Los hermanos tucumanos Sebastián y Pablo Callieri comenzaron con la producción de miel casi por casualidad, motivados por convertir grandes extensiones de campo catamarqueño en una reserva natural que proteja las tierras de la deforestación. Sin embargo, la historia muestra que, de alguna forma, el destino estaba marcado y hoy producen una miel de selvas andinas con características únicas debido a la biodiversidad del ambiente.
“En el año 2002 compramos un campo en la zona del Alto Catamarca que se caracteriza por la existencia de un bioma que se llama yunga, que es una selva que corresponde a la ladera oriental de los Andes. Es un cordón de selva montañosa que inicia en Venezuela y termina en la provincia de Catamarca” cuenta Sebastián, fundador junto a Pablo de Establecimiento Los Amarillos. La idea original de esta compra fue la creación de una reserva natural privada en la zona, “porque no queríamos que venga la topadora”, dice. Luego de un trabajo en conjunto con el área de Bosques, tanto nacional como provincial, lograron su objetivo en 2013 cuando se estableció por ley la creación de esta Reserva Nativa.
Una vez cercadas las mil hectáreas protegidas, esa zona quedó prohibida no solo para la tala de árboles sino también para cualquier actividad de ganadería o productiva en general. No obstante, “hay una única actividad que se puede realizar en una reserva que no solo no ataca la biodiversidad sino que la fomenta y es la apicultura”, afirma Sebastián. Así fue como, incentivados por su padre Danley, quien como hombre de campo siempre quiso tener sus colmenas, iniciaron un recorrido que les depararía muchas sorpresas.
Avanzar en contra mano
Desde las primeras producciones, que se degustaban en un entorno familiar y entre amigos, “nos dimos cuenta de que era una miel muy particular que no habíamos probado nunca”, recuerda el creador de lo que ahora se comercializa bajo la marca Yunga Andina. Pero todo cambió cuando un experto en mieles no dudó en afirmar que lo que ellos tenían era “una miel única”.
En principio, tiene un color muy particular que va de pardo oscuro a oscuro. “Vamos en contra mano del resto porque la miel oscura está mal vista en Argentina, sin embargo, tiene infinitas más propiedades que la miel clara. El oscuro indica una mayor cantidad de antioxidantes, como en el vino tinto o los arándanos”, expresa su productor. Esta particularidad se da por la gran variedad de plantas y árboles que existen dentro de la yunga: “La abeja recolecta el néctar de cientos de árboles y flores pero además recoge el rocío de miel, algo que se da solo en la selva, que es como una especie de exudación que producen ciertos árboles. Eso es llevado junto con el néctar de las flores por la abeja a la colmena, generando una miel que es prácticamente única e irrepetible por la variedad de árboles y plantas”, resalta.
Para confirmar todas las propiedades de esta miel de selva, los Callieri firmaron en 2019 un convenio con el Conicet a partir del cual comenzaron a investigar siguiendo los mismos protocolos que se utilizaron para diferenciar la miel de Manuka en Nueva Zelanda, famosa por sus beneficios antioxidantes y antimicrobianos que los aborígenes utilizaban para curar enfermedades. Al año siguiente ya tenían los primeros resultados que “mostraron que nuestra miel tiene una enorme capacidad antioxidante, similar o superior a la de Manuka. También cuenta con una gran capacidad antimicrobiana respecto a 7 cepas de diferentes microrganismos”. Ahora los estudios se encuentran en la fase 2 de 4 para analizar la actividad de la miel con respecto a otros microorganismos.
Competir con las mejores del mundo
Con la seguridad de que tenían “un enorme potencial de producción”, los hermanos Callieri decidieron dedicarse a la apicultura como medio para obtener los fondos que les permitan mantener la reserva natural y, eventualmente poder ampliarla a más hectáreas propias y campos linderos.
Si bien Argentina es el segundo exportador de miel del mundo, enviando al exterior el 98% de su producción, solo un 2% se exporta fraccionado en frascos, “el resto se envía en tambores de 300 kilos a granel que, al llegar a destino, se mezclan entre las diferentes producciones, obteniendo un valor de commoditie”, explica Callieri para quien el mercado internacional siempre fue su principal objetivo. “No puede ser que no podamos encontrar en Europa o en Estados Unidos un frasco de miel que diga Made in Argentina y que compita con el resto de las mieles”, reflexiona.
Así, con la certeza de que la miel argentina está muy bien vista en todo el mundo pero no está suficientemente diferenciada, los creadores de Yunga Andina no dudaron en diferenciar su producto del resto para darle valor agregado. “Al ver que teníamos una miel muy particular, desde el inicio decidimos no mezclarla con otras”.
En primer lugar, construyeron una pequeña planta dentro de la reserva donde realizan la extracción de la miel para poder fraccionarla ahí mismo en frascos. Esto les permite garantizar que su miel vaya directo desde la colmena al frasco, sin ningún tipo de proceso de filtrado, prensado o pasteurizado, conservando todas sus propiedades. Por ese motivo “nuestra miel es cruda extra virgen, no está filtrada (solo se cuela para evitar alguna suciedad), ni se calienta más allá de los 40 grados. Si bien en Argentina el Código Alimentario no tipifica la miel cruda, por lo que no nos permiten ponerlo en la etiqueta, esta es una característica muy valorada en los países consumidores de miel”.
Por otro lado, obtuvieron la certificación orgánica para la Argentina, Unión Europea, Estados Unidos y Canadá, un trámite que no podía fallar dado que todas las colmenas están en medio de una zona absolutamente virgen y natural, sin plaguicidas ni químicos. Otro diferencial que resaltan es que en invierno la colmena es alimentada con su propia miel, la cual tiene el contenido de proteínas que necesita la abeja. “Cuidamos a las abejas y a la vez las abejas cuidan el ambiente, es una simbiosis muy interesante”, afirman.
De esta forma, con los frascos de miel, la constancia orgánica y los reportes del Conicet “nos fuimos a tres ferias internacionales para presentar nuestro producto: Apimondia en Canadá (2019), y meses antes de la pandemia estuvimos en Biofach en Alemania (2020) y Gulfood en Dubai (2020)”, recuerda Sebastián y destaca: “La miel tuvo un éxito tremendo que ni nosotros podíamos creer, ahí nos terminamos de dar cuenta de que la miel que tenemos es única”.
Volver a empezar
Desde sus inicios, todo parecía ir con viento a favor para los hermanos Callieri, aunque al llegar la pandemia no estuvieron ajenos a la parálisis mundial que provocó el coronavirus. Al no poder entrar al campo, perdieron el 80% de sus colmenas.
Pero esto no fue un obstáculo para estos emprendedores, sino más bien todo lo contrario. Volvieron a comenzar, esta vez más enfocados al mercado local debido a que todavía estaban en trámite algunos papeles que les permitirían comenzar a exportar. “A medida que empezamos a colocar la producción a nivel nacional, también aumentamos las colmenas, hoy tenemos 1100 y generamos unas 30 a 40 toneladas de miel al año. Nuestro producto se puede encontrar en una cadena importante de supermercados, y estamos desarrollándonos para comercializar en dietéticas”.
Asimismo, Sebastián reconoce que su visión sigue estando en colocar el producto en el exterior. Como una primera prueba, en mayo de este año enviaron a Estados Unidos un primer pallet con miel fraccionada para ver la respuesta del mercado. “Apuntamos a un mercado de alto nivel en cuanto a la calidad de la miel, al cliente que busca mieles particulares y exóticas, para poder competir en precio con las mieles de otras partes del mundo”. Recientemente realizaron un estudio del mercado de exportación a través del PROCAL (Proyecto de Asistencia Integral para el Agregado de Valor en Agroalimentos) de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación que destacó como el país más importante a Estados Unidos, que importa el 70% de la miel que consume.
Pensar fuera de la caja
Siguiendo las huellas que el destino, sin saberlo, les había marcado cuando decidieron convertir su campo en una Reserva Nativa, Sebastián y Pablo Callieri se volvieron dos apasionados por las abejas. Tanto que esperan poder regionalizar el proyecto, generando nuevos productores en la zona protegida de yungas, “para que el productor produzca una miel de calidad orgánica, al cual podamos comprarle a un precio diferencial y exportar el producto”.
A su vez, en conjunto con la fundación Pro Yungas harán un estudio para evaluar cómo afecta positivamente la abeja a la generación de biodiversidad. De esta forma, continuarán con su objetivo principal que es generar más áreas de reservas para proteger la selva de la destrucción del hombre.
Sin dudas, en cada paso que emprenden se reconoce su instinto innovador, de quien busca marcar la diferencia “pensando fuera de la caja”, como ellos mismos dicen.
Por Paola PAPALEO
Fuente: Expo Agro