Reducir el riesgo de sobrepeso y obesidad implica una nutrición ordenada y equilibrada, y la práctica regular de actividad física.
La obesidad es un problema que representa, no sólo una condición estética, sino un alto riesgo para la salud. Hablamos de una acumulación anormal de grasa corporal que mata a más de 4 millones de personas en el mundo cada año e impone una vida llena de padecimientos físicos y anímicos a muchos más.
Tanto en niños como en adultos, el sobrepeso es en gran parte resultado de la malnutrición. En un principio fue considerado un problema de los países de altos ingresos, y sin embargo es hoy un problema también en los países de ingresos bajos y medios, particularmente en entornos urbanos.
Muchas de las causas de la obesidad son prevenibles y reversibles. En las últimas décadas puede observarse un aumento en el consumo de alimentos con calorías vacías y una vida cada vez más sedentaria, fundamentalmente un desequilibrio entre las calorías que se ingieren y las calorías que se gastan.
La leche y sus derivados son la antítesis de las las “calorías vacías”, porque su densidad nutricional no es comparable con la de ningún otro alimento.
Reducir el riesgo de sobrepeso y obesidad implica una nutrición ordenada y equilibrada, que incluya carnes, lácteos, frutas, verduras y legumbres, y la práctica regular de actividad física que según la OMS es de 60 minutos por día para los niños y 150 minutos por semana para los adultos.
¿Pero por qué es importante que no falten lácteos para la prevención de la obesidad? En primer lugar, nada aporta tan completamente a la nutrición en tan pocas calorías como lo hacen la leche y sus derivados. Y luego, y no menos importante es la percepción de saciedad, ese stop que te pone el organismo cuando la demanda de nutrientes queda satisfecha… ¡y que a veces nos juega una mala pasada!
Los alimentos que proporcionan saciedad son una herramienta estratégica para el control de la obesidad. La leche es fuente de proteínas de alto valor biológico, los aminoácidos implicados en su digestión promueven la síntesis de neurotransmisores en el sistema nervioso central. Por ejemplo del triptófano que contiene, que actúa en la síntesis de serotonina que modula el comportamiento alimentario y reduce la sensación de hambre.
Se ha demostrado que las personas que consumen lácteos tienen un mejor control sobre el peso corporal, pues están saciados por más tiempo, lo que los lleva a consumir porciones más pequeñas durante las comidas y evita el picoteo entre las mismas.
Los productos lácteos influyen en las hormonas reguladoras del apetito, como la grelina, o los neuropéptidos involucrados con esta función, desacelerando el vaciamiento del estómago y manteniéndonos satisfechos por períodos más prolongados.
Hay que desterrar la idea de que los lácteos engordan, e independientemente de que su aporte calórico es mínimo en relación a sus valores nutricionales no puede dejarse de lado que ayudan a mantener la masa corporal, por aportar proteínas de alta calidad, con cantidades adecuadas de aminoácidos esenciales.
Esto es útil para cualquiera, pero especialmente para los más mayores porque el consumo de lácteos se asocia con un menor riesgo de fragilidad y sarcopenia y porque tienen mayor protección frente a osteoporosis y las fracturas, enfermedades cardiovasculares, hipertensión, diabetes tipo 2 y síndrome metabólico; y para los deportistas que necesitan aumentar su masa muscular o recuperarse tras un intenso ejercicio.
La pauta de consumo es de dos porciones al día en niños y tres o cuatro raciones por día en deportistas, adolescentes, ancianos, embarazadas y madres lactantes.
Vos, que te ejercitás y te fijás en tu alimentación porque te gusta verte y sentirte bien, y que sabés que consumir lácteos hace bien ¿Ya tomaste tu vaso de leche hoy?
Por Valeria Guzmán Hamann
Fuente: Edairy News