Es probable que tarde mucho tiempo antes de hacer públicas sus intenciones de sucederse a sí misma, pero las señales políticas que así lo indican, para quienes las sepan leer, son contundentes. El primer dato, inequívoco, es que el círculo íntimo de la Presidenta piensa en las elecciones legislativas de octubre 2013 como su plataforma de lanzamiento. Y para eso, entre otras cosas, está acumulando dólares y juntando dinero desde el propio Estado. Lo escribió la semana pasada Mariano Obarrio en este diario y ningún funcionario salió a desmentirlo: se viene, el año que viene, una batería de iniciativas y proyectos sociales con alto impacto en el electorado; incluso, entre quienes hoy aseguran que no la votarían por nada del mundo. La suba del mínimo no imponible, el aumento de la asignación por hijo y la posibilidad de reconocer en la práctica el 82 por ciento móvil a todos los jubilados son sólo algunas de ellas. También preparan otras medidas con la intención de captar el voto de la juventud y de los sectores más progresistas, como la despenalización del consumo de cierto tipo de drogas.
Un ministro de este gobierno cree que si los números de la economía empiezan a repuntar antes de fin de año y el precio de la soja se mantiene en los niveles actuales, la administración va a tener resto para hacer lo anterior y mucho más, ayudada por una oposición fragmentada y en estado de parálisis casi continua. "Tendremos un escenario parecido al de después de la derrota de junio de 2009. Vamos a presentar un paquete de leyes sociales mientras la oposición hace de títere del Grupo Clarín", alardeó. El segundo dato que indica que la Presidenta estaría dispuesta a mantenerse en el poder es la lectura que hace el círculo íntimo de las últimas encuestas. Para ellos, la caída de la imagen positiva y la intención de voto de la jefa del Estado ya llegó "a su piso" y todo lo que venga ahora es una buena noticia. Para explicarlo mejor: si la tragedia de Once, el escándalo de la ex Ciccone, el corralito verde y la creciente ola de inseguridad no llegaron a perforar una base electoral de entre el 35 y el 40% de los votos, ¿quién estaría en condiciones de enfrentarse a Cristina Fernández, si se le ocurre candidatearse para una nueva gestión presidencial? El único al que ahora mismo consideran un límite para su sueño de eternidad se llama Daniel Scioli, que en algunas zonas del país mide todavía un poco mejor que Ella. Pero los soldados de Cristina están convencidos de que tarde o temprano se lo van a terminar "cargando" porque tienen "más recursos", "más voluntad" y porque suponen que su esfuerzo sostenido por mostrar a un gobernador que "no sabe administrar" al final va a penetrar en una buena parte de la sociedad. Sólo es una cuestión de tiempo, dicen.
"Si las elecciones fueran hoy, a Cristina la volvería a votar más del 40 por ciento de los argentinos, y muy lejos aparecerían [Hermes] Binner o [Mauricio] Macri, porque está claro que los puntos que perdemos nosotros no los capta ningún dirigente de la oposición", me dijo un legislador nacional del partido del Gobierno que recibe todas las encuestas. "¿Y Scioli?", le pregunté. "Daniel mide mucho dentro del Frente para la Victoria. Pero ni nosotros ni él tenemos muy claro cómo le puede ir si decide romper y armar una lista propia", me respondió. "Scioli nunca va a romper", especulé. "Entonces, el año que viene, va a tener que cedernos los mejores lugares de la lista, incluido el primero, porque a los candidatos del Frente para la Victoria los va a poner la Presidenta, ya que entiende que es la única manera de mantener vivo el proyecto nacional y popular", terminó la conversación el cristinista.
El plan A de los muchachos de la Presidenta es ir a las legislativas del año que viene "con Daniel adentro" y obtener más del 40 por ciento de los votos para incorporar más diputados y senadores nacionales y quedar a las puertas de los dos tercios, de manera de poder plantear así la reforma constitucional con reelección incluida. El plan B es una profundización del operativo de demolición y asfixia, que ponga a Scioli contra las cuerdas y apenas le deje energía para terminar su mandato con cierta dignidad.
En rigor, Cristina Fernández ya está en campaña. Sólo que no se trata de una campaña electoral clásica, sino de una que inauguró no bien asumió el poder Néstor Kirchner, en 2003, y que consiste en medir la reacción de los votantes casi todos los días, a través de encuestas de opinión, y después operar para cambiar el mal humor o mejorar el existente. ¿Cómo se explican, de otra manera, la presentación de tres cadenas nacionales en una semana? ¿Cómo se entienden, si no, los preparativos "bélicos" para obligar al Grupo Clarín a desinvertir sin más demoras, a partir del próximo 7 de diciembre? ¿Cómo se debe interpretar, si no es en clave de campaña electoral, la subejecución del presupuesto nacional en rubros como vivienda, educación y salud y la sobreejecución en propaganda, publicidad oficial y financiamiento de medios amigos?
La gran campaña no explícita, la que no se ve con tanta claridad en el medio del día a día es la que tiende a mostrar a la Presidenta como la única opción posible. Como la única alternativa disponible para gobernar un país complejo, con permanentes conflictos de intereses entre sectores poderosos y como parte de un mundo que, de acuerdo con las palabras de Ella y su viceministro Axel Kicillof, amenaza con caerse encima de la Argentina. Para ponerlo en los términos que utilizan dirigentes como Aníbal Fernández y Gabriel Mariotto, Cristina Fernández debería seguir gobernando mientras conserve la lucidez "porque todavía no apareció nadie que le llegue a los talones".
La misma estrategia de demolición del adversario y de endiosamiento de la figura presidencial desplegaron quienes trabajaron para la primera y la segunda reelección de Carlos Menem, en 1995 y en 1999. En términos generales, eran menos feroces y crueles que los actuales gladiadores de la Presidenta. Incluso algunos de los que juraban dar la vida por Menem ahora trabajan para Ella. Deberían recordarle, si le quieren prestar un buen servicio, lo que les pasa a los políticos demasiado ambiciosos que pretenden forzar las leyes para perpetuarse en el poder. Y deberían comentarle, si tienen la oportunidad, cómo fue que el ex presidente pasó de todopoderoso a innombrable. Se trataba de una misma persona, votada una y otra vez, hasta que un día la mayoría de los argentinos decidió que nunca lo había elegido.