Así se defendía un industrial proteccionista cuando en tiempos de Néstor Kirchner se le enrostraba que el tipo de cambio muy alto o dólar muy caro favorecía mucho a las industrias locales.
Hoy, el tipo de cambio competitivo ha desaparecido y de alguna forma se ha cumplido el diagnóstico del industrial. Al Gobierno le conviene ahora el dólar barato . ¿La razón? A diferencia de lo que pasaba en los primeros tiempos de Néstor Kirchner, ahora el Gobierno está pagando la deuda. O al menos una buena parte de ella.
El sector público argentino no es capaz de generar dólares. Entonces, debe comprar los que surgen del superávit comercial (exportaciones menos importaciones) que genera el sector privado. Cuanto más barato sea el dólar, menos pesos debe imprimir el Gobierno para comprarlos. Y puede destinar una porción mayor de la monumental masa que imprime a seguir gastando y a cubrir el déficit fiscal.
El mito retrospectivo es que Néstor Kirchner era mejor administrador. Pero el superávit fiscal que obtenía era en parte producto de que no pagaba casi nada de la deuda pública. El dólar caro también le resultaba funcional. Los dólares que cobraba a los exportadores por retenciones le rendían muchos más pesos. Hoy esa ecuación es diferente. La realidad es que los pagos de deuda hoy son mucho mayores. Y a pesar de que se licua parte falsificando el índice de actualización por inflación de algunos títulos emitidos en el país, los pagos en dólares al extranjero crecieron mucho.
Claro que el Gobierno pudo permitir "dólares baratos para todos y todas" sólo hasta unos días después de las elecciones de 2011. No bien Cristina Kirchner logró la reelección comenzó el cepo, que no significa otra cosa que "dólares baratos sólo para el Gobierno". Y como la inflación ha continuado firmemente a pesar del contexto recesivo, el aumento de la tasa de devaluación sobre el tipo de cambio oficial tampoco parece arreglar las cosas.
Los argentinos que quieren vacacionar se han encontrado con que los destinos del área dólar son muy baratos en relación con los precios locales. Los mismos zapatos de hombre de una primera marca muy conocida que aquí cuestan $ 1100 se ofrecen en los Estados Unidos a 100 dólares. Poco más de $ 550 al tipo de cambio oficial más el impuesto del 15% si se paga con tarjeta de crédito.
Pero la razón por la que se aprecia el tipo de cambio paralelo o blue es que hay quienes descubren que los precios afuera son más bajos incluso pagando $ 7 por dólar. En el mismo ejemplo de los zapatos, aun son más baratos aunque se los pague con billetes comprados en el blue. Incluso aunque se haya conseguido un descuento o promoción con rebaja del 20% en el comercio local.
La Argentina atraviesa un agudo problema de sobrevaluación cambiaria, de dólar muy barato, generado por la inflación. Es decir, generado por el Gobierno, que decidió durante la gestión de Cristina Kirchner financiarse por dos vías que producen ese efecto: el consumo de las reservas del Banco Central y la emisión desenfrenada de dinero para cubrir el déficit fiscal. Lo curioso es que, aun consumiendo las reservas y emitiendo a niveles récord, el déficit fiscal no deja de crecer incluso aunque se lo calcule con la generosa contabilidad creativa del Ministerio de Economía. Según esas cifras, los gastos superaron a los ingresos en 2011 por más de $ 35.000 millones, con la economía en fuerte crecimiento. En 2012 sólo hasta octubre, en medio de una fortísima desaceleración, esa cifra podría haberse duplicado. Hasta octubre pasado, los números rojos ya pasaban de 20.000 millones. Bien medido, el rojo podría alcanzar los 90.000 millones, lo que significaría que alrededor del 12% de los gastos totales no tienen financiación genuina.
No parece que el Gobierno pueda, en su lógica, renunciar fácilmente a financiarse con emisión, inflación y consumo de reservas, dejar de mantener el dólar barato y levantar el cepo. Volver a los "pilares del modelo", que eran superávit fiscal y comercial y tipo de cambio competitivo, parece muy complicado.
Mientras, el Gobierno intenta administrar el que podría llamarse "dólar barato para mí". Dificulta todo lo posible el gasto en el exterior con la excusa de controles impositivos. Y también pone férreas trabas a las importaciones. A los industriales les encanta que no dejen entrar productos terminados, pero los enloquece cuando no dejan ingresar insumos. Deberían entender que, como dijo uno de sus representantes, el Gobierno no está trabajando para ellos, aunque a veces lo que hace los beneficie mucho.