Desde la óptica internacional, el último informe del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (USDA), confirma una recomposición de la producción a nivel general para todos los granos, en cierta medida influenciado por Sudamérica, donde se prevén cosechas récord en Brasil y una recuperación en la oferta argentina como efecto del establecimiento de un evento “Niño” que permite inferir condiciones climáticas más estables y por ende rendimientos crecientes en los cultivos, luego de la devastadora sequía que limitó el potencial productivo a niveles inesperados.
Estas mejoras son acompañadas por un sostenido nivel de comercio, tanto de materias primas como de sus derivados, que se refleja en las existencias finales estimadas, que son de las más bajas del quinquenio, lo cual permite proyectar precios al menos sostenidos.
Pero la esperada bonanza por estas latitudes, se contrapone con una realidad muy compleja en el Hemisferio Norte, donde las altísimas temperaturas y las escasas precipitaciones, conspiran con un buen desarrollo de los cultivos.
Por estos momentos, donde comienzan a definirse los futuros rendimientos en especial del maíz y la soja en los Estados Unidos, el clima es muy variable, con algunas zonas castigadas por la falta de agua, descartándose se repitan los valores del ciclo anterior.
Este “weather market” que se extiende a varios países europeos, incluso de los del ex bloque soviético, alcanza a Australia, donde se observa un régimen de precipitaciones más escaso que atenta contra las buenas producciones del año anterior de trigo y cebada.
Basta con ver los registros térmicos en importantes productores de la Unión Europea, para comprender el alza en los precios de los granos provenientes de la región.
Ello se refleja en los mercados internacionales, principalmente en Chicago, con alta volatilidad en las cotizaciones, de acuerdo a las noticias del estado de los cultivos, además de claro está, los vaivenes de una economía mundial que, en un marco de altas tasas de interés, intenta salir de la profunda recesión e inflación que caracterizó la post pandemia.
La otra variable que recobro más relevancia en los últimos días, con un fuerte impacto en el comercio de la mayoría de los commodities, es sin dudas el conflicto del mar Negro.
Si bien llevamos más de diecisiete meses desde el inicio de las hostilidades entre Rusia y Ucrania, el 18 de julio pasado representó una bisagra en el conflicto.
Ese día vencía el convenio oportunamente suscripto por ambos países para establecer un “corredor humanitario” que permitiera el tránsito y salida de la mercadería por los puertos de Chornomorsk, Odesa y Yuzhny hacia el mar Negro.
El convenio fue rechazado por los rusos, en represalia por los ataques de Ucrania a los puentes que unen la parte continental a la península de Crimea, además de una serie de exigencias relacionadas a sanciones de índole económico financieras.
Recordemos que en el año anterior se exportaron por esta vía algo más de 32 millones de toneladas entre maíz (51%), trigo (28%) derivados de la industrialización de girasol (12%) y otros granos menores con destinos diversos, entre países de medio y altos ingresos (73%) como España, Italia, Países Bajos, Turquía y China y el resto a vecinos de menores ingresos.
En tal sentido cabe destacar que, para muchos de ellos, Ucrania era su principal proveedor, como en el caso de Moldavia (92%), Líbano (81%), Libia y Pakistán (48%), o Egipto, Malasia y Bangladesh (26%).
Esta decisión unilateral de los rusos, al mismo tiempo implica una fuerte limitante en la salida de sus propios fertilizantes (urea y fosfato monoamónico), que se orientan a diversos países del mundo (Brasil en especial) y que sin duda encarecerán los costos de producción.
Lejos de esperar una solución de corto plazo, los propios rusos comenzaron a bombardear los puertos ucranianos, lo cual limita toda salida de mercadería, con el agravante que los precios de los fletes y seguros se volvieron prohibitivos por considerarse zona de “altísimo riesgo”.
Por los expuesto, resulta muy difícil inferir el comportamiento futuro de los precios de los granos, con variables como las descriptas que influyen en el normal desarrollo de la producción y el comercio mundial, aunque se descuenta que como se refleja en la actualidad en los mercados, las cotizaciones seguirían sostenidas, aunque en niveles inferiores a los del ciclo anterior.
A ello se suma un contexto interno sumamente complejo desde una óptica macroeconómica, caracterizada por la fuerte escasez de reservas, creciente déficit fiscal y una espiral inflacionaria difícil de controlar que se traduce en tasas acumuladas para el último año de tres dígitos.
En ese marco, y pocos días de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) que definirán en cierta medida las tendencias generales para las elecciones nacionales de octubre, se está apelando al acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que permitiría transitar este período hasta el traspaso del poder, sin la imperiosa necesidad de devaluar aún más la moneda local.
Como complemento de ello, se adoptaron medidas a fin de incentivar el ingreso de divisas provenientes del agro a través del establecimiento de tipos de cambio diferenciales.
Así como ya vivimos el llamado Programa de Incentivo a las Exportaciones (PIE) en tres versiones que permitió ingresos acumulados en los llamados “dólar soja” cercanos a 16.000 millones de dólares, se apela ahora a un esquema similar contemplando en este caso el maíz, sorgo, cebada y girasol además de otros productos de economías regionales.
Según las autoridades se apunta a ingresos de aproximadamente 2.000 millones de dólares que surgirían del incentivo para el sector, de comercializar los citados productos a un dólar equivalente a 340 pesos, es decir con una mejora relativa respecto del oficial del orden del 25%.
Ello no descarta, que se concrete un nuevo programa de dólar soja, donde según los datos oficiales restan por comercializarse no menos de 12 millones de toneladas que valuadas al precio FOB oficial actual representan alrededor de 6.000 millones de dólares adicionales.
Lamentablemente, estas medidas no solo generan “ruidos” internos a la hora de su aplicación y cumplimiento, distorsionando los mercados, sino que limitan claramente el accionar de la nueva Administración, quien quiera que sea, adelantando ingresos futuros y por ende restándole recursos.
Recordemos, que parte de los compromisos contraídos en trigo en el ciclo 2022/23 e imposibles de cumplir por falta de mercadería, deberán realizarse en el próximo ciclo, aunque ya se han cobrado anticipadamente los derechos de exportación correspondientes.
A esto se sumará un importante volumen de maíz y otros granos, en los cuales fueron autorizados contingentes para exportar por encima de las disponibilidades actuales, estableciéndose mecanismos de diferimientos de embarques de hasta 240 días para las nuevas operaciones declaradas.
Al margen del claro desconocimiento de la Ley N.º 21.453 que rige las condiciones del comercio exterior de estos commodities, estableciendo el ingreso de las divisas una vez cumplimentados los embarques, se anticipa el ingreso de las mismas y el cobro de los correspondientes derechos de exportación, recursos que insistimos se deben restar de los disponibles para la nueva Administración.
Por otra parte, la suba en los derechos de importación sobre los precios de los insumos básicos para el sector, fertilizantes, fitosanitarios etc., que ya están aumentando como efecto del conflicto del mar Negro, se traducirá en un incremento en los costos de implantación de los cultivos, que sin duda reducirá en forma significativa los márgenes al productor.
Al mismo tiempo, este tipo de medidas, lejos de frenar la inflación, llevará al inevitable incremento en los precios internos de ciertos productos que utilizan estos granos como materia prima (carne vacuna, porcina, aviar etc.).
En este marco de incertidumbre externa e interna, donde el productor no puede conocer el comportamiento de los precios futuros, ni de la política monetaria en cuanto al tipo de cambio, ni la fiscal, ante la posibilidad de la eliminación o al menos la reducción de los derechos de exportación como pregonan ciertos candidatos; prefiere demorar en el marco de lo posible sus decisiones de venta, manteniendo su mercadería como el mejor “seguro de cambio”.
En síntesis, un panorama con muchos interrogantes para el ciclo 2023/24, que probablemente ofrezca oportunidades para el productor, en la medida que se despejen las dudas citadas.
Lic. Gustavo López – Consultor de la Fundación Producir Conservando