Sobre una de las dos mesas de luz del dormitorio presidencial reposa desde hace meses un mamotreto de 700 páginas. La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, bestseller de la canadiense Naomi Klein, referente de los movimientos antiglobalización. Néstor Kirchner llama con insistencia a sus ministros para “recomendarles” que lo lean.

La tesis del libro es que las dictaduras de los setenta en Latinoamérica fueron la primera etapa de la “miseria planificada” (al decir de Rodolfo Walsh), impuesta por los centros de poder. El laboratorio de pruebas de los planes de ajuste de los Chicago Boys (liderados por Milton Friedman) en que se convirtieron países como Chile y la Argentina en aquellos años no se podría haber llevado a cabo de manera pacífica. El electroshock en las cárceles y el terror político eran imprescindibles para implementar las terapias económicas de shock, que de otra manera hubieran sido rechazadas por una amplia mayoría.

A mediados de los ochenta y en los noventa, según Klein, “la guerra económica sustituye a la dictaduras”. Y las crisis (deuda, maxidevaluaciones e hiperinflación) despejan el camino para que las sociedades se sometan a las nuevas terapias de shock, esta vez bajo el formato institucional y democrático del consenso de Washington: “Los regímenes que impusieron privatizaciones masivas en la Argentina y Bolivia eran considerados en Washington ejemplos de cómo podía imponerse la terapia de shock de forma pacífica y democrática sin necesidad de dar golpes de Estado”. Klein dice que con Bush, gracias a la doctrina de la seguridad y la guerra al terrorismo, la terapia de shock llegó a Estados Unidos; a través de millones de excluidos de la seguridad social, el culto a Wall Street y los groseros beneficios impositivos a empresas y sectores altos.

La periodista ve una luz de esperanza en el “auge de la reconstrucción popular” que asocia a gobiernos como el de Evo, Lula y Kirchner (el libro fue publicado en 2007), “a pesar de que sigue siendo objeto de intenso debate hasta qué punto son capaces de ofrecer una alternativa auténtica”.

Preguntas. ¿Néstor Kirchner libró durante estos años una lucha heroica contra el poder económico para mejorar la distribución del ingreso? ¿Buscó durante la etapa feliz de reactivación con fortaleza política desconcentrar ese poder económico, que controla la mayoría de los mercados en la Argentina (desde las telecomunicaciones hasta las galletitas) en pos de un nuevo modelo de desarrollo? ¿Qué hizo durante seis años de crecimiento a tasas chinas para modificar el perverso sistema de exclusión social que desde la dictadura se consolida década tras década? ¿Qué hará ahora, cuando el crecimiento languidece, para evitar un reparto de la torta aún más regresivo? ¿Blanqueará el INDEC la caída en el salario real, el aumento de la pobreza, de la indigencia y de la desocupación? ¿O las estadísticas sociales sólo empezarán a mostrar números desagradables después de 2011?

Mitos.Tratemos de responde r al - gunas de las preguntas anteriores:

  • Según explica José Sbatella, ex titular de la Comisión Nacional de Defensa de la Competencia, la política de precios llevada adelante por Guillermo Moreno se basó en una aceptación de que los grupos oligopólicos debían ser los socios del Gobierno en disciplinar al resto de los participantes. “Hubo una aceptación de la correlación de fuerzas para disciplinar a la cadena de valor”, explica. Por ejemplo, se acordó con supermercados y frigoríficos extranjeros para disciplinar a ganaderos y frigoríficos más chicos; se negoció con el club de empresas lácteas para presionar a los tamberos; con las cerealeras para apretar a los molinos; etc., etc. Sin reglas que indujeran a la competencia o la institucionalización de regulaciones que limitaran el poder de los grupos concentrados. Al contrario, a puro telefonazo, en realidad se los fortaleció.
  • La estrategia antiinflacionaria de la mano de los grupos más concentrados fracasó. Como no se pudo matar la inflación, se optó por matar el índice de precios oficial, alimentando las expectativas inflacionarias.
  • Con los datos de la inflación real, el poder adquisitivo de los asalariados en blanco no mejora desde 2007, tras haber recuperado sólo parcialmente entre 2004 y 2006 parte de la licuación que provocó la devaluación de 2002. En cambio, el 40% de los trabajadores, en negro o informales, hace dos años que cede poder de compra.
  • Desde el primer semestre de 2007, el INDEC dejó de publicar la base de datos de la EPH, el insumo básico para medir la pobreza y la indigencia. Un escándalo admitido hasta por los intelectuales K, que consideran ridículos los números oficiales de pobreza que semanas atrás publicó el organismo. Según fuentes privadas, que intentan reconstruir la serie del INDEC sin el IPC trucho de Moreno, la pobreza –en ascenso desde fines de 2007 o principios de 2008, según la medición– rondaría el 30 por ciento.
  • Después de la dictadura, la pobreza avanzó, década tras década, llegando a un nuevo escalón que durante la década anterior se consideraba intolerable. Lo que permitió esa regresión social en democracia, como señalaba Klein, fueron las crisis. Durante los ochenta, la pobreza rondaba debajo del 15%, un salto dramático respecto del período previo a la dictadura. Pero entonces era inimaginable que la sociedad argentina soportara umbrales superiores al 20 por ciento. Durante la década del noventa promedió el 24%, pero Menem se jactaba de haberla reducido frente a los picos de las hiperinflaciones. Actualmente, en el 30% –y a las puertas de la recesión– luce para el kirchnerismo “aceptable” comparada con los picos de la crisis de 2002, cuando llegó al 54 por ciento.
  • Según el economista Javier Lindemboin, al frente de un grupo de investigación de la UBA sobre la distribución del ingreso, en 2006 los trabajadores se quedaban con el 33% del ingreso nacional y el resto se lo apropiaban los empresarios, muy lejos de aquel 50/50 que medía el Banco Central durante el segundo peronismo. Es una mejora, comparado –de nuevo– con la crisis de 2002: en aquel entonces, la participación de los salarios llegaba apenas al 27% del PBI. Pero es una distribución ¡todavía más desigual! a la de gran parte de la década del noventa.

A partir de 2007, no es posible continuar la medición porque –como se dijo más arriba– Moreno oculta la base de datos de la EPH. Pero Lindemboin cree que no hay motivos para esperar mejoras.

El modelo de dólar alto, que estabilizó Roberto Lavagna tras la sangrienta salida de la convertibilidad, fue un gran motor de creación de empleos.

Pero, más allá de esa acertada política macro, cuesta identificar las políticas redistributivas de la administración K. Seguramente, el plan de inclusión jubilatoria (1,5 millones de jubilados sin aportes), impulsado desde la ANSES. No mucho más.

Según un estudio de Gómez Sabaini, en 2007 –antes de la eliminación de la tablita de Machinea para los sueldos superiores a $ 7.000– la participación del impuesto a las ganancias a las personas físicas era en la Argentina una tercera parte que en Brasil y un quinto en comparación con los países de la OCDE. Las exenciones impositivas y los regímenes de promoción industrial (por los que el Estado dejará de recaudar este año unos $ 24.000 millones) son un calco de los noventa, incluidas las exenciones a la renta financiera, a las ganancias de capital y a los pool de siembra como fideicomisos financieros.

¿Pagarles en cinco años u$s 22.000 millones a los organismos internacionales (FMI, Banco Mundial, BID) es una política redistributiva? ¿Y las retenciones? Las retenciones son un instrumento necesario de la estabilidad macro, sobre todo cuando se deja que el dólar vuele. Pero dónde está escrito que son, per se, una política redistributiva: si hasta el FMI las recomendaba en los ochenta para garantizar el pago de la deuda.

Desde los noventa se sabe que las teoría del derrame –la fantasía de que el crecimiento lo resuelve todo– no hacen más que consolidar la tendencia a la inequidad, por más mejoras transitorias que se perciban durante las épocas de expansión.

Ahora que el ciclo económico pegó la vuelta, una vez más el desafío será escapar a la maldición del ajuste social (desempleo, caída de salarios reales, pobreza), que en las últimas cuatro décadas termina por ubicar siempre al país en un escalón más alto de miseria y desigualdad. Es el desafío que deberá asumir el matrimonio presidencial hasta 2011.