Sin embargo y tal como sucediera el año pasado, el mes de octubre pasó sin ninguna respuesta pluvial y como en otras ocasiones las primeras lluvias de noviembre llegaron para compensar con su volumen pero no necesariamente para recomponer los perfiles de humedad en su totalidad. No obstante, esta mejora en la oferta de agua dio un impulso significativo a la campaña algodonera-sojera 21/22.
Ya cuando finalizaba el mes de agosto, los pronósticos consolidaban la reaparición del evento La Niña. Es decir, el regreso de un indicador climático de gran escala poco auspicioso para la zona. Este forzante de escala planetaria es por lo general negativo para vastas zonas agrícolas del sudeste de Sudamérica, pero lo es aún más para áreas productivas que dependen mucho de las lluvias de inicio de primavera para la recomposición de los perfiles de humedad. Como mencionamos, es común que la principal zona algodonera del país al finalizar el invierno se encuentre en sequía, bajo escenarios La Niña, debemos entender que es razonable esperar un atraso en toda la actividad, o en todo caso un despliegue de las primeras etapas de la campaña en condiciones de humedad muy austeras.
Tanto la campaña pasada como la presente, han tenido que lidiar con las condiciones de adversidad que impone la escasez de humedad. Observemos por ejemplo, la marcha de reservas superficiales en Las Breñas, desde comienzos de septiembre hasta casi finales de noviembre. La línea negra permite distinguir con mucha contundencia la ausencia de agua para cualquier tipo de laboreo incluso avanzando sobre las primeras fechas de siembra del mes de octubre.
En la marcha se distingue como la línea negra se mantiene por debajo del punto de marchitez hasta comienzo de noviembre. Para entonces, las reservas se mantenían en niveles muy bajos, cercanos a los mínimos históricos. Justo en ese momento se produce un repunte muy destacado en las precipitaciones, con la aparición de eventos que dejaron lluvias superiores a los cien milímetros al cabo de un par de días. Estas circunstancias pluviales se reflejan en un salto que va desde la plena sequía a los excesos hídricos.
No son ideales las lluvias intensas para recomponer los perfiles de humedad, dado que suelen producirse escurrimientos importantes que no siempre son captados en la profundidad de los suelos. Así, muchas veces una buena estadística pluvial no tiene el correlato que corresponde en la disponibilidad de humedad de los perfiles. En esta ocasión el mes de noviembre, tuvo una oferta de agua que logró consolidarse en guarismos que en muchos sectores se ubicaron por encima de los doscientos milímetros. Por lo tanto, aun cuando algunos eventos no fueron los ideales debido a su intensidad, los suelos lograron una humedad más cercana a la óptima y de esta manera la campaña logró relanzarse en las fechas más tardías. Eventualmente los productores que arriesgaron fechas tempranas en octubre, vieron recuperar sus lotes con este cambio en el patrón pluvial.
Nunca es una buena noticia salir del invierno con la proyección de un escenario Niña para el desarrollo de la primavera. Lo bueno de tener esta información es que se pueden tomar ciertos recaudos en los manejos agronómicos y saber que, aun con recuperaciones ocasionales, la falta de humedad será un factor con el que habrá que lidiar al menos hasta avanzada la primera parte del mes de enero. Por lo general el impacto negativo sobre la oferta de agua del evento La Niña se va diluyendo con el avance del verano y para entonces aumenta la posibilidad de lograr un régimen de lluvias más cercano al normal. De fondo, la estadística de gran escala de la zona algodonera del país, encuentra correlaciones con rendimientos disminuidos cuando se posiciona un forzante climático frío en el Pacifico Ecuatorial central. En otras palabras, es difícil lograr producciones algodoneras importantes con inicios de campañas caracterizados por perfiles de humedad que se sostienen en niveles de sequía hasta muy avanzada la primavera. Las recuperaciones pluviales juegan un papel de moderación en la deficiencia de humedad de los suelos, pero nunca logran una consistencia suficiente como para reencausar la campaña hacia escenarios productivos de una eficiencia plena. Es decir, son indicadores climáticos que exponen a la producción algodonera a un riesgo mayor que el habitual en cuanto a la merma de rendimientos.
Estamos lejos de ingresar en un patrón climático que pueda considerarse cercano a lo esperado estadísticamente. La volatilidad ha sido muy marcada a lo largo de los últimos dos años, con fuertes oscilaciones. Solo viendo el recorrido de 2021 encontramos: verano seco, otoño húmedo, invierno seco, una ligera recuperación en septiembre y la vuelta a la escasez en octubre, convergiendo lluvias sobre abundantes en noviembre. Las recuperaciones se vinculan a señales que son favorables en la escala regional como para que el efecto negativo de La Niña pueda ser mitigado, estas recuperaciones parciales de la escala regional, generan una gran incerteza, dado que no se sostienen y finalmente en períodos largos, se reconoce la huella de la deficiencia pluvial
El consenso de las principales instituciones internacionales en las tendencias climáticas para el sudeste de Sudamérica, marca el predominio de lluvias por debajo de los valores normales. Este comportamiento, no es homogéneo en todas las regiones y posiblemente las zonas mejor provistas se presenten alternadas. Por esa razón, dentro de las posibilidades agronómicas, habrá que optimizar los períodos en que los pronósticos de corto y mediano plazo definan una oferta de agua mejorada.