La hermandad entre ellos es una de las muchas frases vacías que pueblan el lenguaje de lo políticamente correcto. La idea, traducida en reuniones cumbres —como la que viene de substanciarse en Los Angeles— cuyo propósito sería actuar, frente a problemas comunes, con arreglo a una estrategia también común, es —en líneas generales— una manera de cumplir con las formas. Y, también, de perder lastimosamente el tiempo. Nada importante salió alguna vez de esos convites en donde los jefes de estado gozan de unos minutos de fama al hacer uso de la palabra, y luego se pierden en disquisiciones acerca de temas en los cuales se hace difícil hallar coincidencias. Todo termina siempre en una declaración lavada, insípida, plagada de lugares comunes y buenas intenciones.
Entre nosotros, le prestamos atención a las palabras que en ese foro pronunció Alberto Fernández, y los principales comentaristas no dejan de sorprenderse y de criticar el desatino de aprovecharse de una tribuna semejante para torear a los Estados Unidos. Se dice que resulta peligroso por la dependencia respecto del Fondo Monetario Internacional, organismo cuyo principal y más poderoso socio es Norteamérica.
Que el dueño temporario del sillón de Rivadavia habría de despacharse a su gusto en contra de los gringos y que —de paso— quebraría una lanza en favor de Cuba, Venezuela y Nicaragua, no debería escandalizar a nadie. Era harto sabido cuál sería el tono de su alocución. Pero el aspecto de mayor importancia no es ése. Lo qué hay que entender es que, de las palabras de Fernández, a esta altura de la semana no se acuerda funcionario alguno de la administración demócrata. El razonamiento según el cual la imprudencia kirchnerista podría costarle caro a la Argentina cuando llegue el momento de aprobar el examen trimestral con el FMI, no resiste el menor análisis. De lo contrario, ya le hubieran bajado el pulgar al gobierno K. Al citado organismo de crédito no le pagara nunca nuestro país y ello no significa que nos caeremos del mapa internacional.
Somos ciudadanos de un país insignificante que —para muchos— representa un caso perdido del cual no vale la pena ocuparse. Si los conceptos vertidos por nuestro presidente generasen un conflicto o tuviesen una trascendencia particular, otra gallo cantaría. Si para muestra vale un botón, basta comparar la forma de actuar de López Obrador con la del pobre Fernández. Los pergaminos progresistas del mejicano son inobjetables y su “valentía” para pedirle explicaciones a los españoles por lo que hicieron durante la conquista lo convirtieron en el ídolo de toda la izquierda indigenista latinoamericana. Claro que a la hora de lidiar con Joe Biden, y antes con Donald Trump, a sus pujos ideológicos los archiva prolijamente y hace gala de un realismo absoluto. Con los yankees no se juega. Porque México —como reza el refrán popular— está lejos de Dios y cerca de los Estados Unidos. La Argentina, en cambio, está lejos de todos. Hacer antiimperialismo barato en las barbas del Tío Sam, es gratis.
Mientras transcurría el viaje del presidente a la costa oeste de la República Imperial, en estas latitudes sucedieron cosas verdaderamente importantes. No fueron discursitos pomposos sino síntomas de la profunda crisis argentina a los que debe prestársele atención. Por de pronto, luego de una siesta más o menos prolongada, se despertaron los así llamados dólares alternativos. Por otro lado, quedó al descubierto —quizá como nunca antes— lo que cabría denominar, a falta de mejor término, el empate legislativo. Último, pero no por ello menos significativo, aterrizó el avión irani. Los tres merecen un comentario.
El dato a tener en cuenta en términos de los mercados fue la decisión de varios fondos de inversión que comenzaron un proceso de desarme de sus posiciones de deuda CER —bonos en pesos atados a la inflación—, lo cual obró una caída significativa en sus precios. El fenómeno alarmó con razón a las autoridades, al extremo de que, para contener el derrumbe, la ANSES y el Banco Central recibieron la orden el jueves pasado, emanada de la presidencia de la Nación, de intervenir en el mercado. El gabinete económico reaccionó como es ya costumbre y, por boca de su titular, insinuó que podía haber una “mano negra” detrás de la corrida. Lo de siempre. Llovieron acusaciones contra la oposición y los desalmados financistas de la City En realidad, lo qué pasó era de esperar. Hubo quienes pensaron que ocurriría a partir de julio, cuando mermarán las liquidaciones del campo. Pero, como ocurre habitualmente, los mercados se adelantan. El ambiente está ganado por la convicción de que la deuda en pesos, más temprano que tarde, sufrirá un reperfilamiento. Nada nuevo, dicho sea de paso.
Salvando las distancias y las diferencias ideológicas, se especula hoy con algo muy parecido a cuanto dispuso Hernán Lacunza en agosto de 2019. Es más, los acreedores privados que son poseedores de deuda en moneda extranjera —del reciente y celebrado canje, que Martín Guzmán definió como “uno de los más exitosos de la historia”— también temen —y con buena razón— que haya una reestructuración en 2024. Conclusión: el dólar blue trepó a $ 224, el MEP a $ 231 y el contado con liqui a $ 240. Y —detalle no menor— pese al boom de la soja en lo que va de junio el BCRA no pudo sumar divisas a las reservas. No se requiere ser un genio económico para darse cuenta de que las alarmas que saltaron la semana pasada, están marcando la gravedad de la situación. El 29 de este mes el gobierno deberá renovar vencimientos por unos $ 500.000 MM. Será una prueba de fuego para el gabinete económico.
Por el lado estrictamente político, y como producto del dominio casi omnímodo que ejerce el kirchnerismo en la cámara alta del Congreso de la Nación y de su paralela debilidad en la Cámara de Diputados, parece evidente que —por lo menos hasta que cambien los números, luego de las elecciones del año próximo— deberemos acostumbrarnos a esta cristalización en términos de la relación de fuerzas. Con la consecuencia de que ningún proyecto de ley que genere ruido en una u otra coalición, será aprobado. La ampliación del número de miembros de la Corte Suprema de Justicia, el impuesto a la renta inesperada y la boleta electoral única, son otros tantos casos de proyectos que dormirán el sueño de los justos. Los dos primeros —fogoneados por el camporismo y el Ministerio de Economía— erizan la piel del arco opositor de centro derecha, por llamarle de alguna manera. El tercero, inversamente, resulta indigerible para el oficialismo. Más allá de las implicancias que podrían tener si se transformasen en leyes, importa el dato de la paridad debido a una misma razón, que atañe —indistintamente— a la administración actual y a la que heredará dentro de un año y medio la crisis actual, corregida y aumentada.
El empate lo que significa es que, salvo que se produzca, después de los comicios presidenciales, una modificación substancial en el dominio de la cámara de senadores que ejerce desde hace décadas el peronismo, votar proyectos estratégicos será una empresa casi imposible. Lo que en el curso de la semana anterior salió a la luz bien puede ser una realidad que siga presente cuando asuman las nuevas autoridades. Para una coalición que predica a diario la necesidad imperiosa de realizar cambios de carácter estructural —so pena de fracasar, como ocurrió en la experiencia macrista— no es una buena noticia. Del avión iraní-chavista que aterrizó en nuestro territorio lo que cabe señalar —otra vez— es la inconcebible falta de competencia de las autoridades nacionales. Parece increíble que haya sucedido. Y, sin embargo, como dijimos en oportunidades anteriores, todo es posible en la Argentina.
El análisis político y económico de los doctores Vicente Massot y Agustín Monteverde