Este año 2010 termina con un crecimiento de 7,8%, con un nivel de inversiones físicas bastante elevado, más del 21 % del PBI, con un fuerte dinamismo en el consumo, con precios de nuestras materias primas básicas en niveles muy altos (la soja está casi en los 500 u$s/ton), con entrada de capitales, especialmente después de que Brasil estableció un impuesto de 6% a la entrada capitales de menos de 1año.

Pero también terminamos con un enorme gasto público de 160 millones de dólares, que no es sostenible en el tiempo. Para ir alargando su financiamiento se recurrió al impuesto inflacionario, que debe ser cada vez más alto para sacarle poder de compra a las familias y empresas y pasarlo a manos del sector público. La alícuota o tasa del impuesto inflacionario, o más simplemente la inflación, esta en el 26% anual, pero es muy distinta para lo que compramos todos los días (alimentos, bebidas, limpieza) con 41% y sólo de 11% para los productos regulados (agua, luz, gas natural, tren, subte, entre otros).

Estas distorsiones deben corregirse en 2011 o, al menos, indicarse de qué manera se las va a enfrentar para dar credibilidad a la gestión económica. Sin embargo, dado que éste es un año de elecciones, es muy difícil que se encare una solución de fondo para estos problemas que vienen postergándose desde el 2002, porque su solución es bastante impopular aunque sea necesaria.

La década que va del 2000 al 2010, termina mejor que el momento en que arrancó, pero de entrada se verificó una gran recesión que equivalía a un 28%, es decir que se disponía de un incremento potencial del PBI de esa magnitud sin hacer ninguna inversión. Esto fue producto de insistir con la convertibilidad, pero con un enorme gasto público incompatible y con un financiamiento del déficit con endeudamiento externo, que también al gastarlo localmente se traducía en emisión, pero como los precios no podían aumentar provocaba una fuerte recesión.

La pobreza llegó al 56% en 2002 y ahora bajó, contando el costo de vida real, hasta un 32%, pero sigue siendo muy alta tal como lo refleja la conflictividad social que vivimos. En 1983 estaba alrededor del 7%. Este es un punto que solo se arregla con crecimiento y el crecimiento se arregla con inversiones masivas y éstas ocurren si se genera confianza, que no hay. No se soluciona la pobreza con subsidios aunque vayan paliando sus efectos más negativos de esta manera. Hoy hay unos 6 millones de trabajadores en la informalidad, más que los que trabajan en el sector privado formal y ésta es una realidad que hay que cambiar sí o sí.

El siglo nos da un triste balance, pues podríamos haber sido más previsores, más sensatos y no obrar con tanta desmesura. Golpes de estado en 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Pero también en los gobiernos civiles hubo hiperinflación, expropiación del ahorro en plazos fijos, cajas de ahorro postal y demás formas de ahorro monetario. El plan Bonex transformó todo el dinero en los bancos en un bono del Estado a 10 años, cuenta de regulación monetaria que implicó grandes pérdidas para el BCRA, garantía de 100 % en los depósitos aun de entidades especuladoras que también fueron grandes perdidas para el Estado, pero que como siempre pagamos todos, grandes devaluaciones, Rodrigazos, pesificación diferencial, expropiación de los ahorros administrados por las AFJP, y muchas otras medidas desmesuradas como sacarle 13 ceros a nuestra moneda desde 1969 hasta 1991.

Todo esto generó grandes transferencias de ingresos y asustó al ahorro local o internacional que prefirió otros destinos más seguros frente a nuestras desmesuras, al incumplimiento de nuestros propios contratos. De invertir algo más de 40 % del PIB desde 1880 a 1914 fuimos progresivamente bajando la transformación de ahorro líquido en inversión fija hasta alrededor del 20 % solamente, con un crecimiento insuficiente, que por eso mismo no es inclusivo, no alcanza para ocupar a todos en forma estable.

El menor crecimiento relativo ha sido algo difícil de explicar para los estudiosos del desarrollo. Podemos ver que en 1910 estábamos prácticamente muy cerca de los principales países en PBI per capita y la separación después de 100 años es aterradora en nuestra contra. En nuestro libro Dos siglos de Economía Argentina 1810-2010 de la editorial El Ateneo-Norte y Sur, se muestran con mas detalle las causas de estas diferencias. Aquí solo podemos hacer un balance numérico.

En los doscientos años de vida de Argentina, estamos relativamente bien, ya que iniciamos nuestra nación con unos 1000 dólares de 1990 per capita y hoy estamos en los 10.000, hemos crecido 10 veces y esto es bueno. Claro que cuando nos comparamos con otros países productores de materias primas ya quedamos un poco tristes: EE.UU. creció 30 veces y Australia y Canadá 25 veces. Esto nos hace pensar que tenemos que redoblar el esfuerzo para recuperar el terreno perdido, que tenemos que reunirnos en lugar de dividirnos y que cada uno debe ser más humilde y más activo para salir adelante.

El momento de pedirle, de reclamarle a la Argentina ya pasó y nos fue mal. Muchos abandonaron el país pues ya no la quieren, no ven proyecto en Argentina. Muchos se fueron a España, a Italia, a Estados Unidos y a otros países. Desde ahora la pregunta relevante de los que nos quedamos y queremos luchar por un futuro argentino es ¿Qué le vamos a ofrecer los argentinos a nuestro país en 2011?