
A su vez, el arancel de importación como instrumento de política económica es tan rudimentario y tiene tantos efectos colaterales contraindicados, que las evaluaciones sobre sus resultados serán necesariamente provisorias, entre otras cosas porque Estados Unidos no aplicó una suba de aranceles en espejo al grado de proteccionismo de los países afectados, sino que lo hizo en función del déficit comercial bilateral. Esto es lo que explica la dispersión en la escala de aranceles y el hecho de que países europeos, que en general registran impuestos a la importación de un dígito bajo, se hayan sorprendido ante el 20% anunciado para productos de ese origen. Así, la primera reacción frente a las medidas del 2 de abril ha sido la de China, imponiendo aranceles del 34% a los productos “made in USA” y anunciando un control estricto de exportaciones a los Estados Unidos de “productos estratégicos”, un arma que en esta guerra comercial puede ser letal, trabando el funcionamiento de cadenas productivas. No sorprende entonces que, en el ámbito bursátil, la caída de acciones sea liderada por las entidades bancarias, con registros negativos que se asimilan a los de la crisis financiera de 2008, desatada por las quiebras financieras ocurridas en ese entonces en los Estados Unidos.
Los anuncios del 2 de abril no tenían sustento técnico, y ese es uno de los problemas. Que un país tenga déficits de comercio bilaterales no necesariamente es una mala noticia, e intentar corregir ese desbalance encareciendo las importaciones es una receta contraproducente, al promover ineficiencias, como ya lo demostró, entre otros, el economista Carlos Diaz Alejandro en su libro sobre la historia económica de la Argentina. Adicionalmente, la fórmula por la que se subieron los aranceles no tuvo en cuenta el nivel de protección efectiva de cada socio de Estados Unidos, sino la relación entre el déficit bilateral y el volumen de comercio, lo cual complica las negociaciones a futuro.
En la primera versión de la nueva escala de aranceles, el máximo nivel corresponde al impuesto de 54% que deberán abonar las empresas y consumidores de los Estados Unidos para importar productos de China, hasta el 6 o 7% neto para bienes traídos de Canadá y México, pasando por el 10% para el caso de productos originados en países como Brasil y la Argentina, el 20% para los de la Unión Europea, y guarismos de entre el 30% y el 46% para un subconjunto de países asiáticos que podrían servir de plataforma exportadora indirecta de China.
Así, Europa y Asia son las regiones que resultan más castigadas por el “garrote arancelario” y, al igual que los Estados Unidos, enfrentan serios riesgos recesivos, que serían deflacionarios, en contraste con el país gobernado por Trump, dónde las presiones alcistas de los precios internos podrían llevar a un período de “estanflación”.
A la primera oleada de reacción negativa de los mercados le faltaban muchas iteraciones. China se encargó de hacerlo notar el viernes 4, anunciando aranceles del 34% para productos estadounidenses desde el 10 de abril, medida acompañada por la decisión de controlar la exportación de “productos estratégicos”. Faltan computar inevitables nuevas represalias, el riesgo de interrupciones en la cadena productiva por faltante de insumos y partes, las pérdidas en los balances de compañías más afectadas del sector real de la economía, y su repercusión en la morosidad de cartera de los bancos. Y un vuelta a empezar por el deterioro de la confianza de empresas y familias (claves para la trayectoria de la inversión y del consumo). En compensación, por el momento lo que puede esperarse es un cambio en las políticas fiscales y monetarias de China y Europa (las que pueden tener impacto global), pasando a terreno expansivo.
Las tasas de interés de los bonos de mediano y largo plazo de Estados Unidos bajaron en forma significativa, pero en cuanto a la política monetaria (que define la tasa de corto plazo), la Reserva Federal entrará en la encrucijada propia de los períodos de “estanflación”. Es probable que considere que la mayor inflación habrá de ser apenas transitoria, comenzando a bajar las tasas de política monetaria en función del enfriamiento del nivel de actividad y del empleo. Así, el dólar podría seguir debilitándose, poniendo un piso al deterioro del precio de las commodities. Sería un movimiento adicional al experimentado en estos días, con el dólar perdiendo valor frente al resto de las divisas por el hecho de que hay “liquidación” de activos financieros nominados en dólares que estaban en manos de inversores no estadounidenses que “vuelven” a su moneda de origen.
Los anuncios del “Día de la Liberación” incluyeron también un anzuelo de eventual rebaja de aranceles a aquellos países que busquen alinearse con los Estados Unidos en “asuntos económicos y de seguridad nacional”. El mensaje puede estar destinado a promover la suba de aranceles de importación a productos “made in China” por parte de determinados países, particularmente los de la periferia asiática. Sería un “sálvese quien pueda”.
En la región, México es el país que más exporta a los Estados Unidos en términos absolutos y relativos, pero ha logrado quedar bajo el paraguas del USMCA (NAFTA, anteriormente), junto con Canadá. Seguramente esta decisión tiene que ver con la presión de las empresas norteamericanas que desarrollaron sus cadenas productivas apoyados en las “ventajas comparativas” de los tres países.
En el resto de la región, el hecho de que no se hayan definido los aranceles en espejo a la “protección efectiva” de cada país benefició a países como Brasil y la Argentina, que quedaron en la escala con la tarifa “básica” de 10%. Además, una eventual recesión en los Estados Unidos los afectaría menos que a México, por ejemplo, por la moderada exposición de sus exportaciones al país del norte. Así, están a cierto resguardo de los vientos recesivos de “primera vuelta”, aunque la caída del precio de las commodities y la expectativa de un fuerte redireccionamiento de exportaciones de Asia y Europa hacia el “resto del mundo”, será una movida de “segunda vuelta” que habrá de impactar negativamente sobre el sector externo y el nivel de actividad. De todos modos, eventuales revisiones a la baja en la variación del PIB de Brasil y la Argentina serían menos marcadas que para países en el epicentro de la guerra comercial.
Así, los anuncios de Washington del 2 de abril tomaron a la coyuntura argentina en medio de la negociación entre el gobierno y el staff del FMI, con un impacto ambivalente. Por un lado, el hecho de que el dólar se debilite en el mundo puede aliviar temporalmente presiones sobre la paridad peso/dólar, y la caída de la tasa de interés en los Estados Unidos (bono del tesoro a 10 años rindiendo 4% anual) también es un dato positivo en términos de flujos de capitales. Sin embargo, la incertidumbre y la volatilidad del marco global todavía están en espiral ascendente, lo que pone en valor la necesidad de mayor flexibilidad de los instrumentos de política económica. De ese modo, ante cada nuevo shock externo, si la Argentina adoptara un régimen cambiario de “flotación administrada”, el impacto se distribuiría de un modo más equilibrado (o menos desequilibrado) al interior de la economía, moderando su repercusión sobre el nivel de la tasa de interés doméstica y sobre la capacidad del país de comenzar a recuperar reservas externas en el Banco Central.
¿Será que la emergencia de un escenario de guerra comercial global en esta primera semana de abril ayudó también a definir las discusiones entre el gobierno argentino y el staff, a favor de un esquema cambiario más flexible? La respuesta, en pocas semanas.
Además del impacto ambivalente en términos cambiarios del nuevo escenario, todo indica que la geopolítica ha “entrado por la ventana” en las negociaciones entre el FMI y el gobierno, ya que destacados funcionarios de la gestión Trump han comenzado a subrayar la importancia de un alejamiento progresivo de la Argentina de la órbita de influencia de China, siendo que la deuda por el swap es de 17,9 mil millones de dólares y, dentro de las reservas brutas, hay contabilizados yuanes por el equivalente a unos 12,9 mil millones de dólares (casi la mitad del total de las reservas brutas).
Por Jorge Vasconcelos
Fuente: Novedades Economicas