Cuánto pesan en la conciencia y en el corazón de la presidente los escollos electorales, de momentos insalvables, y el creciente rechazo de una parte considerable de la ciudadanía, no sólo a su política sino también a su persona, nadie lo sabe. De modo que en la materia no queda más remedio que especular.

Está claro que, por unas elementales razones de concesión política, tan viejas como el mundo, Cristina Fernández —aun si se hubiese bajado de la re–re— nunca lo reconocería en público. Hacerlo supondría, en Suiza como en la Argentina, recortar —sin necesidad y por anticipado— su propio poder, aseguran los especialistas en política Massot y Monteverde.

En este punto del derrotero entra a tallar la figura de Daniel Scioli por motivos en parte ajenos a su voluntad. Es genuino cuando vocea que tiene vocación de acompañar el proceso reeleccionista de la Fernández, y que sólo en el caso de que fracase en el intento él lanzaría su candidatura sin pedirle permiso a nadie.

Scioli, como la gran mayoría del peronismo, piensa hoy que los dos tercios son una meta demasiado lejana y que, finalmente, Cristina deberá aceptar la realidad.

Por raro que le parezca a quienes lo consideran un pusilánime, incapaz de hacerse valer frente a las insolencias y desprecios que le han enderezado siempre desde Balcarce 50, Scioli no quiere cobrarse cuentas pasadas pero, al propio tiempo, no está dispuesto a seguir al pie de la letra un libreto con el cual no comulga. Si hubiese que ponerlo en pocas palabras, con trazos gruesos, el mandatario provincial prefiere el mercado al estado, Estados Unidos antes que Venezuela, el orden al garantismo, la seguridad jurídica a la discrecionalidad. En todo está más cerca de Carlos Menem que de Néstor Kirchner.

El gobernador bonaerense, Daniel Scioli, anticipó que apoyaría una segunda reelección de la presidente en caso de que se reforme la Constitución Nacional para habilitar esa posibilidad.

Pero hay un detalle clave frente al “fanatismo” de Scioli por una posible re-reelección: Cristina Fernández y Daniel Scioli no hablan desde hace meses y no tienen interlocutores. ¿Cómo, si no es imaginando algún tipo de ingeniería electoral con el gobernador, podría la presidente acariciar un triunfo holgado en el principal distrito electoral del país?

Cristina Fernández y Daniel Scioli están condenados a pelearse y a entenderse en una saga que, de momento, tiene final abierto. Si la viuda de Kirchner un día perdiese los estribos y ordenase dejarlo al de La Plata sin fondos —cosa que podría hacer ahora o en junio, al momento en que se deba abonar el medio aguinaldo— Scioli tendría los días contados. Claro que en tal caso estallaría la provincia y, con el escándalo, la re-re quedaría definitivamente sepultada.

Cuanto hay que tratar de imaginar ahora es la naturaleza de la negociación entre los dos. Al respecto, el dilema de la Fernández vendría a ser el siguiente: como requiere los servicios del gobernador bonaerense, debe auxiliarlo financieramente, aun sabiendo que así lo beneficia y lo mantiene en su condición de sucesor más probable. Si, en cambio, para sacarlo de escena no le manda la plata y lo asfixia, reemplazándolo por Mariotto, la consecuencia inmediata sería que Scioli —victimizado e independizado del Frente para la Victoria— dividiría el voto en octubre. En tal caso Alicia Kirchner podría salir segunda o tercera. Una verdadera catástrofe.

Cualquiera que sea la lente que se utilice a los efectos de analizar la relación, la conclusión será siempre la misma: se necesitan el uno al otro de una manera tal que la sangre no llegará a derramarse. Cuando menos, de aquí a octubre.

Los regímenes no mueren por escándalos, sino que por contradicciones

Todo parece indicar que Cristina Fernández desea continuar en la Casa Rosada después de 2015. El apetito que tanto su difunto marido como ella misma demostraron cuando se trató de ejercer el poder, unido al proyecto de carácter hegemónico que inauguraron en 2003, así lo anticipa. Pero no hay certezas del verdadero convencimiento de la presidente, aseguran en su informe semanal los especialistas en análisis político, Massot y Monteverde Asoc.

Es cierto que la señora no es amiga de escuchar cuanto contradice sus deseos y que, desde la muerte de su esposo, en octubre de 2010, se ha encerrado en Olivos sin que se conozca la existencia de monjes negros, eminencias grises, favoritos o íntimos capaces de acceder a ella y hablarle a calzón quitado sobre lo que pasa en el país.

Pero además de su característica de hacer “oídos sordos” ante opiniones diferentes, ¿Qué dice cuando habla? Es probable que al no permitirse entablar diálogos con voces ajenas al oficialismo, solo le interese su discurso. Pero, ¿qué dice éste? Muchas cosas y confusas.

Algunas contradicciones de Cristina Kirchner se pueden observar, principalmente, durante sus actos políticos o sus cadenas nacionales. Un ejemplo fue en el discurso que dio en conmemoración al bicentenario del primer izamiento de la bandera. En el transcurso del mismo hizo mención de los padres que perdieron a sus hijos en la tragedia de Once.

"Si no hemos hecho más es porque no nos ha alcanzado la plata", aseguró la mandataria refiriéndose al mejoramiento de la línea de trenes Sarmiento. ¿Quiso decir la Presidenta que en estos ocho años de crecimiento económico sostenido a tasas chinas en los que se derivaron miles de millones de dólares a los concesionarios ferroviarios, la plata no alcanzó para que el servicio funcionara dignamente? Es raro que un gobierno que se dice popular no se ocupe del más popular de los medios de transporte.

Pero cuando de pasajeros hablamos, de pasajes también. La Presidente se compadeció de sí misma por el esfuerzo que le insumió "poder montar" el SUBE. No hizo mención del esfuerzo que les costó a millones de usuarios poder sacar el SUBE y mucho menos el gran dolor de bolsillo que requiere cargarla día a día.

En pos de insistir en anuncios electorales, Cristina reveló que los jubilados y pensionados percibirán a partir de marzo un aumento en sus haberes de 15,18%, al tiempo que recordó que las jubilaciones treparon desde 2003 a la fecha 1.343%. ¿No es deshonesto evitar enmarcar ese incremento en la creciente inflación que vive la Argentina en los últimos años?, informó Lanación.

“La mínima pasará de 1.979,67 pesos a 2.165 pesos”, dijo la mandataria, como si se tratara de un haber digno para aquellos que trabajaron toda su vida aportando al Estado. En realidad, Cristina esconde con estos pequeños incrementos una vergonzosa realidad: la imposibilidad de la Anses de pagar el 82% móvil que ha fijado la Corte Suprema a través de una catarata de fallos que el Gobierno se niega a cumplir.

Insistió Cristina con su avance discursivo y finalmente aceptó lo que negó durante años: que hay inflación en la Argentina. Eso sí, culpó por ello a las provincias que aumentan impuestos y a puntuales empresarios vernáculos. Omitió en ese punto mencionar lo que dicen los manuales básicos de economía: que la inflación se genera principalmente por la emisión indiscriminada de dinero sin respaldo. 

En otra oportunidad, la mandataria aseguró que “una cautelar y un vaso de agua no te la niega ningún juez de la Argentina”. Parece olvidar que ella misma utilizó ese recurso en más de una oportunidad, una de las últimas ocasiones fue en septiembre del 2010 a efectos de que los directores del Estado pudieran seguir participando de las reuniones de Papel Prensa. ¿Por qué en ese momento estaba bien apelar a las herramientas cautelares y ahora no?

Otra contradicción: el oficialismo se muestra cuando hacen petición al pueblo argentino de “profundizar la democracia”, pero excluye el disenso y el diálogo. Y cada vez resuena más la letanía interminable de un monólogo.

Por último: que un gobierno que se dice progresista afirme que una persona puede comer con 6 pesos diarios es tanto un escándalo como una contradicción. Sobre todo porque con ese dato después se determinan los porcentajes oficiales de pobres e indigentes, según comunicó Lanación.com

Todavía son todas especulaciones las que se hacen acerca de la re- reelección pero, tal como dijo el historiado marxista francés, Jean Bouvier,  “los regímenes y los sistemas económicos y políticos no mueren jamás por sus escándalos. Mueren por sus contradicciones.”