Conducción. Eso es lo que estaría empezando a faltar en el Gobierno. Cristina
Fernández fue realista y sincera, delante de la tropa peronista en pleno, cuando
afirmó que, mas allá de las consignas que lo reivindican y recuerdan, Néstor
Kirchner ya no está. No está el hombre que, formalmente fuera del poder, con
aciertos, errores y extrema arbitrariedad, manejaba todo el sistema político.
El ex presidente nunca hubiera tolerado que el paisaje de las protestas
callejeras se desbocara, como viene sucediendo en las últimas semanas. Ese
descontrol no tiene vínculo con las movilizaciones de los grupos piqueteros o
las organizaciones sociales, a las cuales Kirchner tuvo siempre como aliadas,
junto al gremialismo, en su estrategia por dominar el espacio público. El
problema son ahora muchos de esos mismos grupos que, desde su muerte, perdieron
referencia en el poder. Pero también las disputas sindicales que afloran, la
izquierda hiperactiva, los ocupantes de tierras en la Capital, Buenos Aires y el
interior, los vecinos a la defensiva y en virtual estado de asamblea. La
iniciativa estaría ahora en manos de todos ellos y el Gobierno trotaría bastante
por detrás.
La violencia en Constitución fue una evidencia de ese estado de cosas. Hubo
inacción oficial ante un conflicto, el de los tercerizados ferroviarios, que
lleva más de un mes y derivó el jueves, otra vez, en un piquete sobre las vías.
Hubo pereza en la acción de la Policía Federal que sobrevino cuando los desmanes
arrollaban. Hubo imprevisión para ofrecerle a los cientos de miles de pasajeros
afectados una salida de emergencia ante la ausencia de trenes. ¿No podrían
haberse dispuesto micros o camiones para llevarlos a destino y evitar los picos
de tensión? El estallido estaba cantado y sucedió.
El kirchnerismo intentó buscar explicaciones en actos supuestamente
destituyentes. El kirchnerismo debería hurgar otras razones para aproximarse a
la realidad. Cristina tiene ahora un equipo inexplicable. Héctor Timerman, el
canciller, que se inmiscuye en bloqueos sindicales. Amado Boudou, lanzado a la
aventura electoral porteña. Aníbal Fernández y Julio Alak, huérfanos. Una jefa
del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, incapaz de prever la falta de
liquidez que forzó un asueto inesperado de los bancos.
Quizás esa anemia de gestión pueda curarse con alguna buena medicina. No hay
medicina expeditiva, en cambio, que solucione un problema del cual el
kirchnerismo se acaba de desayunar. La pobreza es más profunda y extendida de lo
que dice el relato oficial. Estos ocho años de crecimiento económico produjeron
un mínimo derrame capitalista en los estratos inferiores de la pirámide social.
Ese es el trauma principal que enfrenta la sociedad en este tiempo político
nuevo del posluto. En vísperas de la Navidad, el gobierno de Mauricio Macri se
alarmó cuando supo de camiones con mucha gente que comenzó a merodear el Parque
Lezama. El refuerzo de la vigilancia sirvió como disuasión. Hace días que a
través de la radio de la Villa 31, de Retiro, se comunica la posibilidad de que
sean ocupados los bosques de Palermo. Muchos supermercados fueron acosados por
personas que reclamaron bolsas con comida.
Fuentes de inteligencia señalan una creciente presencia de armas entre los
vecinos de Lugano, que demandan la devolución del Club Albariño, y de Villa
Soldati, escaldados luego de lo que ocurrió en el Parque Indoamericano. Un juez
que tiene en sus manos decisiones sobre desalojos confió que tiene temor de
dictarlas: “Todo puede terminar a los tiros. El responsable, al final, seré yo”.
Guillermo Montenegro, el ministro de Seguridad porteño, enfrenta un dilema: los
vecinos del Sur piden a los gritos la presencia policial. La Federal no actúa y
Montenegro nada puede hacer. La Metropolitana, acotada y permeable, está en el
norte de la ciudad y no puede trasladar su logística hacia el Sur.
Cristina pareciera decidida a jugar con fuego. En lugar de intentar aplacar el
expansivo polvorín lo estaría convirtiendo en una cuestión de pura confrontación
política con Mauricio Macri. Sorprendió Nilda Garré, la ministra de Seguridad y
nueva estrella en el elenco kirchnerista, liderando una pulseada pública contra
el jefe porteño. Se trataría de una faena apropiada, por caso, para el jefe de
Gabinete. Pero Aníbal Fernández subsiste casi como cadáver político.
El plan kirchnerista de recargarle la responsabilidad política a Macri no
estaría, según las primeras evidencias, dando buenos resultados. Una consultora,
que marcó el apogeo de Cristina tras la muerte de Kirchner, terminó la semana
pasada un sondeo en el area metropolitana (Capital y conurbano) que marca
alteraciones en la fotografía que ilustró la época del luto. Según ese trabajo,
la intención de voto de Cristina habría descendido al 30% desde un escalón
anterior del 38%. Si eso fuera así, habría que volver a la hipótesis de un
ballotage para el 2011. Esos números estarían marcando otro llamativo cambio:
aunque aún lejos de la Presidenta, Macri se estaría ubicando segundo, relegando
a Ricardo Alfonsín al tercer lugar.
Garré encaró la nueva escaramuza contra Macri con armas de poca contundencia.
Culpó al jefe porteño de carecer de vocación para hallarle una salida al pleito
y lo ligó con uno de los instigadores de la toma del predio de Albariño, que se
encuentra prófugo. Esa acusación pareció imprecisa y débil. Conocedores del
submundo de la politica de la Capital indican que Regino Abel Acevedo --el
hombre en cuestión-- sería un puntero relacionado con un viejo dirigente del
radicalismo. El interrogante de no pocos hombres del oficialismo fue detectar de
dónde la ministra de Seguridad había conseguido esa pista. La incógnita se
habría revelado con rapidez. Un hombre que arrima información a Garré sería el
diputado Juan Cabandié. Se trata de un integrante de “La Cámpora”. La ministra
tiene puentes con esa organización juvenil.
Cristina también repara en esos jóvenes. Al menos de ese modo pudo interpretarse
la invocación que hizo en Olivos al plenario peronista cuando mencionó la
necesidad política de abrir las puertas del partido para transitar el desafío
electoral del 2011. “La Cámpora”, las organizaciones sociales y de derechos
humanos figurarían en sus planes para integrar las próximas listas de
candidatos. Ese pedido sonó extraño y hueco para la mayor parte de los
gobernadores e intendentes que asistieron.
Aquellas intenciones de la Presidenta afloran en varias de sus últimas
determinaciones. El abogado Alejandro Julián Alvarez, de “La Cámpora”, reemplazó
en la secretaria de Justicia a Héctor Masquelet.Este ex funcionario respondía a
Aníbal Fernández. Pero su desplazamiento no tendría relación con el ocaso que
envuelve al jefe de Gabinete. ¿Por qué, entonces, su repentina separación? ¿Por
qué, cuando hacía apenas una semana había representado al Gobierno en la cena de
la Asociación de Magistrados, donde estuvo conversando con miembros de la
Corte?. Cristina se habría convencido de que su Gobierno no tiene buena llegada
al Poder Judicial. ¿Podrá tenerla, acaso, con el bisoño Alvarez?.
Aquella conclusión de Cristina estaría emparentada con una sucesión de fallos
judiciales en distintos temas e instancias que, en los últimos tiempos, no
habrían contemplado los intereses del Gobierno. Pero dos de ellos, en especial,
la sacaron de casillas. Fueron los pronunciamientos de la Cámara de Apelaciones
en lo Comercial sobre Papel Prensa. Por el primero, dispuso el cese de la
intervención judicial pedida por el Gobierno, con argumentos que equipararon la
pretensión oficial con prácticas del régimen nazi. Por el segundo, prohibió la
actuación de Guillermo Moreno como representante de las acciones del Estado en
esa empresa. El secretario de Comercio ha virado de guerrero en solitaria alma
en pena: sus maniobras políticas fracasan; la inflación se le escapó de las
manos.
Esas novedades tuvieron otro coletazo. La renuncia del Procurador del Tesoro,
Joaquín Da Rocha, quien llevó también ante la Justicia las denuncias que
pretendieron vincular la compra de Papel Prensa, ocurrida en 1977 durante la
dictadura, con supuestos delitos de lesa humanidad. Para sustituir a Da Rocha,
hombre de larga trayectoria en el PJ, Cristina dio otro indicio de su rumbo:
trajo a una ex funcionaria de Santa Cruz, Angela Abbona. De allí había traído
también al ex gobernador Arturo Puricelli cuando lo designó en el ministerio de
Defensa en lugar de Garré.
La Presidenta podría estar cayendo en el error de creer que todos los recientes
traspiés en la Justicia tendrían como razón cierta impericia política de su
propio Gobierno. Quizás algún caso tenga esos motivos. Pero debería reparar,
sobre todo, para no volver a equivocarse, en la construcción falaz de muchas de
sus ofensivas judiciales. Papel Prensa fue una de ellas. ¿Nunca le llamó la
atención que en el desarrollo de ese conflicto no contara con ninguna decisión
judicial de fondo a favor?.
Cristina podría restructurar su gabinete antes de lo pensado. Tal vez le
permitiría recrear expectativas en el año electoral. Pero la Presidenta, al
final del ciclo kirchnerista, se enfrenta a comprobaciones ingratas. Las causas
estructurales de la crisis del 2001 siguen vivas. La política, estéril. La
pobreza, una cicatriz aún abierta.