Más grave que eso es la certeza de que gran parte del tiempo de los funcionarios se va irremediablemente en juntar papeles de los diversos servicios de inteligencia. ¿Qué dicen esos informes? Lo que el Gobierno quiere escuchar. No es ni siquiera una novedad: así ha sido desde que el espionaje argentino existe; siempre ha empalagado los oídos de los gobernantes en funciones.
Sólo una cosa ha cambiado con el arribo de Nilda Garré al flamante Ministerio de Seguridad: las inferencias sin pruebas son dichas ahora oficialmente por la ministra en formales conferencias de prensa. En los tiempos de Néstor Kirchner, esas cosas se dejaban trascender a través de los muchos periodistas amigos del oficialismo. Garré hizo una carrera política consecuente: nunca dejó de ser una disciplinada operadora de las órdenes de sus sucesivos jefes políticos. Nunca los contradijo, jamás remoloneó antes de hacer efectiva una indicación precisa.
La ofensiva oficial contra Duhalde y Macri sólo se entendería si el kirchnerismo hubiera tomado la decisión de levantar las candidaturas presidenciales de ellos. La próxima elección para la jefatura del Estado se decidirá, después de todo, entre una oferta de continuidad de lo que gobierna ahora y la expresión que mejor represente a su oposición. Muchos argentinos críticos del kirchnerismo se notificaron en los últimos días de que Duhalde y Macri son los políticos opositores más detestados por los que gobiernan. Es un buen capital para empezar una campaña electoral.
A todo esto, ¿qué tuvieron que ver Duhalde y Macri con el copamiento de la comisaría de Glew y la liberación violenta y compulsiva de 11 presos? Nada. ¿Qué explicación dio la ministra de Seguridad de la Nación sobre ese episodio delictivo, especialmente grave como precedente? Nada. El asalto a una comisaría es una prueba irrefutable de que el delito ya no respeta ninguna frontera entre la ley y el crimen. Si en la comisaría de la tranquila Glew había 29 presos, ¿cuántos presos habitan, por ejemplo, la comisaría de La Matanza?
El caso de Glew podría tener su efecto contagio si las fuerzas de seguridad no encontraran rápidamente a los autores y devolvieran a la celda a los presos liberados. De propagarse esa práctica, el Gobierno ya no podrá quejarse de que los jueces liberan prontamente a los delincuentes; serán éstos mismos lo que entrarán y saldrán de la cárcel cuando ellos quieran.
Cristina Kirchner tiene una mirada más conspirativa aún de la política que la que tenía su esposo. Garré también está formada en una escuela política en la que ni la lluvia ni el sol son productos de la casualidad. En esa nube constante de deducciones en la que viven hay algunas cosas que calan con la fuerza de un rayo. Los militantes del Partido Obrero, que cortaron las vías ferroviarias en Avellaneda, fueron liberados ayer luego de que Néstor Pitrola anunciara públicamente "días graves" si continuaban detenidos. Le creyeron.
El conflicto del oficialismo, no obstante, es que sus problemas no se agotan en el ya muy complicado desorden del espacio público. Miles de personas están despidiendo el implacable año que termina sin luz, a veces sin agua, con escasez de nafta y sorteando numerosos cortes de calles porteñas y de autopistas cercanas a la Capital. El Santo Modelo no debería justificar tanto sacrificio ciudadano. No es ésta, a decir verdad, una culpa exclusiva de Cristina Kirchner; son también las deudas que dejó la gestión, real o fáctica, de su marido muerto.
Hay un problema evidente de falta de gestión en la administración nacional, que se arrastra desde más de un lustro. Todos esos problemas son inexplicables en el contexto de un país que creció todos estos años, con excepción de 2009, a tasas asiáticas. Existe también, es cierto, un alto nivel de consumo alentado por las políticas oficiales. La inflación es una consecuencia inevitable de un consumo tan alto como es bajo el nivel de inversión. El kirchnerismo mira sólo la mitad del mapa social y económico de la Argentina. Lo que no funciona está condenado, por lo tanto, a no funcionar. La crisis de la energía es el mejor ejemplo de la incompatibilidad entre un consumo muy alto y una inversión muy baja.
Quizá la Presidenta estaba pensando en su futuro electoral cuando designó al intendente municipal de Berazategui, Juan José Mussi, como nuevo secretario de Medio Ambiente. Mussi es uno de los pocos jefes comunales del conurbano que permanecieron leales a los Kirchner. Gran parte de esos caciques del Gran Buenos Aires están pensando ahora más en Daniel Scioli que en Cristina Kirchner para el próximo turno presidencial. Con todo, Mussi será siempre un nexo posible con los intendentes bonaerenses, con los que ha convivido en los últimos años. Su influencia electoral en ellos es ya una cosa menos probable.
Sea como sea, los peronistas no se rigen por la amistad o por la historia compartida. Son las encuestas su principal brújula política. Una reciente medición de una encuestadora, que trabaja para el radicalismo, registró en diciembre, luego de los sangrientos episodios de Villa Soldati, una caída de la Presidenta de 17 puntos en su imagen positiva y de diez puntos en su intención de votos con respecto del mes anterior. La medición comprende a más de 1800 casos y fue hecha en la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Los cinco primeros lugares en intención de voto para las presidenciales se han decantado en las figuras de Cristina, Ricardo Alfonsín (el político con mejor imagen positiva), Macri, Elisa Carrió y Duhalde. El resto de los eventuales candidatos está muy por debajo de ellos. "Vislumbramos un escenario de ballotage como el que se presentaba antes del fallecimiento de Néstor Kirchner", concluye ese estudio.
La sociedad, por lo que se ve, es más propensa a ver los fracasos de la realidad que a creer en la teoría de la eterna conspiración.