El conflicto irá a la Justicia como fue, además, el pleito entre Hugo Yasky, el docente kirchnerista, y Pablo Micheli por la titularidad de la CTA. Micheli ganó en su momento las elecciones internas de esa organización sindical que Yasky jamás reconoció.

La maniobra de Tomada fue de libro, sobre todo, teniendo en cuenta sus antecedentes acerca de cómo había procedido con la CTA. Ha quedado formalizado en los papeles aquello que se verificaba en los hechos: que Yasky y Caló son los socios gremiales de Cristina Fernández en este tramo inicial y tempestuoso de su segundo mandato. El docente está cómodo gozando de prebendas. El kirchnerismo lo convoca, incluso, para actos públicos que no refieren a temas laborales. Caló, los “Gordos” y los “independientes”, en cambio, sienten estar sometidos a cierta discriminación . El Gobierno los mantiene apartados, los convoca a reuniones inexplicables (como la que celebraron la semana pasada con el jefe de Gabinete, Juan Manuel Abal Medina) y no satisface todavía ninguna de sus reivindicaciones. En ese contexto, la decisión de Tomada debería ser interpretada por ellos como una satisfacción.

Aunque no la sea

El primer efecto político de ese blanqueo tampoco pareció resultar el mejor. Bastó el anuncio oficial para que Luis Barrionuevo comunicara su adhesión al paro del 20 de noviembre que motorizan Moyano, Micheli y el titular de la Federación Agraria, Eduardo Buzzi. Esa decisión no debiera verse como un acercamiento firme entre el dirigente gastronómico y el líder camionero. Perviven entre ellos diferencias personales y políticas. Pero está claro que Barrionuevo le habría dicho adiós a cualquier hipotética negociación con los cegetistas de Cristina. Hasta hace poco habían estado tramando una conducción colegiada. Pero la Presidenta le bajó el pulgar.

Barrionuevo, a la hora de actuar, difícilmente pueda recurrir a la búsqueda de equilibrios. Mantendrá su CGT Azul y Blanca, de donde partió hace tiempo uno de sus socios principales, Gerónimo Venegas, ahora con Moyano, pero no tendrá cabida en otro territorio sindical que aquel que agrupa fuerzas sólo para confrontar con el Gobierno.

Allí la figura de Moyano se recorta, por peso propio, pero también por las dificultades que exhibe la CGT Balcarce para encontrar un lugar al lado del Gobierno y una buena dosis de cohesión. Cristina se enfureció muy temprano con ellos por el últimátun que dio el lucifuercista Oscar Lescano para recibir respuestas sobre algunas de las demandas, en especial el aumento del mínimo no imponible. Ni qué hablar cuando su predilección política futura apuntó en torno a Daniel Scioli, el gobernador de Buenos Aires y enemigo del cristinismo.

Esa inconsistencia del sindicalismo oficial parece contrastar con la prudencia con que Moyano y Micheli irían controlando una alianza que tampoco está exenta de cortocircuitos. De hecho, el ceteísta rezongó por aquella fotografía del camionero con Mauricio Macri, el jefe porteño.

“Hablamos dos o tres pavadas. ¿No escuchaste lo que dijo Lula?” , lo aleccionó. El ex presidente de Brasil aconsejó a Moyano –y a toda la oposición– una cosa: nunca se llega al poder si no se saben construir alianzas amplias. Fue su propia experiencia como cabeza indiscutida del PT.

Cristina no parece haber conseguido hasta ahora ninguno de los objetivos políticos que pareció perseguir con la ruptura con Moyano. Podrá aceptarse que en lo personal, en cambio, se sacó una compañía incómoda. Nunca comulgó con el camionero, ni aún en los tiempos en que Néstor Kirchner vivía y lo tenía de brújula en el mundo sindical.

Pero otras cosas no sucedieron. O sucedieron al revés. La Presidenta siempre supuso que la proximidad de Moyano afectaba su prestigio . Es muy posible que en muchos momentos de esa sociedad de nueve años haya sido así. Pero, curiosamente, desde que se consumó la ruptura el líder camionero parece haber escalado en la opinión pública.

Salió de un pozo negro en que permanecía tumbado. Tal vez, la simple voluntad de desafiar a Cristina en público causó ese fenómeno.

El kirchnerismo especuló también con la pérdida de poder del camionero. Depende del cristal con que se mire esa realidad. Es cierto que Moyano resignó muchos de los favores que tuvo por años de los Kirchner. Pero construyó una CGT más homogénea, que pretende potenciar con su acercamiento a la CTA. Los gremios que están con la CGT Balcarce hacía tiempo que se habían distanciado de él. Siempre le endilgaron un personalismo incontrolable.

También el Gobierno falló cuando, tras el divorcio, apostó a la soledad de Moyano . El camionero, en la nueva circunstancia, supo mutar su habitual sectarismo por una estrategia de brazos abiertos. Que excede, está a la vista, la geografía sindical. Anduvo en reuniones con radicales, socialistas, peronistas disidentes y hasta se atrevió con Macri. Como ensayo asomó interesante salvo que, ante el vacío existente, Moyano empiece a presumirse como posible eje de una alternativa electoral cuyo primer paso serían las legislativas del año próximo. En ese caso, podría desmadejar rápido todo lo que ha tejido en este tiempo.

Aquella presunción suya, quizás, tenga que ver también con la inacción que observa en el peronismo. Aguarda señales de Scioli, de ciertos intendentes bonaerenses –sobre todo Sergio Massa, de Tigre– y de gobernadores que se quejan por lo bajo. Pero su urgencia no sería aún la de todos aquellos.