Está en la lógica de las cosas que dos bandos que se consideran enemigos —y no simples adversarios— escalen sus disidencias al máximo antes de que la ciudadanía ingrese al cuarto oscuro. En este orden, no hay razones para pensar que, por algún motivo impensado, el kirchnerismo y los que en su momento fueron los animadores de Cambiemos vayan a bajarse de sus enconos con el propósito de discutir, con un mínimo de altura, los problemas sin solución a la vista que el país arrastra desde tiempo atrás. La virulencia que los caracteriza no sólo es producto del abismo ideológico que existe entre ellos sino también de una coincidencia, la única que es dable hallar a la hora de compararlos: tanto el oficialismo como Juntos por el Cambio estiman que las elecciones que se recortan en el horizonte son trascendentales.
En el Instituto Patria y la Casa Rosada, tanto como en las oficinas del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, en el cuartel general de la Unión Cívica Radical y en la localidad de Capilla del Señor, donde reside Elisa Carrió, todos están contestes de que el resultado que arrojen las urnas va a decidir la suerte de la actual administración —según el cálculo kirchnerista— o de las instituciones de la República —de acuerdo al parecer de los opositores. Prescindiendo de considerar la certeza o exageración de semejantes pronósticos, lo cierto es que eso piensan los principales contendientes. Si bien hay algo de tremebundo en uno y otro juicio, no se trata de dos equipos académicos que buscan convencer a un jurado de cuánta razón llevan sino de dos antagonistas que disputan el poder. Por lo tanto, y para un análisis, lo que interesa saber es cómo habrán de vertebrar sus estrategias con base en el desafío que ambos frentes creen tener por delante.
Lo que hace treinta días —poco más o menos— apenas se insinuaba como probable, ahora aparece con claridad en buena parte de los relevamientos que se hacen acerca de la intención de voto en el territorio bonaerense: el kirchnerismo no lleva la delantera y —si bien algunas encuestas muestran un empate técnico— lo cierto es que para Cristina Fernández y Axel Kicillof estar cabeza a cabeza en el que consideran su baluarte por excelencia, significaría perder la “Madre de todas las batallas”. Por eso es que han sonado fuerte todas las alarmas imaginables y la vicepresidente ha salido al ruedo con la intención de marcar la cancha, tratar de ordenar a la tropa y fijar el plan de acción. Si en el gobierno dan por descontada su derrota en la capital federal y en las provincias de Mendoza, Córdoba y Santa Fe, retener la provincia de Buenos Aires es una condición sine qua non para el kirchnerismo. En sus cálculos la idea de repetir la performance del año 2019 —cuando María Eugenia Vidal cayó derrotada por un margen de quince puntos porcentuales— está descartada. Los más optimistas estimaban que cualquier diferencia entre ocho y diez puntos les permitiría cantar victoria, pero sucede que a la luz de los números que comienzan a analizarse esa estimación peca por su falta de realismo. No hay una sola encuesta seria que registre preferencias de tamaña envergadura en favor del Frente de Todos en el electorado bonaerense.
El kirchnerismo no puede perder a simple pluralidad de sufragios el distrito que congrega 40 % del voto nacional. Si ello ocurriese, significaría una catástrofe para los planes de continuidad que tejen sus jefes, de cara al futuro. Axel Kicillof quedaría herido en el ala, el propósito de Máximo Kirchner de convertirse en jefe del peronismo se evaporaría de la noche a la mañana, los planes estatizantes del Instituto Patria deberían ser incinerados y hasta una crisis de gobernabilidad podría dar el presente sin aviso. Pero, al mismo tiempo, ganar por un voto tampoco solucionaría las cosas. Sería algo así como un triunfo pírrico que lo dejaría igualmente enclenque, sin la cantidad de senadores necesarios a nivel provincial para transformarse en el bloque mayoritario, y lejos de la posibilidad de obtener una cantidad suficiente de diputados a los efectos de hacer realidad el sueño del quórum propio en la cámara baja del Congreso de la Nación.
El Frente de Todos debe sacarle —sí o sí— una ventaja considerable a su mayor oponente en tierras bonaerenses con el fin de compensar sus seguras derrotas en los restantes cuatro distritos de gran calado electoral del país. La situación por la cual atraviesa es comprometida en atención a la presente situación económica y social que difícilmente pueda revertir en su favor en los escasos cinco meses que faltan para que se substancien los comicios de medio término. Consciente de ese contexto que no lo ayuda, es que la clave de bóveda de su estrategia electoral está a la vista y no habrá de cambiar: en primer lugar, el mantener pisadas las tarifas, el precio de ciertos productos básicos de la canasta familiar y el tipo de cambio. A ello habrá que sumarle la decisión de abandonar el ajuste implementado por Martin Guzmán desde enero y reemplazarlo por un plan de expansión monetaria que ponga plata en los bolsillos de las clases bajas y medias.
Las amenazas que acechan al oficialismo provienen menos de su carencia de candidatos en la provincia y en la ciudad de Buenos Aires —tanto Victoria Tolosa Paz como Matías Lammens son poca cosa electoralmente considerados— que del flagelo inflacionario, el desempleo, la inseguridad y la falta de horizonte que registran los relevamientos de la opinión pública conocidos. Es esta la razón en virtud de la cual la épica, que en tiempos pasados era el principal argumento del kirchnerismo frente a sus adversarios, no aparece casi en su discurso. Ahora debe rezar para que baje la inflación y su desempeño en las PASO tenga la contundencia suficiente y para que los mercados permanezcan en calma hasta después de finalizado el trámite comicial.
Basta cruzar a la vereda opuesta, donde acampan los de Juntos por el Cambio, para percibir que entre ellos se afirma cada día más la convicción de que —como dijo el diputado Waldo Wolff una semana atrás— “estamos a siete diputados de ser Venezuela…”. Aunque no sea estrictamente cierta, de todas maneras la sentencia transparenta el estado de ánimo de quienes —a falta de un jefe indiscutido— no terminan de decidir cómo habrán de conformar las listas de candidatos en CABA y en provincia de Buenos Aires. A diferencia del kirchnerismo, a ellos le sobran nombres —Vidal, Manes, Bullrich, Carrió, Santillán— pero parecen estar escasos de reflejos democráticos. Tienen el instrumento de las PASO al alcance de la mano y juegan con él a las escondidas. Faltando sólo un mes para la fecha de oficialización de candidaturas, María Eugenia Vidal no volverá a competir en el territorio bonaerense. Sólo un milagro la haría cambiar de opinión, y no se entiende la insistencia de Mauricio Macri para convencerla de lo contrario. Eso le ha abierto el camino a Facundo Manes que —de la mano del radicalismo— ha aparecido arriba del escenario y pide competir contra el elegido del PRO.
Por efecto del miedo de convertirnos en Venezuela, que cruza en diagonal a toda la dirigencia de Juntos por el Cambio, es que a último momento harán las paces a uno y otro lado de la General Paz y marcharán a las PASO sin demasiadas disidencias. Después de todo, aunque se haya excedido e incurrido en alguna suerte de reduccionismo, el diputado Wolff no dijo un disparate. Si en lugar de siete diputados hubiese puesto doce, no habría faltado a la verdad. En ese caso quizá no marcharíamos hacia el chavismo pero se habría hecho realidad el sueño hegemónico del kirchnerismo.
Fuente: Massot / Monteverde & Asoc