Menuda responsabilidad, porque el futuro se presenta más difícil que el pasado. Aunque lo más probable es que el mundo no caiga en una gran recesión como la de 2008-09, también lo es que ni la tracción de Brasil ni la demanda y los precios de nuestras exportaciones tendrán por un tiempo el vigor reciente. Los desafíos internos no son menos complejos. Sobresalen la alta inflación, los subsidios a la energía y los transportes, el deterioro de la competitividad de industrias y economías regionales, la necesidad de mejorar la calidad de la inversión y aumentarla un 2% del PBI y, lo último, pero lo más importante, el desafío de reducir la pobreza y la desigualdad.

Debates sobre estas y otras cuestiones han escaseado en la campaña y en la agenda pública del Gobierno. Sólo conjeturando puede vislumbrarse qué camino elegirá Cristina en su encrucijada entre reconocer y enmendar errores o no hacerlo. De esto dependerán en mucho la suerte de los argentinos y de su gobierno en los años por venir.

El Gobierno podría, simplemente, volver a sus fuentes porque, sin aviso y gradualmente, el "modelo" original mutó de baja a alta inflación, de superávit gemelos a déficit fiscal y equilibrio externo, de tipo de cambio alto a moneda en rápida apreciación y de un equilibrio entre exportaciones y mercado interno al predominio casi excluyente de la sustitución de importaciones, todo acompañado por un intervencionismo cada vez más discrecional.

Lo óptimo sería comenzar con un plan de estabilización gradual, no recesivo, idealmente acompañado por una mejora honesta del Indec y basado en una moderación de la política monetaria y fiscal que dé marco a un acuerdo de precios y salarios y al acceso al mercado de capitales. Dado que la inflación no se reconoce como tal, es poco probable que esto ocurra, optándose en cambio por medidas muy graduales y mensajes de moderación salarial, sin duda una alternativa menos eficaz. Cuanto menos contundente sea el programa de estabilización más traumática resultará una corrección cambiaria que parece inevitable.

Las cuestiones mencionadas son las más urgentes, pero de ninguna manera las únicas. También están pendientes otras de más improbable factura, como una política sistémica de competitividad con menos trabas a la producción y al comercio y reducción de impuestos distorsivos, la atracción de inversiones y rebajas de los subsidios a los pudientes. Entre las sociales sobresalen la universalización de la asignación por hijo y una mejora profunda en el sistema educativo. Entre las políticas, en fin, no puede dejar de mencionarse la imprescindible mejora de los componentes republicano y federal en las prácticas del gobierno, hoy signadas por un Poder Ejecutivo que invade o limita al Legislativo y al Judicial y por un centralismo fiscal de escasos precedentes. Ojalá el ímpetu de la elección abra el camino a estas agendas, sin cuyos ingredientes habrá menos desarrollo, más pobreza y menor calidad de vida.

El autor es economista y sociólogo. Fue ministro de Educación de la Nación