Hay algunos distraídos que mantienen que debemos tocar fondo para reaccionar, sin advertir que la desgracia nunca toca fondo y que la situación no se revierte mientras se persista en el error. En tanto se atribuya la decadencia a nexos causales distintos a las verdaderas razones que conducen a la situación de permanente emergencia y zozobra, mientras esto ocurra no hay esperanzas. Solo podrá salirse del pozo con un buen diagnóstico y buenas medidas que apunten en dirección al respeto recíproco, es decir, a la necesaria garantía y protección de los derechos individuales, lo cual abre cauce a la energía creadora que no solo se base en valores morales sino que permite el mayor bienestar material para todos pero muy especialmente para los más necesitados.
Quiero volver aquí a la pandemia que hoy asola al mundo, un asunto que he tratado antes pero estimo necesario explorar otras aristas que presenta este delicado tema. Personalmente no quisiera estar en los zapatos de gobernantes que apuntan al resguardo de la invasión que implica un virus que presenta riesgos mayúsculos. Ni los médicos especialistas de mayor prestigio en la materia saben cómo defenderse de este flagelo. En todo caso saben que la prudencia indica que deben evitarse aglomeraciones en teatros, estadios y equivalentes que fortalecen y aceleran la difusión del virus de marras.
Y en este caso no es cuestión de simplemente confiar en la responsabilidad de cada cual, del mismo modo que -salvando las distancias- si andan asesinos sueltos nadie en su sano juicio concluiría que es un tema que se limita a la responsabilidad individual sino que hay que detener a los probados asesinos. En el campo de lo que ahora comentamos, se trata de adoptar medidas de aislamiento y prevención al efecto de evitar la lesión de derechos de terceros. Sin duda que estas políticas no deben pasar de contrabando disposiciones arbitrarias que afecten innecesariamente el desenvolvimiento de las personas.
Todos los gobiernos del mundo han dado marchas y contramarchas en esta
materia sin dar en la tecla frente a este peligro manifiesto y presente que a
todos tomó por sorpresa. Como hemos dicho antes, cuando aparezca la vacuna todo
cambia radicalmente pues en lugares privados y públicos, si se considera que hay
riesgo de contagios, se pedirá el certificado correspondiente de vacunación sin
necesidad de otras medidas hasta que pase la pandemia (igual que hoy en países
civilizados no se pide comprobantes de la vacuna contra la fiebre amarilla y
similares).
Por supuesto que como también hemos puesto de manifiesto, bajo ningún concepto debe tolerarse que con el pretexto y escudados en la pandemia, hayan gobiernos que propinen manotazos a la Justicia, pretendan colonizar al Poder Legislativo, usen y abusen de decretos del Ejecutivo, se amenace a la prensa, se expanda el gasto público, se incrementen los impuestos, se aumente la deuda estatal, se emita sideralmente moneda, se intensifiquen absurdas regulaciones como precios máximos y otras sandeces, se invada la propiedad privada y se pretendan encubrir corrupciones varias.
Pero la referida cadena de explosiones en los que los estallidos van en aumento no irrumpieron con la pandemia y, en el caso de Argentina, vienen de la friolera de hace siete décadas y se deben a la machacona persistencia de lo que en ciencia política y economía se conoce como “la tragedia de los comunes”, esto es la manía de acrecentar la propiedad estatal, lo cual modifica de raíz los incentivos tan bien explicados, entre muchos otros, por Ronald Coase, Harold Demsetz y Douglass North: lo que es de todos no es de nadie. Hasta la forma en que se toma café y se encienden las luces no es lo mismo en lo que es privado que cuando se dice es de todos.
La colectivización se traduce en la apología de lo abstracto y el ataque a lo concreto. Borges lo ilustraba muy bien cuando se despedía de sus audiencias: “Me despido de cada uno y no digo todos que es una abstracción mientras que cada uno es una realidad.” Pues la extensión de lo colectivo es el grave problema de las naciones empobrecidas, mientras que la asignación de derechos de propiedad es atributo central del progreso. Es como escribió el padre de la Constitución estadounidense, James Madison: “El gobierno ha sido instituido para proteger la propiedad”, lo cual también suscribe con énfasis entre nosotros Juan B. Alberdi, y por las razones opuestas es que Karl Marx propone “la abolición de la propiedad”.
Por Alberto Benegas Lynch (h) Doctor en Economía
Fuente: El Economista