El puente más evidente hacia aquel pasado es la combinación de inflación con enfriamiento de la economía. Aunque con distinta etiología y otras magnitudes, el fenómeno se está reproduciendo. Y Cristina Kirchner lo aborda con un criterio parecido al del fallecido presidente radical: intenta mantener el nivel de ocupación.
La principal proyección de este enfoque sobre el mundo del trabajo es el deterioro del poder adquisitivo del salario. Como en los 80, el mercado laboral no ajusta hoy por cantidad, sino por precio.El número de empleados se mantiene, pero la remuneración disminuye en términos reales. El malestar se concentra en el universo de los ocupados. Y determina una mayor movilización gremial. Hace un cuarto de siglo, el crecimiento del producto se contrajo a medio punto. Pero, en vez de dispararse la desocupación, los trabajadores perdían capacidad de compra. Era el reino de Saúl Ubaldini y sus 14 paros generales.
Esa dinámica es muy distinta a la del agotamiento de la convertibilidad. Durante el ciclo 1998-2002, la pérdida de puestos de trabajo fue mucho más intensa que la caída del salario. El mercado laboral ajustó por cantidades, no por precio. El creciente desempleo no engendraba un Ubaldini. Aparecían en escena los desocupados. Y su líder: el piquetero.
Cada vez que se refiere al conflicto laboral, la Presidenta insiste en garantizar los puestos de trabajo. Pero sigue sin hablar de la inflación. Esta negación ha devuelto al sindicalismo un poder que no tenía desde los tiempos de Alfonsín y que tampoco registra hoy en el resto de la región. Sólo en la Argentina la peripecia sindical llama la atención del periodismo.
La resistencia a tratar el problema de los precios priva a la señora de Kirchner de cualquier alianza sindical. Por razones casi siempre inconfesables, la CGT Balcarce se somete al Gobierno. Pero no lo defiende. Varios de sus dirigentes enfrentaron anteayer la indisciplina de sus bases, cabecillas o simples afiliados, que se plegaron a la protesta. Ferroviarios, colectiveros y taxistas, por ejemplo.
El revival ochentista tiene otra dimensión interesante. Otra vez los líderes sindicales son la vanguardia de un peronismo que ha decidido distanciarse poco a poco del Gobierno. Los funcionarios denunciaron las motivaciones políticas del paro de anteayer. Tienen razón. Aunque el reproche esté plagado de contradicciones. ¿O Moyano no se convirtió en vicepresidente del PJ nacional y bonaerense gracias a los Kirchner? ¿O no fue un diligente puntero electoral de la Presidenta hasta el año pasado? ¿Acaso ella no llevó a Facundo Moyano, a Héctor Recalde y a Omar Plaini en sus listas? Son anécdotas.
La novedad que hay que observar es que, otra vez, el conflicto sindical es el primer capítulo del conflicto sucesorio. Antes de convocar al paro general, Moyano presentó en Huerta Grande un Programa de la CGT para una Argentina con Justicia Social. Es inevitable que esa plataforma de 21 puntos evoque los 26 puntos con que Ubaldini respondió al Plan Austral de 1985. Aquel programa fue el esmeril que un peronismo aún inhabilitado por el fracaso electoral aplicaba a la administración de la UCR. La experiencia se repetiría una década más tarde. Enmascarado detrás de la huelga que Gerardo Martínez declaró en 1995 contra el reelegido Carlos Menem, Eduardo Duhalde comenzó a distanciarse del gobierno nacional.
El paro de anteayer debe ser evaluado en el contexto de la disputa electoral. La CTA de Pablo Micheli es la organización más consistente con que cuenta el Frente Amplio Progresista que postuló a Hermes Binner en 2011. Y en el Partido Obrero de Jorge Altamira no cabe distinguir, por razones conceptuales, entre conflicto sindical y estrategia partidaria.
Pero la verdadera novedad es el significado de esta medida de fuerza en la interna peronista. Dos días antes de liderarla, Moyano volvió a señalar a Daniel Scioli como candidato a presidente. El otro promotor de la protesta, Luis Barrionuevo, es un discreto aliado de José Manuel De la Sota. Moyano y Barrionuevo todavía no han despejado sus diferencias. Ni siquiera se han reunido. Pero ya evalúan otro conflicto para antes de fin de año.
Debajo de la ebullición sindical se mueven las piezas de una guerra de poder. La voz de largada la dio Diana Conti. El domingo pasado la nacion publicó declaraciones reveladoras de esta talibana de la Presidenta. Conti admitió que el compromiso de un grupo de senadores y diputados en contra de la reforma constitucional obligaba a dar de baja el proyecto de reelección, del que ella fue la más temprana abanderada. Confesó que el kirchnerismo carece de una alternativa a ese proyecto. Y también de un candidato presidencial que lo represente en plenitud. Eufórica o desilusionada, Conti siempre es sincera. Además, dio verosimilitud a versiones muy confiables sobre la intimidad del poder. Después del 8-N, Cristina Kirchner se reunió en Olivos con Carlos Zannini, Julio De Vido y Florencio Randazzo para decirles que había dado todo lo que tenía para dar y que su ciclo concluía en 2015.
Este clima oficial se corresponde con los movimientos que se registran fuera del palacio. La Presidenta, que perdió el monopolio de la subordinación sindical, también esta perdiendo el de la obediencia partidaria. De la Sota se lanzó a la carrera presidencial en la provincia de Buenos Aires. Su mano derecha, Carlos Caserio, organiza actos en Lomas de Zamora, Avellaneda, Lanús y San Martín.
Sergio Massa también avanza confiado en encuestas que lo ubican 7 puntos por encima de Alicia Kirchner en intención de voto. Formó una liga integrada por los intendentes de San Fernando, San Martín, San Miguel, Hurlingham, Olavarría, Villegas, Mercedes y Escobar. Y negocia con Jesús Cariglino, de Malvinas Argentinas. ¿Cómo aplicará Massa ese capital? Podría enfrentar al kirchnerismo como candidato a diputado. Pero esa opción le impediría heredar a algunos sectores que hoy están con el Gobierno. Además, ¿dejaría Massa la vistosa intendencia de Tigre para ocupar una banca de diputado? Ni él puede resolver estos dilemas.
Con independencia de su desenlace, el activismo de Massa tiene consecuencias inmediatas. La principal es que despierta a Scioli. El gobernador seguirá elogiando a la "Presidenta coraje", aun cuando la encuentre decaída, como hace diez días, en un diálogo a solas en Olivos. Pero el sábado pasado Scioli reunió en el hotel NH-City a peronistas de todas las provincias. El encuentro fue organizado por un grupo que ya funciona como comité de campaña: José Pampuro, Baldomero "Cacho" Álvarez, Isidoro Laso y Federico Scarabino. Entre los asistentes no había ninguna celebridad del interior. Pero cuando se repasan las delegaciones se puede identificar a feligreses de Eduardo Fellner (Jujuy), Juan Carlos Romero (Salta), María Caparros (Tierra del Fuego) o Roxana Latorre (Santa Fe). Scioli les transmitió dos mensajes: "Los invito a acompañarme en 2015" y "el Gobierno debe hacer algunas correcciones".
La estrategia de Scioli prevé jugadas menos visibles. Roberto Lavagna está casi decidido a postularse como senador en la ciudad de Buenos Aires. Sostendrá su candidatura en el peronismo no oficialista del distrito que organiza Alberto Iribarne. Sólo Alberto Fernández no fue convocado. Scioli no lo admitirá nunca, pero este lanzamiento es el resultado de las largas conversaciones que mantuvo con Lavagna. El paso es importante: Lavagna es el expositor de un cuestionamiento general a la política económica al que el gobernador de Buenos Aires, tarde o temprano, va a sumarse. Son las misteriosas correcciones que pidió el último sábado.
La disputa sucesoria del PJ ha comenzado. En el horizonte se dibujan dos candidaturas: Scioli y De la Sota. ¿Habrá otras? Tal vez Massa. O Lavagna. La incógnita más urgente es otra: cómo se relacionará Cristina Kirchner con este proceso. Hasta ahora su liderazgo se sostuvo en relaciones de mando y obediencia. Ese método será cada vez menos eficiente. Como al campo están bajando otros jugadores, le harán falta otras destrezas: el diálogo, la negociación, a veces el acuerdo. De lo contrario, corre el riesgo de insistir en que "a mí no me corre nadie" cuando ya la estén corriendo.