Es cierto que hubo una clara protesta por la falta de respuesta del Poder
Ejecutivo Nacional a problemas que el oficialismo pretende ignorar, tales como
la inseguridad, la inflación o la corrupción. Es cierto también que existió un
meridiano rechazo a la conculcación de libertades y a cualquier proyecto de
reelección presidencial indefinida. Pero el clamor que se extendió por calles y
plazas del país tuvo como principal destinatario a la dirigencia de la
oposición.
Una mayoría de los ciudadanos que ayer se movilizó no votó a Cristina Kirchner en octubre del año pasado ni es optimista sobre la posibilidad de que su gobierno tenga voluntad de cambiar las cosas. Las manifestaciones callejeras expresan probablemente más una demanda a la oposición que a un gobierno del que la mayor parte de quienes salieron a las calles espera cada vez menos.
La angustia expresada por los manifestantes reconoce un fuerte fastidio hacia los abusos de poder. Pero también desesperación por la ausencia de una articulación de las fuerzas opositoras que pueda representarlos fielmente.
Los actos de protesta de ayer, que no se veían en ciudades como la de Buenos Aires desde las movilizaciones a favor del campo en 2008, constituyeron un hito en materia de movilizaciones. La gente fue convocada por medio de las redes sociales, sin filtros partidarios ni aparatos políticos, sin micros y sin mayor difusión por parte de los medios de comunicación masivos tradicionales.
Fueron el reflejo de una enorme porción de ciudadanos a la espera de un liderazgo, que deberá ser construido colectivamente, capaz de tomar sus banderas y posibilitar una alternativa electoral frente a una fuerza que gobierna desde hace casi diez años.
Desde el oficialismo se intentó minimizar la convocatoria, sugiriendo que se vinculaba con el rechazo al cepo cambiario y a las restricciones para obtener dólares. Se trata de una visión absolutamente sesgada.
El reclamo de fondo, en todo caso, guarda relación con la percepción de un Estado que ejerce controles policíacos para evitar que muchos argentinos comunes y corrientes se puedan hacer de un puñado de dólares, al mismo tiempo que se muestra impotente para combatir a los verdaderos delincuentes y a los corruptos que anidan en el propio gobierno nacional.
Tiene que ver, también, con una creciente inseguridad, agravada por gestos como la liberación temporal de presos para que asistan a actos partidarios organizados por fracciones del oficialismo. No fue casual que las protestas callejeras alcanzaran un alto nivel de adhesión en distintos centros del conurbano bonaerense, donde el auge de la delincuencia castiga a muchos vecinos.
Se relaciona, a su vez, con el hartazgo social frente a las crecientes amenazas contra el derecho de propiedad y contra las libertades individuales; frente a un gobierno que pretende decirle a cada argentino lo que debe hacer con sus ahorros y hasta cuánto dinero podrá gastar si comete el desatino de pretender viajar fuera del país.
Mientras sonaban las cacerolas, pasadas los ocho de la noche, desde San Juan, la Presidenta expresó: "Yo nerviosa no me voy a poner ni me van a poner". Y casi inmediatamente, cuando sus seguidores empezaban a entonar el clásico estribillo "borombombón, para Cristina la reelección", la primera mandataria señaló: "No se preocupen, porque desde el lugar que me toque estar voy a hacer lo que siempre hice: militar y trabajar".
Lo cierto es que este llamado de atención ciudadano la obligará a desacelerar el ritmo de una movida reeleccionista que no sólo generó puentes entre la oposición, sino que desnudó un fuerte rechazo de la opinión pública.