Los espacios de conversación constituyen ambientes naturales, seminaturales o artificiales, ubicados en establecimientos que promueven la biodiversidad y, a su vez, mantienen o restauran hábitats y fomentan la preservación de recursos específicos —ya sea alimento, refugio, agua— para diferentes grupos de flora y fauna.

El enfoque del proyecto aborda la necesidad de gestionar de manera responsable la conservación en sistemas productivos y ofrecer una herramienta práctica a productores y tomadores de decisiones para mantener servicios ecosistémicos y sostenibilidad. Por ello, un equipo del INTA integrado por varias unidades, proyectos nacionales y regionales de la institución propone la implementación de estos espacios en sistemas productivos de la región Chaco Pampeana. Asimismo, describe seis pasos necesarios para delimitar, implementar y monitorear esos espacios, con el foco en la participación social.

Natalia Fracassi –investigadora de la Estación Experimental Agropecuaria del INTA Delta del Paraná y Coordinadora del Proyecto Nacional de Biodiversidad– explicó: “La implementación de espacios de conservación en agroecosistemas representa una valiosa contribución a la conservación de ambientes y especies, y también a la provisión de servicios ecosistémicos esenciales para la sociedad y el agro”.

Desde el año 2020 y hasta principios del 2024, equipos de investigación y extensión del INTA colaboraron para definir los espacios de conservación que pueden identificarse en un agroecosistema y ecorregión, los aportes a la naturaleza y a los sistemas productivos, la escala geográfica a la cual pueden delimitarse y la forma física de cada uno de ellos.
Fracassi destacó que, “estos espacios incrementan la posibilidad de generar paisajes productivos que integren y conecten áreas naturales, además, aportan a la conectividad de los territorios para las especies de flora y fauna y el consecuente incremento de la biodiversidad”.

Y agregó que cuentan con beneficiosos en varios aspectos como: “lograr un sistema productivo basado en procesos que mantengan la conectividad biológica; la diversidad de especies y funciones de los ecosistemas nativos y los agroecosistemas; acceso a mercados diferenciados como a certificaciones ambientales; así como para mantener el acervo genético de poblaciones nativas y colaborar en producciones alternativas”.

Los agroecosistemas son áreas con características propias y son manejados por el ser humano, siendo este último el principal agente regulador de cambios y flujos de materia y energía. En la mayoría de los casos, la producción de alimentos se sustenta modificando el ambiente natural, aportando insumos y controles en la biodiversidad asociada, que crece y se desarrolla acompañando los sistemas productivos, incluso en áreas de menor aptitud agrícola. De esta forma, la superficie natural y las especies silvestres son poco favorecidas, estando la mayoría de estas solo presentes en pequeños relictos de vegetación no productiva.

Rodrigo Donnola –productor agrícola-ganadero– destacó que “es de vital importancia mejorar en los campos los servicios ecosistémicos, la calidad del ambiente y la biodiversidad. Es importante salir de la visión agrícola pura incorporando la alternancia con la ganadería, que colabora en mejorar la oferta de servicios y la calidad del suelo, entre otros. El uso de árboles nativos, por ejemplo, como sombra o para frutos, aporta al bienestar animal. Las banquinas o montes también aportan beneficios, que suelen ser invisibilizados”.

Y agregó que “como profesional y productor quiero transmitir que se puede hacer una transición, saliendo de sistemas que no son sostenibles y que están atados a las condiciones climáticas”.

Actualmente, el INTA implementa y evalúa la propuesta en unidades propias en todo el país a través de acuerdos con productores como InBioAgro de CREA, grupos de Cambio Rural y productores en Buenos Aires Norte a través del Proyecto Regional de Paisajes Multifuncionales.

En 2021, desde el Movimiento CREA a través de su Área de Ambiente, surgió la necesidad de trabajar a nivel nacional en indicadores de biodiversidad que puedan integrarse al programa Gestión Ambiental CREA. De la iniciativa ya participan 27 establecimientos productivos entre región Pampeana y Chaqueña.

Federico Fritz –coordinador del proyecto InBioAgro de CREA– explicó que “pronto nos dimos cuenta que ese no era el camino y decidimos empezar a trabajar en conjunto productores y expertos, a través de la modalidad de talleres, donde comienza el trabajo con INTA y otras instituciones”.

La sigla “InBioAgro” refiere a indicadores para la conservación de la Biodiversidad en Agroecosistemas. Contar con índices o indicadores permite evaluar la biodiversidad en campos de productores CREA, respondiendo al objetivo inicial.

El fin del programa es implementar y valorizar los espacios de conservación en los campos de miembros CREA a nivel nacional y los indicadores serian la forma de evaluar su efectividad. En ese camino, se trabaja en el monitoreo de distintos grupos biológicos de diferentes tipos de espacios -puntuales, lineales y areales- en sistemas de producción agrícola-ganadero, determinados en el trabajo conjunto con INTA y el Instituto de Ecología Regional (IER, CONICET).

Esta evaluación incluye además la identificación de mejoras tanto en esos espacios de importancia para la biodiversidad, como de buenas prácticas agropecuarias que tienen impacto en la biodiversidad.

Fritz indicó que “es de mucho valor el trabajo conjunto con el equipo de biodiversidad del Instituto de Recursos Biológicos (IRB) de INTA Castelar para desarrollar este trabajo en región Pampeana. Para los productores participantes resulta relevante poder otorgar valor a estas áreas que, aunque no son exclusivamente productivas, prestan muchos servicios al agroecosistema”.

Seis pasos necesarios para delimitar, implementar y monitorear estos espacios

El primer paso es el de reconocimiento y evaluación. Incluye, realizar un mapa de ambientes del campo y reconocer sus áreas valiosas y especies. Luego, se evalúa el entorno ambiental comparando con propiedades vecinas y su conexión con otras áreas naturales o seminaturales. Se reconoce la ecorregión, historia y uso para analizar el estado actual y potencial del espacio.

A continuación, se establece el objetivo que cumplirá el espacio de conservación –como mantener un ambiente natural, proveer polinización, proveer hábitat para especies nativas, mitigar un problema ambiental, entre otros–.

El paso siguiente está integrado por el diagnóstico, la planificación y el diseño. Para ello, se reconoce el sitio, tamaño, forma y se definen los límites del espacio a conservar, según el objetivo. Se caracterizan las especies y ambientes y cómo se integran o interactúan con las prácticas productivas estacionales, anuales, otras.

El cuarto paso consiste en realizar el plan de gestión de recursos necesarios y la búsqueda de asesoramiento especializado. Se señala y delimita el espacio, se informa a empleados y vecinos las prácticas de bajo impacto a implementar y se define el manejo o mantenimiento –por ejemplo: enriquecimiento con nativas o control de invasoras –.

Le sigue el monitoreo, es decir, evaluación de especies presentes y características de los ambientes en relación con la línea de base, efectividad de las acciones implementadas y ajustes o adaptaciones según el caso.

Por último, se plantea la posibilidad de expandir y mejorar estos espacios con productores vecinos, alianzas con la comunidad, la academia o el gobierno. También, promover la inclusión de los espacios de preservación en las legislaciones de áreas de conservación vigentes e identificar nuevas áreas que puedan conectarse con los espacios ya definidos.