Según el último panorama agrícola nacional de la Bolsa de Cereales, la superficie implantada con trigo será de 6,5 millones de hectáreas, similar a la campaña anterior, pero con estimaciones de rendimiento y producción superiores. Este panorama posiciona al trigo de manera favorable, lo que requiere de una especial atención a las prácticas de manejo, como la fertilización.

A tal fin, el INTA organizó un ciclo de charlas dedicadas a profundizar y actualizar las diferentes prácticas para reducir las brechas de rendimiento, de manera sustentable. “El trigo en foco” es un ciclo de charlas virtuales y gratuitas dedicado a productores, profesionales y a toda persona relacionada con el cultivo. Para una mejor organización se requiere inscripción previa.

El moderador de la primera charla del ciclo es Gustavo Ferraris quien se destaca en el INTA como especialista en nutrición de cultivos y fertilidad de suelos. En su rol, no dudó en asegurar que “el trigo es uno de los cultivos más estudiados en la Argentina y el mundo, y de los más exigentes en cuanto a requerimientos de nutrientes con una alta dependencia del uso de fertilizantes”.

Para el investigador, se combinan varios factores que incrementan los requerimientos, entre ellos, se refirió al recambio varietal que, desde 2014, elevó mucho los rendimientos y la consecuente demanda de nutrientes. “En la zona núcleo, en pocos años, pasamos de rendimientos alcanzables a campo de 4.000 kilogramos por hectárea a 6.000”, detalló.

A esto, se le suma la época del año en la que, por las bajas temperaturas y escasas precipitaciones, la mineralización de la materia orgánica de los suelos es mínima, lo que origina una alta dependencia del uso de fertilizantes.

Además, recordó que la región pampeana, a diferencia de otras zonas productoras de trigo del mundo, se caracteriza por sus sistemas de doble cultivo. “Esto determina una demanda de nutrientes muy elevada, en un corto periodo de tiempo”, indicó el especialista.

“No podemos pensar al trigo sin la soja de segunda, dado que es un sistema que funciona en conjunto”, indicó. Y, en esta línea, reconoció que “el sistema trigo-soja es más extractivo que otros sistemas de alto rendimiento del mundo, donde sólo se cultiva el cereal de invierno sin ningún cultivo de verano subsiguiente”. Por todo esto, destacó la importancia de realizar una fertilización planificada, ajustando cantidad y distribución con posibilidades de intervención a lo largo de toda la estación de crecimiento.

Además, consideró “clave” emplear la máxima cantidad de herramientas de diagnóstico posibles, a fin de combinar los tradicionales análisis de suelo con sensoramiento remoto, uso de imágenes satelitales y un manejo sitio específico vinculado a la agricultura de precisión.

Y recomendó empezar con un análisis de suelos a la que consideró “una herramienta tradicional” que funciona como el punto de partida para saber cuál es la situación inicial del suelo y los requerimientos específicos. Esto se debe complementar con una enorme gama de tecnologías disponibles de ajuste para usar a lo largo del ciclo.

Para Ferraris, es importante “armonizar en su justa medida rendimiento y calidad” y recordó que desde el INTA se pone el foco en “usar todas las herramientas de medición posible para lograr beneficios económicos y ambientales”. En esta línea, destacó la necesidad de priorizar un criterio de balance, es decir, reponer lo que extrae el cultivo que sembramos.

“Es la reposición de nutrientes para mantener los niveles de fertilidad en los suelos, el concepto clave que difundimos desde el INTA, especialmente para elementos poco móviles y con efecto residual como el fósforo”, indicó.

En nitrógeno, recomendó diagnosticar la fertilización mediante la medición del contenido de nitratos en el suelo y, a eso, sumarle una determinada cantidad de fertilizante para llegar a un objetivo de rendimiento. En este punto, explicó que hubo cambios a lo largo del tiempo: “Cuando teníamos el potencial de rendimiento en 4 toneladas ajustábamos a 140 unidades de nitrógeno, entre suelo y fertilizante. Hoy, pasamos a 170-180 unidades”.

Estos cambios impulsaron modificaciones en la aplicación. “Por tratarse de grandes cantidades, ya no se aplica todo al momento de la siembra, sino se divide: un 50-70 % en la implantación y el resto en el periodo de macollaje.

Asimismo, indicó que un complemento a la fertilización para mantener la salud de nuestros suelos es la rotación de cultivos que, además, permite manejar de un modo sustentable a las malezas. “Las rotaciones más adaptadas a la zona núcleo es la de tercios: soja de primera-trigo-soja-maíz y hacer un cultivo de trigo cada tres años”, indicó. A su vez, reconoció que “tener soja de primera como antecesor es lo ideal”. “El antecesor tiene gran implicancia en el contenido de agua en suelo a la siembra y también en los niveles de fertilidad”, reconoció el técnico.

Ferraris destacó la importancia de realizar una fertilización planificada, ajustando cantidad y distribución con posibilidades de intervención a lo largo de toda la estación de crecimiento.

Fertilizar de un modo eficiente para evitar deficiencias

En cuanto al estado de situación de fertilización en trigo en nuestro país, el especialista señaló que “el elemento más importante para toda gramínea es el nitrógeno”. En este sentido, reconoció que se trata de “un elemento sin residualidad con gran implicancia en los rendimientos y en la calidad de los granos, a corto plazo”.

De acuerdo con Ferraris, “es el nutriente mejor manejado por los productores”. Es que, según detalló, el cultivo de trigo es muy sensible a este elemento, dado que responde muy bien a su aplicación. “Por esto, el productor le presta mucha atención a su correcto diagnóstico y aplicación”, confirmó, al tiempo que reconoció que “otros elementos como fósforo, azufre o zinc tienen un efecto más a largo plazo, por lo que, en algunos casos, se subfertiliza”.

Tanto el fósforo como el azufre tienen residualidad. Entonces, el resultado de la aplicación es menos inmediato. “El cultivo recupera entre un 60 y un 80 % del nitrógeno aplicado, mientras que con el fósforo sólo se recobra el 30 %, en el primer ciclo de cultivo”, detalló Ferraris quien indicó que “el resto de la fertilización queda en el suelo y es aprovechado por otros cultivos”.

“Este efecto a mediano plano genera que no se aplique lo que extrae el cultivo”, indicó Ferraris, al tiempo que aseguró que, en consecuencia, “los niveles de fósforo en el suelo paulatinamente están disminuyendo”.

En esta línea, detalló que “en los últimos años, se han dado condiciones de mayores rendimientos y, en consecuencia, de mayor extracción de nutrientes por lo que hemos visto escenarios de deficiencias”. Algunas, según el especialista, bastante consolidadas, como el caso del azufre. “Tanto fosforo como azufre tiene residualidad, entonces es muy relevante para el cultivo de soja de segunda, incluso puede quedar para otros cultivos que se siembren en los años subsiguientes”, explicó.

En cuanto al zinc, confirmó que hay deficiencias en los suelos, a pesar de tratarse de un micronutriente muy importante para las gramíneas y muy visual en el caso del maíz. “Se puede manejar mediante tratamiento en semillas, aplicaciones foliares o en mezclas físicas, químicas o impregnaciones sobre fertilizantes fosforados”, indicó.

Además, explicó que, a este contexto de alta extracción por demanda, también se suman las deficiencias regionales como el que sucede en Entre Ríos, dado por la génesis de esos suelos con bajos niveles de potasio. En la zona núcleo, hay también niveles de acidificación importante y hay zonas puntuales con otras deficiencias como las de Boro en el oeste de la región Pampeana.