Muy pocas veces en los últimos años la política malgastó en la Argentina tanta energía y tanto tiempo. No malgastó otra cosa porque, en verdad, no la hubo: en los actos del Gobierno en el Congreso, sobre todo, y del campo en Palermo dominó la vulgaridad antes que el ingenio.
Tanto brilló esa vulgaridad que el ex presidente Néstor Kirchner y los jefes de las entidades rurales manejaron y vivieron las convocatorias casi con espíritu deportivo, sin reparar en los daños y las angustias sociales que el largo conflicto está provocando. Por esa razón especularon con los horarios de los actos, con el momento de los discursos. Una especulación mezquina y procaz.
Después de 127 días de conflicto la política, en especial de Cristina y Kirchner, ha dejado al desnudo su impotencia: dos multitudes (mucho más impactante la de Palermo) expresaron adhesiones opuestas al plan de retenciones móviles que el Gobierno nunca supo sintetizar en decisiones y acuerdos con bases amplias de consenso social.
¿No lo representa, acaso, la votación de Diputados? ¿No podría representarlo también el Senado si, al final, aprueba el plan de retenciones? Ambas votaciones le darían a la decisión oficial indudable legitimidad. Pero para saldar política y socialmente un conflicto de esta talla haría falta mucho más.
Eso que falta no estuvo, por ejemplo, en el Congreso. No estuvo porque Kirchner no lo llevó. El ex presidente tuvo un segundo tramo de su mensaje que navegó entre el descarrío y una suma de contradicciones. Invocó a la clase media como parte hipotética del proyecto oficial, cuando la mayoría de ese sector, ya desde el 28 de octubre, decidió tomar otro camino. Transmitió varios mensajes de Cristina a la gente y dijo ser su primer guardián. Nadie como el ex presidente hizo tanto en este tiempo para desmerecer a la Presidenta.
Asomó en el ex presidente un fallido reflejo conciliador al mencionar a los productores y prometer "abrir los brazos" a todos los argentinos. Enseguida volvió con los fantasmas golpistas, asoció al campo con la dictadura y esta vez, también, con los Grupos de Tareas que sembraron de secuestros y muertes a la Argentina. ¿Se pudo haber escuchado un despropósito mayor?
Vale precisar algo. En su vértigo verbal, Kirchner criticó con razón los escraches que han sufrido diputados oficialistas que votaron a favor de las retenciones. Pero esos escraches, por desgracia, no son novedad en la Argentina. Incluso, en más de una ocasión, fueron apañados por el poder.
Tal vez la única palabra tranquilizadora de Kirchner fue la que tuvo que ver con el compromiso desdramatizado de que el Gobierno está dispuesto a aceptar, más allá del resultado, el debate y la votación que inicia hoy la Cámara de Senadores.
¿Qué pasa en el Senado? Los números cambian de hora en hora y quizá vuelvan a cambiar por los efectos de las multitudes de ayer. Los senadores fueron los destinatarios de las palabras del ex presidente y de los jefes del campo.
No habrá ningún paseo oficial, como se intuyó luego de la ajustada votación en Diputados. En el mejor de los casos, el Gobierno podrá imponer el plan de retenciones móviles por apenas un par de votos de diferencia. Y habrá que ver. El distanciamiento de Elena Corregido, del Chaco, y las vacilaciones de Ada Mazza, de La Rioja sembraron pánico en el oficialismo.
Ese pánico circuló en la reunión del bloque de senadores y en las llamadas que partieron desde Olivos, donde reside Kirchner. Miguel Pichetto, el jefe del bloque, hizo una reunión cerrada para definir la estrategia en la sesión de hoy. A esa reunión no asistieron ni Chiche Duhalde ni la santafesina Roxana Latorre. Ambas votarán en contra.
¿Una excepción o el comienzo del desgajamiento del bloque oficial? Mucho dependerá del resultado de hoy y mucho dependerá de cómo se aliste el peronismo frente a un conflicto que, cualquiera sea la votación del Senado, no terminará.
Kirchner tuvo mucho cuidado, a propósito, al diseñar la escena de ayer. Envió a la primera línea al gobernador bonaerense Daniel Scioli, porque el conurbano representa ahora el bolsón de poder más sólido del kirchnerismo. Ese bolsón se desplegó en la plaza del Congreso. Otro actor inesperado fue el gobernador Sergio Uribarri. Entre Ríos puede darle hoy al Gobierno dos votos valiosos (los de Blanca Osuna y de Pedro Guastavino), a diferencia de las deserciones provinciales que hubo en Diputados.
También resultó tranquilizadora la coincidencia plena --tal vez la única-- de los jefes de las entidades rurales. Ellos instaron a los senadores a votar contra el plan de retenciones, pero aclararon que el resultado deberá ser acatado. De todos modos, la pelea seguirá.
Mario Llambías, de CRA, y Luciano Miguens, de SRA, tuvieron exposiciones matizadas con señales de conciliación. Eduardo Buzzi, de Federación Agraria, dejó claro que sus planes no sólo tienen pocos puntos de contacto con las otras entidades: planteó, sin rodeos, la necesidad de debatir el modelo económico vigente que no se circunscriba al campo ni al plan de retenciones. Despunta allí, aún difusa, la posibilidad futura de articular una ingeniería política alternativa al kirchnerismo, que aparece con timidez en boca de otros jefes rurales.
La excepción es Alfredo De Angeli. El productor de Gualeguaychú compite con Eduardo Buzzi en la interna de la FAA. De Angeli, con sus gestos y sus palabras, denotó que su apetito político trasciende al de un humilde productor y fogonero de otras causas, como el rechazo a la pastera Botnia. De Angeli se probó ayer el traje de dirigente político.
Fue, sin dudas, el artífice del mensaje más ardoroso en el acto de Palermo. Pero desgranó conceptos precarios y llamativos sobre la noción de democracia. ¿Pueden haber perdido la libertad –como dijo-- los diputado que votaron a favor de las retenciones?
Buenos Aires se paralizó ayer y la Nación política estuvo tensa. Todo sucedió por dos actos repletos de antagonismos donde cada mensajero pareció sentirse propietario del país, la Patria y el pueblo (sic). Donde las estrofas del Himno, en el Congreso y en Palermo, navegaron el viento con idéntica emoción.
Ese autismo, esa fractura, nunca podría ser un buen presagio.