Uno de los episodios más famosos de su biografía recibió el nombre de jornada de los incautos porque la reina madre de Luis XIII, María de Médicis, y los miembros de la familia real, que dominaban la corte, conspiraron contra el cardenal y creían haberlo vencido mientras el propio rey parecía haberle bajado el pulgar hasta que el irresoluto titular de la corona se dio vuelta a último momento, sosteniendo a Richelieu y dejando a la intemperie a los miembros de su propia familia, que habían cantado victoria prematuramente. Desde este antiguo antecedente se llama "jornada de los incautos" a todas aquellas situaciones en las que los aparentes vencedores en la lucha por el poder no advierten a tiempo que, en realidad, están perdiendo.
¿Se aplica esta clásica anécdota a la muerte y resurrección de Amado Boudou? El vicepresidente, como Lázaro, parecía haber muerto. Como Lázaro también, alguien más poderoso que él lo volvió a la vida sorpresivamente, cuando los demás ya lo velaban. Hasta hace pocos días al vicepresidente de Cristina Kirchner lo creían muerto y habían empezado a velarlo debido a las gravísimas acusaciones de corrupción que pesan sobre él, pero, a último momento, la presidenta Kirchner lo devolvió a la vida.
La agonía de Boudou culminó hace diez días, el jueves 5 de este mes, cuando el vicepresidente contraatacó, en estado de absoluta soledad, en una "conferencia de prensa" en la que no hubo prensa digna de este nombre y hasta sus íntimos amigos se habían evaporado. Boudou, sin embargo, aprovechó esta insólita circunstancia para denunciar al procurador Righi, al juez Daniel Rafecas y al fiscal Carlos Rívolo, que lo estaban investigando. ¿Era el suyo un manotón de ahogado?
Pocas horas después, sin embargo, la Presidenta lo apoyó mientras le soltaba la mano a quien aparecía como su mayor amenaza, el procurador de la Nación, Esteban Righi. Hoy, Righi está en su casa mientras Boudou, habiendo recuperado su sonrisa, se sienta de nuevo junto a la Presidenta.
Dejar de lado al procurador ha sido, sin duda, una decisión difícil para Cristina, ya que si de alguien puede decirse con propiedad que es un camporista de la primera hora no es de los jóvenes ampliamente financiados por el Estado que hoy integran La Cámpora, sino del propio Righi, quien en 1973, como ministro del Interior del presidente Cámpora, inició la reivindicación de los Montoneros que entonces estaban presos por el proceso judicial que se les había iniciado, liberándolos de la cárcel quizá sin advertir que muchos de ellos volverían a matar antes de regresar al poder con Néstor Kirchner.
¿Qué puede decirse de Esteban Righi? Su vida pública al lado de Héctor J. Cámpora es susceptible de graves cuestionamientos, pero de él también puede decirse, según el conocido refrán del poeta Francisco Petrarca, que un bel morir tutta una vida honora , ya que ha sabido "morir" en su cargo antes de ceder a las presiones políticas de la Presidenta, algo que si es lamentablemente infrecuente en la Argentina de hoy, tampoco caracteriza al candidato a reemplazarlo en la Procuración, Daniel Reposo, la contrafigura del auditor Leandro Despouy, un ultrakirchnerista cuya actuación al lado de Guillerno Moreno ha sido a tal punto desvergonzada que hasta ahora no ha conseguido ni siquiera el apoyo de los dos tercios que necesita el kirchnerismo para consagrarlo en un Senado ampliamente oficialista, contándose entre los "antirreposistas" declarados, incluso, a la senadora Vilma Ibarra.
Según trascendió en la Casa Rosada, la Presidenta, después de semanas de vacilación, decidió optar contra Righi y por Reposo, contra Rafecas y Rívolo, y por Boudou porque, fiel a su tendencia de percibir en cualquier disenso una conjura "destituyente", dijo a sus íntimos: "Hoy vienen por Boudou y mañana vendrán por mí". En un ambiente en el que todo disenso es interpretado como una conspiración, se vuelve difícil analizar serenamente lo que sucede. Y lo que sucede es que, pese a los gravísimos indicios que pesan en su contra, Boudou ha podido victimizarse ante los ojos de Cristina al intentar convencerla de que él no es simplemente un funcionario no idóneo situado en el alto cargo para el cual Cristina lo eligió sin consultar a nadie, sino la víctima propiciatoria de una preconspiración contra ella misma, una hipótesis que es imposible sostener a quienquiera que mire las cosas con sentido común. Boudou no debería sentir por su parte un excesivo alivio por su "resurrección", ya que la Presidenta no lo sostuvo por él mismo, sino porque, a través de una indefinición de más de un mes, le hizo sentir de paso que su propia supervivencia dependerá, de ahora en adelante, exclusivamente de ella.
La historia está colmada de ejemplos en los que el exceso de poder nubla el sentido común de los mortales. El caso Boudou demostró que las vallas institucionales que podrían haber protegido al vicepresidente hubieran sido inútiles sin el pulgar hacia arriba de Cristina. ¿Está ella expuesta, también, al peligro que los griegos llamaban hubris , a la "desmesura del poder"?
Si Boudou puede sonreír de nuevo al menos por ahora no es porque la Constitución lo proteja, sino por el pulgar de Cristina. La hubris , sin embargo, no deja de amenazar a la propia Presidenta. Hoy, el hecho de que ella se permita combatir en tantos frentes a la vez -contra Moyano, contra los mercados, contra la comunidad internacional y contra el gobierno español, que ha salido a defender con uñas y dientes a Repsol e YPF-, ¿no la muestra expuesta a la tentación de la desmesura? ¿Se creerá, todavía, omnipotente? ¿Podrá creérselo, incluso, ante la vacilante balanza de la opinión pública?
Una persona equilibrada podría recordarle a la Presidenta que, habida cuenta de los cambios de humor de los argentinos, que derrotaron a los Kirchner en 2009 después de su embestida contra el campo para apoyarla a ella en 2011, podrían darse vuelta otra vez en 2013. El humor del pueblo es, en una democracia, la barrera final contra la desmesura de los poderosos.
¿Tendrá en cuenta esta sobria perspectiva, hoy, la Presidenta? ¿O, después de defenestrar al digno Righi, ella cree que los que deben temer al día siguiente de la resurrección de Boudou son sólo el juez Rafecas y el fiscal Rívolo? La comunidad internacional, además de España, ¿no está enviando a nuestro gobierno señales dignas de ser escuchadas? ¿Es lógico en todo caso que un gobierno como el de Cristina, que todavía goza de popularidad, no advierta a tiempo que, en una democracia, el consenso popular no es un capital inagotable? ¿No es en vano pensar que lo que ocurrió en 2009 no podría repetirse? Embestir contra todos los disidentes internos y externos al mismo tiempo, ¿es en todo caso una fórmula prudente de buen gobierno?
Se dice que Creso, el rey de Lidia, al sentirse todopoderoso, le preguntó al filósofo Solón si no debería declararlo feliz porque tenía la suma del poder, pero Solón le respondió que hacerlo sería prematuro porque aún no conocía "el final de su historia". Empinado en la cima del poder, Creso no le hizo caso. Su error consistió en sentirse sobrehumano.
A los emperadores romanos, cuando el pueblo desfilaba ante ellos, un esclavo debía susurrarles "recuerda que eres humano". A medida que transcurran estos cuatro años que tiene por delante, ¿habrá quien se anime a señalárselo a Cristina? ¿Habrá algún valiente que, al darle el disgusto de recordarle sus límites, la salve al mismo tiempo de sus aduladores?.