desprecia en la intimidad –nunca en público– a La Cámpora pero los camporistas lo viven venerando. Podría haber en ambos razones de conveniencia: saben que son ahora para Cristina piezas irreemplazables en su ajedrez del poder. La Cámpora gana presencia en el Estado y es la fuerza activa que posee la Presidenta para hostilizar a sus adversarios.
Hubo la semana pasada varios episodios que reforzaron esa impresión. Cristina montó un acto en Ezeiza nada más que para ensalzar la gestión del camporista Mariano Recalde al frente de Aerolíneas Argentinas. Su administración había sido cuestionada por el empresario Eduardo Erunekián, titular de Aeropuertos 2000. A esa concesión le echó el ojo hace rato La Cámpora. Otra señal fue la designación de Norberto Berner en la Secretaría de Comunicaciones. Un abogado, militante de la agrupación HIJOS, que tiene el padrinazgo compartido por Kicillof y el diputado Eduardo De Pedro. No hay ninguna área de Gobierno que no tenga presencia camporista en puestos clave.
Aunque los playones estratégicos estarían en Economía, Planificación (Energía) y Justicia.
Sería improcedente cuestionar a esos dirigentes por su militancia o su juventud. La política y el Estado, al contrario, claman por una renovación. El auténtico problema radicaría en el papel que esos camporistas han venido desempeñando desde que afloraron con nitidez en el cartel público. Cristina habló sobre Aerolíneas como un caso de buena gestión. Es probable que la empresa aérea haya mejorado un servicio que hasta hace poco era una calamidad. Pero lo habría logrado causando una pérdida de US$ 3.100 millones desde el 2008. Su flota, pese a que incorporó unidades de Embraer (aeronáutica brasileña), continúa siendo una de las más antiguas de América latina. También sobresale la estructura burocrática. Desde la llegada de Recalde se incorporaron cerca de 2.600 empleados en cargos de alto rango. Un detalle adicional: la estatización de Aerolíneas, cinco años después de votada, no se formalizó en términos jurídicos. Es decir, no existe posibilidad de fiscalización ni sobre sus fondos ni sobre su gestión.
Kicillof fue uno de los entusiastas impulsores de la expropiación de YPF para hallarle salida a la crisis energética.
Esa salida no se avizora.
La maniobra política para recuperar la empresa, además, condujo en forma progresiva a su descapitalización. Valía entonces US$ 18.000 millones; cotiza ahora US$ 3.200 millones.
Tal vez no serían los números el fuerte de los dirigentes camporistas. ¿El Derecho, sí? Los hechos tampoco lo demostrarían. Desde que coparon el Ministerio de Justicia, con el secretario Julián Alvarez, el Estado no paró de perder litigios. Más que eso. Hubo casos de llamativa mala praxis judicial. Por ejemplo, el decreto con el que se pretendió expropiar el predio de la Sociedad Rural. O aquella ley excepcional sobre el per saltum que no contempló la posibilidad de actuar también de la parte favorecida en un fallo de primera instancia. Fue lo que ocurrió con La ley de medios y que desató la batalla actual contra la Corte Suprema.
¿Sería Berner un entendido en telecomunicaciones? Nadie lo sabe. La lupa sobre el nuevo secretario está ahora colocada en otro flanco: como inspector General de Justicia bloqueó el acceso documental a todas las causas de corrupción. Sobre todo, la del escándalo Ciccone que embreta a Amado Boudou. La duda anticipada radica en aspectos de su conducta, no en la capacidad de gestión.
Los camporistas confabulan contra Daniel Peralta en Santa Cruz. La semana pasada sumaron su boicot contra el mandatario de La Rioja, Luis Beder Herrera. Pero sus principales baterías las destinan para desquiciar a Scioli. En esa acción cuentan con la solidaridad del cristinismo rancio y puro.
Nada de lo que hacen todos ellos carece de la venia de Cristina. El gobernador de Buenos Aires se terminó de convencer que es así aunque en sus declaraciones diga lo contrario. Su relación con los Kirchner respondió siempre a conveniencias y necesidades políticas mutuas, aunque con el ex presidente terminó por enlazar una amistad. Con la Presidenta nunca, porque ella siempre lo consideró muy poco desde su altanería.
A ese abismo personal se añadieron las diferencias políticas.
Cristina descree de la lealtad declamada por Scioli. Le irrita su estilo jabonoso y la decisión de no sumarse hasta el final a todas las batallas que libra ella. Sucedió con el campo, sucede con los medios de comunicación no adictos. Se empeña para no desairar a nadie. El gobernador elogiaba a Francisco, el Papa, mientras la Presidenta trataba de reencontrar la ruta luego del despiste inicial.
El problema mayor ahora no sería ninguno de esos. Lo sería, sin embargo, la forma en que el peronismo no kirchnerista y núcleos de la oposición observan al sciolismo como ariete para octubre y al gobernador como posible sucesor. Varias cartas en Buenos Aires andan por el aire. ¿Negociación con Francisco De Narváez? “Diálogo pero no negociación”, se atajan los sciolistas. En cualquier caso, José Scioli, hermano del mandatario, podría ser candidato en la lista del diputado del PJ disidente. ¿Y Sergio Massa? Nadie sabe qué hará. El intendente de Tigre habría aprovechado su viaje a Miami para recoger opiniones de una consultora estadounidense que suele asesorarlo.
Ante ese panorama Cristina se aferra a su popularidad en el conurbano y a la postulación de Alicia Kirchner para pelear en octubre Buenos Aires. Se comprende por qué razón el derrumbe de Scioli sería una prioridad. El largo conflicto docente ayudaría a ese objetivo. El gobernador está cansado y dispuesto a resistir.
Jamás a romper. La Presidenta tampoco quiere asomar como causante de una fractura y una crisis. Simulan.
Pero la última sintonía política entre ellos parece definitivamente rota.