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Un informe coincidente de varios encuestadores de opinión pública asegura que, si el Gobierno no pudiera finalmente sumar a Santa Fe en las elecciones del 28 de junio, los Kirchner perderán los comicios nacionales. El peronismo de Santa Fe, liderado por Carlos Reutemann, no podría ser sumado al kirchnerismo en las actuales circunstancias. Algunas de esas mediciones están en conocimiento del matrimonio presidencial. En medio de tales presagios, el país entró de llenó en una campaña electoral extraña, frenética e imprevisible.

El Gobierno eligió los ejes de una mayor convulsión pública para hacer girar su discurso electoral, quizá porque no sabe hacer otra cosa, en las vísperas de los comicios más decisivos de la era kirchnerista. La oposición optó, en los grandes distritos al menos, por figuras jóvenes ante signos evidentes de fatiga social frente a las viejas propuestas. Los grandes trazos de esas figuras opositoras tienen en común modos distintos al de la furia y el combate constante de los Kirchner. La oposición no ha podido construir una sola lista, pero ha elaborado de hecho una oferta común de estilos muy diferentes de los que gobiernan desde hace seis años.

Un eje del oficialismo será el conflicto rural; el Gobierno tiene problemas ideológicos y psicológicos para resolverlo. No se resolverá, por lo tanto, al menos hasta las elecciones. La psicología de Kirchner es la de un hombre que no conoció la derrota hasta que se la infligieron los productores rurales. Le es imposible entonces imaginar una solución acordada con el enemigo que triunfó.

Los ruralistas volverán a la protesta luego de que haya terminado la actual cosecha. Y es probable, también, que no comercialicen nada hasta después de las elecciones. ¿Para qué le vamos a entregar a Kirchner las retenciones que después podrían ser eliminadas? , deslizó un exponente de la dirigencia rural. No financiaremos la campaña electoral de los Kirchner , dijo otro, más directo. Toma cuerpo la peor pesadilla de Néstor Kirchner: una campaña sin recursos.

La ideología del matrimonio presidencial es la que llevó al ex presidente en los últimos días a comparar al campo actual con el de 1910. La interpretación kirchnerista de lo que pasaba hace un siglo es ciertamente un error, pero la comparación del contexto es directamente un desvarío. Kirchner imagina que está peleando con unos pocos señores elegantes que fuman habanos en refinados salones. La mayoría de sus contrincantes rurales está, en cambio, formada por pequeños chacareros o por jóvenes que han dotado al campo argentino del progreso tecnológico más importante del mundo. No sabe, en fin, con quién pelea ni por qué.

El otro eje de campaña lo constituirá una nueva ronda de confrontación con los medios periodísticos. El proyecto de ley de radiodifusión es inexplicable. La relación del Estado con la radio y la televisión es por definición una política de Estado. Suena a extorsión el intento de legislar sobre eso, hurgando en la propiedad y en los contenidos, en medio de una campaña electoral. ¿Sorprende? No. El kircherismo ya empieza a hablar del republicanismo como una corriente política que merece la persecución.

Las descalificaciones al periodismo no terminaron ahí. La propia Presidenta atribuyó a los medios la instalación de una sensación de inseguridad . Y su ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, pasó de la confusión al ridículo cuando mostró una información de LA NACION de hace tres años que no prueba nada. No hay pretextos que puedan explicarles a los argentinos que la inseguridad que ven y sufren es sólo una invención de los periodistas.

El tercer eje de campaña es la oferta de la gobernabilidad contrapuesta con el caos. Néstor Kirchner lo ha repetido en la semana que pasó. Como esta elección no pone en riesgo la figura presidencial, puede deducirse de esas palabras que una derrota provocaría la renuncia de la Presidenta. No es la primera vez que lo insinúan. El problema del matrimonio presidencial es la contradicción: sólo puede presagiarse el daño de un caos futuro desde el orden y el optimismo social existentes. Pero es el propio caos el que está ahora instalado en la vida cotidiana de muchos argentinos.

Francisco de Narváez, Gabriela Michetti y Alfonso Prat-Gay tienen en común dos cosas: no están desgastados por las luchas políticas y tienen una forma consensual de resolver los problemas. De hecho, Michetti y Prat-Gay son viejos conocidos que han estado hablando hasta en las últimas horas. No sé cómo haré campaña contra Alfonso , suele repetir la carismática vicejefa del gobierno capitalino.

Tendrá otras razones. Michetti aceptó de hecho ser primera candidata a diputada nacional cuando se enteró de que el gobierno nacional le negó el necesario aval al gobierno capitalino para concretar créditos, algunos casi acordados ya, de organismos multilaterales. Están asfixiando a los porteños. La campaña deberá ser contra el gobierno nacional , anticipó Michetti.

A su vez, De Narváez y Felipe Solá pudieron acordar una lista común bonaerense aún en medio de la competencia entre ellos por el primer lugar. Hace unos diez días, Felipe lo sorprendió a De Narváez con este anuncio: El primer lugar es tuyo. Tenés más condiciones que yo para conquistar a los independientes. Yo me quedo como segundo. No llegaron ni siquiera a evaluar las encuestas. La alianza de los dos bonaerenses golpeó fuerte y feo en Olivos; Kirchner confió siempre en un final de ruptura entre ellos.

Elisa Carrió descansó en Prat- Gay porque no está dispuesta a confundir las razones de la pelea: ¿competiría contra Michetti, a quien sigue estimando, cuando lo que está en juego es el triunfo o la derrota de una oferta opositora nacional al kirchnerismo? Prat-Gay es el menos conocido popularmente de los tres, pero la campaña sólo comenzó y el electorado reconoce nada más que a unos pocos dirigentes nacionales.

Son nuevos. Ser nuevo en política no debería ser un mérito por sí solo. De hecho, también Kirchner era nuevo en 2003 y parecía no tener pasado cuando encandiló a buena parte de los argentinos. Tenía pasado. Sin embargo, lo nuevo cobra un enorme valor cuando la carrera política está vedada por la destrucción del sistema de partidos políticos que Néstor Kirchner profundizó con su prédica y su acción.

De Narváez y Solá tendrán ahora el desafío de vencer a Kirchner en su propio distrito electoral, que es la provincia de Buenos Aires y no la de Santa Cruz. Kirchner tiene perdida la Capital Federal, donde el duelo será entre los seguidores de Mauricio Macri y los de Elisa Carrió. En la provincia de Santa Fe, el matrimonio presidencial no puede entrar porque el nivel de rechazo llega al 75 por ciento. Por eso, Reutemann se alejó de ellos y Hermes Binner decidió una alianza con Carrió y con Julio Cobos. Ni Reutemann ni Binner tienen espacio para el kirchnerismo.

Mendoza está siendo ganada por la alianza entre el radicalismo y Cobos. Todo indica que en Córdoba el peronismo será derrotado por la coalición de Carrió que apoyará a Luís Juez. La estructura del radicalismo cordobés desconoció la posición de su presidente, Mario Negri, y eligió mantenerse alejado de Carrió y de Juez. El resentimiento del ex gobernador Eduardo Angeloz y los pobres intereses de los intendentes radicales pudieron más que cualquier estrategia nacional.

Más allá del porcentaje final, los Kirchner deberían prever un futuro sin mayorías parlamentarias propias en el Congreso. ¿Conformará esa eventual situación un escenario carente de gobernabilidad y, por lo tanto, de las condiciones necesarias para conservar el gobierno? Seguramente no, si se respetaran las categorías históricas de la República. Pero resulta que ahora el republicanismo es otro enemigo para los que mandan.