Según datos que maneja el puñado de gente que recibe información del pequeño círculo de agraciados que tiene contacto directo con la Presidenta, el futuro de Ricardo Echegaray como jefe de la AFIP estaría tornándose de castaño a oscuro. Cristina, según se cuenta, luce fastidiada de veras con el funcionario. Lo acusa de “espantarme a la clase media” por la evidente improvisación y arbitrariedad en las medidas de torniquete sobre el dólar y los gastos de turistas en el exterior. Como si no existieran la inseguridad, la inflación, el cansancio por el estilo mandón. Como si Echegaray hiciera lo que hace actuando por su cuenta. Pero la culpa, se sabe, siempre es de los otros. Los robustos cacerolazos de anoche en todo el país explican y condensan esta última furia.
Se asegura además que la Presidenta ya enfocó a una mujer para la hipotética sucesión de Echegaray: se trata de María Siomara Ayerán, actual titular de la Aduana. La dama, de larga carrera en la administración, llegó a ese cargo hace un par de años promovida por el propio Echegaray, quien así desplazó a Silvina Tirabassi, con la que se había enfrentado por cuestiones delicadas, como el control de contenedores y las acciones sobre el contrabando y el narcotráfico.
Todo el embate de Echegaray y la AFIP tiene un pobrísimo resultado: el drenaje de dólares nunca frenó. A cambio, floreció un fastidio que alcanza a mucha clase media que quizá votó a Cristina en la última elección.
Para colmo, el jefe de la AFIP exhibe algunas inconsistencias irritantes . Como recomendarnos veranear en el país mientras él disfruta de una casa en Punta del Este. Nada que la ley prohiba. Pero la mujer del César tiene que ser y parecer honesta. A cuento de estos asuntos, Echegaray no es ni parece.
Además, el poder todavía tiene una cuenta pendiente con el jefe de la AFIP. El 9 de marzo, tras el estallido del escándalo Ciccone, Echegaray se apuró en confirmar que le había dado condiciones inusualmene ventajosas a la imprenta de billetes para zafar de su quiebra, siguiendo una expresa recomendación del entonces ministro de Economía, Amado Boudou . La AFIP había pedido por nota la opinión de Economía, en noviembre de 2010. Ni siquiera así Echegaray pudo despegarse de la investigación por Ciccone. Lo que sí logró fue aportar una prueba documental importante para enterrar más a Boudou.
Visto desde este punto, su eventual desplazamiento podría verse como otra cabeza rodando en defensa de la única pieza que Cristina no quiere entregar . En esa lista ya están un procurador general, un juez y un fiscal. Pero Boudou tiene sus propios problemas con el caso Ciccone, que la protección política de la Presidenta quizás no alcance a resolver.
Noches atrás se organizó una virtual cena de desagravio al desplazado procurador Esteban Righi. El lugar de convocatoria no dejó de ser original: la casa del propio Righi. Casi como si fuera un auto-desagravio. Pero la sustancia de la noche fue la concurrencia: una larga lista de jueces y fiscales, varios de ellos a cargo de causas de alta sensibilidad para el Gobierno. De esa cofradía Cristina y sus funcionarios pueden esperar parálisis por temor, pero nunca una comprensión sincera . Cuando puedan, más tarde o más temprano, les van a pasar la factura por el atropello sobre un Poder Judicial que nunca se mostró hostil al Gobierno, pero olvidó que sólo la subordinación sin matices es hoy la conducta aceptada.
Mientras esas intrigas se cocinan, los políticos del oficialismo velan armas para una guerra que quizá nunca llegue a producirse. Para que la paz precaria no se rompa debe tener éxito la estrategia de disuasión nuclear del cristinismo, apuntada a que Daniel Scioli se rinda sin pelear y renuncie a su ambición presidencial.
En esa dirección hay una cruzada que reúne a funcionarios del Gobierno nacional, al conspirativo vicegobernador Gabriel Mariotto y los cristinistas provinciales, y a los entusiastas izquierdistas CFK que lidera Martín Sabbatella. El capítulo más fresco se escribió anoche, con el informe en la Legislatura platense sobre el crimen de la pequeña Candela. Allí, una comisión controlada por Mariotto condenó el accionar policial en el caso y señaló la responsabilidad política del ministro de Seguridad y Justicia, Ricardo Casal, símbolo de la resistencia de Scioli al avasallamiento final ( ver pág. 18 ).
Muchas veces parece que esa ofensiva constante tendrá éxito, en vista de la timidez con que reacciona el sciolismo . Otras veces el gobernador emite señales que hacen suponer que su emprendimiento sigue con vida. La última de estas ocasiones excepcionales se registró el lunes, cuando alrededor de setenta ministros y legisladores, intendentes y dirigentes, se reunieron en la sede porteña del Banco Provincia en un encuentro que encabezó el propio Scioli.
Se escuchó una ratificación rotunda del proyecto 2015, si bien presentado como una “continuidad” del proceso iniciado en 2003 con Scioli como vice de Kirchner. Y con la salvedad, que siempre hace el gobernador, de que todo depende de que Cristina no quiera buscar su re-reelección. Pero el propósito resultó inequívoco. Y la intencionada alusión a la re-re de Cristina, ya se ha visto, antes que abrir consenso en la sociedad lo que va consiguiendo es galvanizar a sus opositores.
Dirigentes de La Juan Domingo, agrupación ortodoxamente peronista que no puede ver a los CFK ni dibujados, reclamaron en esa reunión que los ministros y funcionarios de Scioli sean más despiertos y generosos , permitiéndoles disponer de recursos con los cuales “hacer política con la gente” . El clientelismo es mala palabra solamente para quienes no lo ejercen ni reciben sus beneficios.
Dijeron los ásperos voceros de La Juan Domingo que no podían seguir yendo con las manos vacías a reclutar adherentes a la causa sciolista. Aseguran que Scioli se mostró comprensivo y dio instrucciones en esa línea.
Ninguno mencionó la cifra, pero todos sabían qué es lo que tienen enfrente. En nombre de Cristina, Julio De Vido les prometió obras por 12.000 millones de pesos a los intendentes amigos en la Provincia. Ese chorro generoso se derramará el año próximo, cuando se acerque el momento electoral. Es el argumento más potente que le queda al relato.