Escrito bajo el clima opresivo del enfrentamiento convertido en metodología de mando, este alegato constituye una crítica frontal del relato oficial pero también una autocrítica social a casi 30 años de haber recuperado la democracia.
Nuestros padres quisieron ser libres en 1983, ¿Libres para qué? Es una de las preguntas que atraviesa este primer ensayo político, Libertad o barbarie. Alegato de resistencia (El Emporio Ediciones, 2012), de Pablo Rossi, que cuenta con palabras preliminares de Mariano Grondona y Santiago Kovadloff.
Lo liberal ha sido un concepto estigmatizado por adversarios de toda la vida y corrompido por impostores diversos que lo redujeron a la justificación economicista de circulación del capital.
Abandonada por izquierda y malversada por derecha, la libertad navega a la deriva de catarsis multitudinarias que reclaman haberla perdido en manos de la barbarie de sus representantes.
Bajo esta atmósfera es que la reflexión cobra cuerpo de alegato e intenta alumbrar deudas esenciales con nosotros mismos a la hora de avalar ciertos liderazgos.
A continuación, un adelanto del libro:
Una tarde cálida de septiembre, sin que las horas previas anunciaran el aluvión nocturno posterior, la indignación volvió a las calles argentinas. Huérfana de líderes precisos o consignas claras, a la hora señalada por las redes sociales, una ola de ciudadanos a lo largo y a lo ancho del país manifestaba su hartazgo atmosférico a un Gobierno ejercitado para mandar e incapacitado para escuchar. A una Presidenta aturdida con el propio eco resonando en los rincones del palacio junto al aplauso ruidoso de sus vasallos.
En esa tarde imprevista las calles se llenaron de la misma mansedumbre que antes había entregado en cuotas su paciencia a una facción enviciada de poder. Las cacerolas irrumpieron nuevamente pero en un escenario inverso a aquel que estrenaron en 2001.
En aquellos aciagos días eran la representación de la anarquía por el vacío político. Hoy denuncian la asfixia de un aparato estatal que promueve siervos subsidiados en lugar de ciudadanos libres. Aquello era un grito abierto para "que se vayan todos". Este parece un ultimátum social para advertirle al Gobierno y a la oposición que la democracia es patrimonio colectivo y que sin república, sin alternancia, sin debate real, sin verdad estadística, sin juicio y castigo a la corrupción no hay presente ni futuro desarrollo.
La tara genética del kirchnerismo, aquello que lo hizo temerario y lo ayudó a construir poder temporalmente, ahora lo desestabiliza
Por eso suena inverso, porque los que mandan y los que esperan su turno para mandar no tienen dónde irse. Porque los que están deben quedarse a rendir cuenta de sus actos y sus omisiones hasta el último día que fijan las leyes y después también. Porque lo contrario sería volver a construir golpes contra la propia sociedad y prohijar mártires que busquen réditos en la victimización.
La tara genética del kirchnerismo, aquello que lo hizo temerario y lo ayudó a construir poder temporalmente, ahora lo desestabiliza. Al enemigo lo tienen adentro: el impulso binario amigo/enemigo les impide procesar el disenso como opción. Lo observan como un atentado a su supremacía, como una violación a la obediencia que caracteriza su cultura política. Eso se materializó en la torpeza que exhibieron para explicar las manifestaciones ciudadanas nacidas el 13-S: "gente bien vestida de clase media, golpistas de La Recoleta, resabios de la dictadura, cacerolas de señoras gordas con sus mucamas, gente preocupada por viajar a Miami o por comprar dólares". Mucha torpeza, escasa lucidez. Un terrible error de apreciación y una simplificación flagrante de un fenómeno creado por la propia barbarie oficial y su cadena de excesos.
Nadie sabe lo que surgirá de la indignación argentina de estas horas. No hay precisamente un líder aclamado por las multitudes que las aglutine ni un movimiento específico que las represente. Porque el ruido se hace ensordecedor también a oídos de opositores funcionales al motivo del enojo. Son los signos de este tiempo huérfano y a la vez tumultuoso. Pero resulta extraño que quienes detentan la simbología de aquel movimiento nacido en la incomprensión social de su tiempo sean hoy los discriminadores oficiales de otras masas movilizadas. A no ser que en realidad, los cristinistas de hoy desnuden en sus reacciones el reflejo de aquellas vanguardias esclarecidas que coparon el peronismo en los setenta y pusieron su elitismo al servicio de los peores enfrentamientos.
El ADN del poder consagra y también sepulta al que se envilece sin remedio
La táctica política podrá maquillar las torpezas iniciales pero no cambiará la genética de este grupo narcotizado por el poder. La imposibilidad de retractarse o de cultivar prácticas mas republicanas nace de sus propios eslóganes: "nunca menos" o "ni un paso atrás". Muchos creyeron en esa posibilidad reflexiva o pragmática después de las derrotas de 2008 en las batallas contra el campo o en las legislativas de 2009. El resultado fue la guerra contra Clarín, la fatalidad de la muerte de Néstor Kirchner y la consagración de su viuda como heredera imperial de su legado.
¿Volverán los crédulos a insinuar la redención de quien se piensa a sí misma como la reencarnación de un gran arquitecto egipcio? ¿Tendrá nuestra faraona su nueva tribuna de incautos que la vislumbren como la inquilina de un poder transitorio y no como la propietaria de una factoría que desea ser? Quien esto escribe no estuvo ni estará jamás en esa platea. El presente es tan inestable que cualquier vaticino parece escrito en la arena. Pero la ingenuidad no puede ejercerse ilimitadamente. Los caracteres no se cambian. El ADN del poder consagra y también sepulta al que se envilece sin remedio.
"La única verdad es la realidad", dicen que repetía Juan Domingo Perón a quien quisiera escuchar. O "cuándo los pueblos agotan su paciencia hacen tronar el escarmiento". Para actualizar ambas frases en contextos nuevos el punto crucial es poder determinar la realidad sin falsedades ni disfraces estadísticos y establecer lo más abarcativamente posible quienes conforman ese colectivo llamado pueblo. Y el kirchnerismo, después de haber levantado murallas de mentiras a su alrededor y edificado mundos paralelos habitables solo por "los buenos", tiene serias dificultades para enfrentar la verdad sin maquillajes y la realidad sin la jalea de sus adulones. Por eso el hartazgo se viraliza y las calles improvisan el escarmiento de una clase media que se percibe manoseada y maldecida por un discurso impostor.