La lenta pero persistente campaña del kirchnerismo para instalar el debate sobre una nueva reforma constitucional que permita la segunda reelección consecutiva de Cristina Fernández de Kirchner pareció sacar de su letargo a algunos dirigentes de la oposición.
El pánico que está generando esa avanzada cristinista en dirigentes opositores y también en empresarios no se explica únicamente por la búsqueda de la re-reelección, un clásico que nos remite a los últimos años de Carlos Menem en el poder. Se debe entender, fundamentalmente, por la voluntad que expresan representantes del oficialismo de abandonar los principios liberales que inspiraron la Constitución de 1853/60 y por copiar modelos constitucionales como el chavista o el ecuatoriano, que consagraron el hegemonismo presidencial.
Se advierte también en los anteproyectos de pensadores de Carta Abierta o de Luis DElía -por citar a algunos de los abanderados de la reforma constitucional- una intención de avanzar en dirección contraria al federalismo y favorable a un mayor centralismo y unitarismo fiscal, con el que el gobierno nacional podrá ampliar sus mecanismos de sometimiento financiero a las gobernaciones provinciales.
Las ideas del miembro de la Corte Suprema Eugenio Zaffaroni tendientes a una reforma constitucional que instituya un sistema parlamentarista han quedado por ahora en el olvido. En el corazón kirchnerista esa alternativa nunca fue seductora.
Si en algún momento el gobierno nacional le dio aire al magistrado para que avanzara en su proyecto, fue para mantener una vía capaz de persuadir a otros sectores políticos, empezando por la UCR, de sumarse al debate sobre la reforma. Sin embargo, impera hoy en el radicalismo un criterio mayoritario de que no se debe ceder siquiera a la posibilidad de abrir la discusión. Se califica al kirchnerismo como nada confiable, al tiempo que existe el convencimiento de que ni a la Presidenta ni a sus primeras espadas les interesaría avanzar hacia el parlamentarismo.
Es que los sistemas semipresidencialistas o parlamentarios pueden provocar situaciones de "cohabitación", como la que protagonizaron desde 1986 el presidente socialista francés François Mitterrand con el derechista Jacques Chirac como primer ministro. "¿Pueden imaginarse a Cristina compartiendo el poder con alguien de otro partido?", se preguntó con sorna un hombre del radicalismo.
Del mismo modo, uno de los más importantes juristas de esa fuerza política, Ricardo Gil Lavedra, puntualizó que si el kirchnerismo estuviera dispuesto a considerar un sistema parlamentarista, habría recurrido a algunos de los mecanismos semipresidencialistas que contempla nuestra Constitución, tras su reforma de 1994. Entre ellos, la posibilidad de que la Presidenta delegue amplias facultades en su jefe de Gabinete. Esta figura, que cuando se firmó el pacto de Olivos entre Menem y Raúl Alfonsín, en 1993, fue pensada por la UCR como una suerte de primer ministro, hoy ni siquiera tiene atribuciones para convocar a una reunión de gabinete.
La oposición podría encontrar, así, un caballito de batalla común en su rechazo a la perpetuación en el poder. Claro que el camino hacia la alternancia requerirá de sus dirigentes muchos más sacrificios.