La Argentina dejó de ser un productor autosuficiente de combustibles fósiles, y destina miles de millones de dólares, que no le sobran, para importarlos. A la vez, desde que en 2006 se promulgó la Ley de Biocombustibles 26093, la cadena bioagroindustrial que solemos denominar "el campo" puso en marcha grandes inversiones y comenzó a producir biodiésel de soja, que se mezcla con el gasoil, y bioetanol de maíz y de caña de azúcar, que se mezcla con la nafta, para volver más "verdes" ambos combustibles.
Además de la mejora ambiental que implica reducir la extracción y quema de combustibles fósiles, y del valor y empleo que agrega la industrialización de nuestros cultivos, los biocombustibles brindan una mayor independencia geopolítica, un aspecto que queda más en evidencia en las crisis, como la que provocó la invasión rusa a Ucrania.
Hoy, más del 75% del maíz argentino se exporta como grano: solo se destinan a bioetanol 1,75 millones de toneladas de granos, mientras que más de 40 millones de toneladas se envían al exterior sin procesar. La ley actual solo habilita que las naftas contengan un 12% de bioetanol, cuando se podría ir progresivamente a un corte de 27%, e incluso a uno de 85% con unos pequeños ajustes en los motores, algo en lo que la provincia de Córdoba está dando el puntapié inicial. Tenemos mucho terreno para crecer con este biocombustible, que además tiene una huella ambiental tan baja que nos lo compra el exigente mercado de la UE.
Desde Maizar celebramos que el Gobierno esté revisando la ley que el año pasado redujo la proporción de biodiésel en el gasoil. Y nos ponemos a disposición para que esa revisión exceda la coyuntura de escasez, y apunte a una perspectiva estructural, que fomente el agregado de valor y el empleo local y se ajuste a los acuerdos internacionales ambientales firmados respecto del cambio climático.