Aquel hábito refiere a la facilidad del Gobierno para generar sus propios problemas , incluso cuando no los hay.

Esos problemas afloran por errores o negligencias.

También por el constante afán de sobreactuar situaciones. Cristina y su administración, a la par de su colega inglés, el conservador David Cameron, se encargaron de empujar hasta un punto inconveniente en las últimas semanas el conflicto por el archipiélago. Puede convenirse que entre las autoridades de ambos países fluyen chorros de jarabe de pico: pero las palabras fogosas, en un pleito que dejó hace tres décadas un tendal de víctimas , incitan también los actos ardorosos, incluso violentos. Nunca el poder político termina de tomar conciencia sobre el valor y la responsabilidad que adquiere la palabra pública.

La semana pasada Cristina armó una esmerada coreografía sobre Malvinas que hasta engrilló a la mayor parte de la oposición. La estela de ese acto se prolongó en las Naciones Unidas donde el Gobierno, de modo atendible, presentó una denuncia contra Londres por la militarización del Atlántico Sur. Aquella vez se produjo el primer desborde: un grupo de ex combatientes, que se sintió utilizado ( porque su lugar fue ocupado en la Casa Rosada por jóvenes de La Cámpora) y defraudado (por los anuncios), golpeó ferozmente al indefenso diputado kirchnerista José María Díaz Bancalari.

Ayer un grupo de ex soldados que fueron movilizados durante el conflicto –del cual no participaron– repitió como el lunes, a modo de piquete, el corte de la Avenida 9 de Julio a la altura de Avenida de Mayo.

Un dispositivo policial sorprendente por su envergadura, dado el nivel del desafío, los reprimió y disolvió .

Por primera vez, que se recuerde, la ministro de Seguridad, Nilda Garré, justificó la violencia del operativo . Mas violento, sin dudas, que el que sufrieron --entre otros-- los manteros de la calle Florida a instancias del gobierno de Mauricio Macri. Hubo un argumento de la ministro que fue entendible: el viejo conflicto por las islas no puede convertirse en un “resarcimiento para todos” . Garré debería preguntarse por qué razón esas demandas aturden ahora, en consonancia con la escalada manipulada entre Buenos Aires y Londres.

Otro argumento esgrimido por Garré sería, en cambio, mas discutible. Acusó a los ex soldados de extorsión.

Es probable que así sea . Pero pocos gobiernos de la democracia como éste poseen tan escasa autoridad para hacerlo: la extorsión ha sido en esto años un mecanismo que tuvo el kirchnerismo de entender la política y el ejercicio del poder. Lo han sufrido políticos (oficialistas y opositores), jueces, empresarios y periodistas.

El episodio observado ayer se compaginaría con otros, que por distintos motivos, han recorrido la Argentina. Por ejemplo, la brutal represión en Catamarca a los ambientalistas que resisten la explotación minera a cielo abierto. Nadie del Gobierno dijo una palabra. Después de permanecer cuatro días sin dar señales, la gobernadora K Lucía Corpacci defendió a las mineras pero no refirió a la represión.

Sólo culpó a los medios por mostrar la violencia . Tampoco permitió preguntas en su rueda de prensa. Una alumna destacada de la Presidenta.

Esos acontecimientos, pero sobre todo el de los ex conscriptos, pareció ensanchar la grieta en otro frente conflictivo que tiene el Gobierno: la relación con la CGT que lidera Hugo Moyano. La central obrera emitió un comunicado criticando la acción policial e interrogó si algo, en el terreno de la represión y el respeto de los derechos humanos, no estará cambiando en el kirchnerismo.

Garré hizo su viraje sin pagar todavía, al parecer, ningún costo.

Al menos, la dirigencia del PRO se mantuvo callada . Garré es una punta de lanza de Cristina contra Macri: retira policías de lugares estratégicos, ordenó la detención de una mujer policía de la Metropolitana y una funcionaria de la Casa de la Cultura de la Ciudad y se entrevistó con Lorena Martins, la mujer que denunció a su padre por manejar una red de prostitución y haber aportado dinero a la campaña de Macri.

El vacío que deja el jefe porteño se encarga de llenarlo Moyano. La CGT terció también en otra polémica: las dietas que se duplicaron diputados y senadores en el Congreso. Una advertencia, quizás, para las paritarias que vienen.

El otrora principal aliado es ahora la peor astilla para el kichnerismo.