Ella está perdiendo todos los días votos de la clase media que la hizo ganar la elección con un porcentaje histórico (una victoria de proporciones desmesuradas que quizá la indujo a pensar que nunca necesitaría de nadie más, ni siquiera del peronismo que tanto desprecia).

Ella ingresó en una peligrosa zona de negación agravada . Ya no sólo niega la inflación y la persistente o la creciente ola de inseguridad. Cuando comenzó la adulteración de las cifras del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (Indec) algunos nos preguntamos si aquello no sería el inicio de algo mucho peor. Si un gobierno era capaz de negar lo evidente o lo que es más fácil de comprobar, como la suba del costo de vida, ¿por qué no podría mentir sobre asuntos más complejos o más difíciles de convalidar?

No era sólo la paranoia de algunos analistas. Ahora Ella también intenta negar la existencia de sucesos tan impresionantes y reales como el 8-N o el paro de anteayer. Pretende hacerles creer a los argentinos que no hubo una huelga general sino un intento de apriete y extorsión. Como si los energúmenos que impidieron la apertura del Café Tortoni o atacaron a unos cuántos colectivos pudieran ser considerados más determinantes que el silencio de las calles y avenidas que registró el líder de la CGT Azopardo, Hugo Moyano.

Ella ha pasado de ser una viuda a la que había que apoyar, porque acababa de perder al compañero de toda la vida, a ser una presidenta incapaz de reconocer el más mínimo error, que actúa como si el resto de los argentinos no existieran.

La profecía del ex canciller Rafael Bielsa, al final, se está cumpliendo. Bielsa se la escribió a Néstor Kirchner, en forma de carta, en diciembre de 2007. Cristina Fernández acababa de ganar las elecciones presidenciales con el 47% de los votos. La euforia del Gobierno todavía retumbaba fuerte. Sin embargo, Bielsa pronosticó: "Néstor, los de esta elección son votos urgentes. Cuando la gente pone los votos de manera urgente, los retira igual: más urgente todavía".

Bielsa tuvo un ligero error de cálculo: se adelantó cuatro años. Sin embargo, el análisis político debería ser reivindicado. Para que se entienda: los votos de Cristina Fernández de octubre de 2012 tuvieron un alto componente emocional y otro alto porcentaje de volatilidad. Estuvieron conformados por el núcleo duro del peronismo kirchnerista, que supo conservar entre el 30 y el 35% de los votos, y por entre un 20 y un 25% de quienes votan de acuerdo a su economía de bolsillo, su humor o la percepción que tienen del candidato durante las dos semanas previas a la elección.

Ahora, los que analizan la política con las encuestas en la mano están divididos en dos grandes corrientes de opinión. En una se ubican quienes sostienen que los votos volátiles se pueden recuperar con decisiones correctas. Argumentan que por eso son volátiles. ¿De qué decisiones hablan? Del tipo de medidas que hicieron que la derrota de Néstor Kirchner en junio de 2009 se transformara en una paliza electoral a la oposición en octubre de 2011. Medidas de alto impacto económico y social como la asignación por hijo o el ingreso al sistema jubilatorio de cientos de miles de argentinos que no tenían sus papeles en regla.

La lógica que emplea este grupo de pensadores es la siguiente: si la Presidenta responde a las demandas que le están haciendo hoy recién más cerca de las elecciones legislativas del año que viene, los argentinos volátiles se lo agradecerán en las urnas, votando a los candidatos de Cristina. Algunos, incluso, se atreven a deducir que Ella está juntando dinero para otorgar, justo antes de los comicios, un beneficio "universal" de un impacto parecido a la asignación por hijo. Un encuestador muy cercano a la Casa Rosada habla, incluso, del otorgamiento del 82% móvil que viene pidiendo casi toda la oposición desde 2003.

En la otra corriente están los que sostienen que la jefa de Estado ya abusó demasiado de la paciencia de la clase media formadora de opinión. Que la designación unilateral del piantavotos vicepresidente Amado Boudou, la negación de la responsabilidad en la tragedia de Once, la agresión a la libertad individual y económica que implica el cepo cambiario, su posición frente a los casos de inseguridad, los ataques personales y del gobierno nacional a Daniel Scioli, Mauricio Macri y Hermes Binner, el papelón en las universidades de Georgetown y Harvard, los aprietes a los jueces, su pelea interminable contra el Grupo Clarín y los medios y periodistas críticos, y los oídos sordos que parece hacer frente a las demandas del 8-N y el 20-N constituyen una cadena de desaciertos demasiado importante como para ser olvidados en la próxima elección.

"Nosotros venimos midiendo el sube y baja de Cristina desde 2007 hasta ahora. Es verdad que Ella remontó hasta el cielo cuando estaba en el subsuelo por lo menos en dos oportunidades. Lo que pasa es que cada vez se desgasta más. Y la imposibilidad de sucederse a sí misma la va alejando todos los días un poco del imaginario colectivo del votante", me dijo uno de los responsables de una de las encuestadoras que menos se equivoca.

El otro elemento político que explica la creciente soledad y el mayor aislamiento de Cristina Fernández es que los Generales del sistema peronista ya le perdieron el miedo. El gobernador Scioli no se sale de su libreto en público, pero ya no tiene miedo de hablar por teléfono ni de encontrarse con cualquiera que contribuya al armado de su candidatura presidencial. Macri ha empezado a recibir la visita de kirchneristas que antes no le respondían los mensajes de texto. Sergio Massa se mueve como un candidato a legislador o a presidente por fuera del Frente para la Victoria. Por lo menos dos ministros del Gabinete de la Presidenta han comenzado a preparar el terreno para dar un salto hacia el futuro. Están dolidos y asustados. Consideran que el gran error de la Presidenta ha sido la incorporación compulsiva de los chicos ambiciosos e inexpertos de La Cámpora.

Uno de ellos dijo la semana pasada: "Se salteó a dos generaciones de peronistas. Puso en cuestión nuestra razón de ser". Ellos se consideran parte de un sistema de poder que sobrevive desde hace treinta años. Y por ahora no se piensan suicidar.