Salta a la memoria aquella frase porque hay interpretaciones distintas sobre un año, el primero de su segundo mandato, en el que conoció el éxtasis y tropezó con la caída. Muchos de los viejos diputados y senadores que fueron colegas de Cristina aseguran que ella fue siempre tal como es hoy, pasional, a veces caprichosa, otras arbitraria.

Siempre fue difícil tratar con ella y siempre la rodeó una corte de adulones, recuerda un ex legislador que convivió en el Congreso con la actual presidenta.

Hablan, sin embargo, sólo de un carácter. De una personalidad que, en efecto, caminaba sembrando conflictos. Ni su marido muerto se salvó de esos impetuosos bríos. "No se lo digan a Cristina", era una orden habitual de Néstor Kirchner a los funcionarios que, ya siendo ella presidenta, le llevaban malas noticias.

Nadie supo nunca si el ex presidente hacía ese pedido para protegerla de las inclemencias de la política o para preservar una relativa paz en Olivos. Fue siempre así, es cierto.

Pero hay otra interpretación que es completamente veraz: su proyecto político fundamental, su catálogo de ideas y su propio lugar en la historia han cambiado de manera concluyente desde que comenzó su segundo mandato. Ya no estamos hablando de la misma Cristina de antes.

Buscando en YouTube los discursos previos a octubre pasado, no encontramos ninguna huella de la posterior presidenta. De la Presidenta que pasó del intervencionismo estatal en la economía al estatismo liso y llano. De la que antes se conformaba con asustar y amedrentar a los empresarios a la que luego se convirtió en una firmante serial de expropiaciones y confiscaciones. De la que ya no se conforma con un liderazgo hegemónico, tan propio de los Kirchner, y prefiere, en cambio, un sistema más cercano al autoritarismo. De la que convirtió la anterior presión oculta a los jueces, para proteger a los suyos y perseguir a los otros, en el actual y ostensible proceso de acoso y derribo del Poder Judicial.

Esa mutación sustancial de las políticas presidenciales fue letal para su fortaleza política. Perdió la mitad de las simpatías populares que tenía hace un año. Es una pérdida demasiado grande para cualquier liderazgo. Es notable que esa hemorragia política haya sucedido en tiempos de precios récord de las materias primas, sobre todo de la soja. El prestigioso economista Ricardo Arriazu estudió las curvas ascendentes y descendentes de la economía argentina en los últimos diez años. Los períodos de mayor crecimiento económico coincidieron siempre con las etapas de elevados precios internacionales de las materias primas. En nombre de la modernidad, el kirchnerismo ha hecho un vertiginoso viaje al pasado. La economía actual es casi la misma que la del siglo XIX.

La decadencia popular de la Presidenta podría tener su explicación en el mapa genético de los argentinos. La sociedad nacional no supo construir nunca una República como Dios manda, pero siempre preservó mecanismos para derrumbar los autoritarismos. Incluidos los militares, que aquí fueron tan catastróficos como breves si se los compara con los Pinochet o con los Franco de este mundo.