Los tropiezos dialécticos de la Presidenta se han convertido en una costumbre y nadie en su gobierno parece preocuparse por brindarle el asesoramiento profesional que requiere su cargo antes de que exponga con absoluta liviandad sobre temas que requerirían un mayor estudio de su parte. Su alta exposición pública y su propensión a abordar cualquier cuestión aunque paradójicamente omita los reclamos más importantes, como la seguridad o la inflación, la conducen permanentemente a situaciones incómodas y preocupantes.
No se puede admitir que la máxima figura política del país realice con llamativa frecuencia afirmaciones que carezcan de toda veracidad y hasta rocen el ridículo.
Recientemente, Cristina Fernández de Kirchner manifestó en un acto en la Casa Rosada que "la diabetes es una enfermedad de gente de alto poder adquisitivo , porque son sedentarios y comen mucho", lo cual configura un disparate de proporciones. Semejante barbaridad fue respondida, entre otros especialistas en el tema, por la Federación Argentina de Diabetes, cuyo titular, Roberto Flageat, corrigió a la Presidenta, al señalar que la enfermedad golpea por igual a todos los sectores sociales, aunque en particular a los más postergados, por la más elevada ingestión de harinas.
En los tiempos actuales de violencia descontrolada en nuestro fútbol, también cobran relevancia desdichados comentarios presidenciales sobre los barrabravas, formulados el año pasado, que destrozan cualquier intento de luchar contra estos delincuentes disfrazados de hinchas y revelan desconocimiento o complicidad ante este verdadero flagelo del deporte. Una vez, la primera mandataria no tuvo vergüenza en elogiar y expresar su "respeto para todos" aquellos que "en la cancha, colgados del paraavalanchas y con la bandera, nunca mirando el partido, porque no miran el partido, arengan, arengan y arengan". En otra ocasión, sentenció: "Tenemos que lograr que un referí cobre bien porque cuando hay una bombeada que no se puede creer la gente se indigna y hasta el más pintado y el más educado quizá se manda un macanón".
El repertorio de frases poco felices de la jefa del Estado se extiende a los comienzos de su gestión, cuando, en el medio del conflicto con el campo, indicó que "la soja es un yuyo que crece a los costados de los caminos". En otras oportunidades, auguró que en 90 dias produciríamos "cien mil toneladas de carne engordando terneros de tambo" y que con el frustrado plan canje de heladeras se podría ahorrar la energía que produce El Chocón.
Claro que entre sus comentarios más indignantes figura una agresión a los docentes, cuando señaló que "trabajan cuatro horas diarias y tienen cuatro meses de vacaciones". También su desafortunada frase "Si fuera una genia haría desaparecer a algunos, como hacen los genios" y una tristemente célebre referencia a Dios: "Sólo hay que tenerle miedo a Dios, y a mí un poquito".
Como es sabido, a partir del presente año la Presidenta también ha comenzado a manejar personalmente su cuenta de Twitter, con los enormes riesgos que conlleva su conducta impulsiva que deviene en cataratas de tuits sobre disímiles y complejos temas. Su lenguaje, muchas veces burdo y chabacano, denota la falta de prudencia, reflexión y análisis que exige un mensaje presidencial.
La primera mandataria debería reparar en que la fuerza de cualquiera de sus manifestaciones es inmensa e incomparable con las de cualquier otra figura del país, por importante que fuera.
Por eso, debería la Presidenta, sin que esto deba interpretarse como una censura, reflexionar sobre las consecuencias negativas del impacto que sus palabras pueden producir en la sociedad. Si sus mensajes transitan por el sendero iluminado del conocimiento, la veracidad y la prudencia, la credibilidad será la natural consecuencia, y a la población llegará el mejor de los ejemplos. Si, por el contrario, incursiona en caminos grises o negros, producto de la ignorancia o la contradicción flagrante con sus propios actos, la sociedad la condenará a gobernar en medio de una creciente desconfianza en su palabra.
Abogar por la calidad del mensaje presidencial es también avanzar en la salud de la República e indirectamente ayudar a curar a una sociedad que, lamentablemente, parece estar cada vez más fragmentada gracias a los malos ejemplos que cunden desde lo más alto del poder político. Es de esperar que el clima de alegría, concordia y esperanza de diálogo que, en estas horas, acompaña en la Argentina la asunción del papa Francisco contagie también a nuestra primera mandataria y a su crispado lenguaje.