No caben dudas de que el aporte del complejo granario es decisivo en la balanza comercial y, por ende, en la entrada de dólares genuinos.
En este aporte, la importancia del complejo sojero es contundente.
En lo que hace al ciclo 18/19, los embarques al exterior llegaron a casi 42 millones de toneladas.
Este volumen se compone así: 29,2 millones de harina de soja; 6,4 millones de poroto (la diferencia entre 10,2 millones exportadas y 3,8 millones importadas); 5,1 millones de aceite de soja; y 1,2 millones de biodiesel. Fíjense el volumen de biodiesel, es un hecho destacable, dada la juventud de esta industria.
Este complejo, a través de la soja y los subproductos, permite el ingreso de aproximadamente 17/18 mil millones de dólares. Habrá que ver, este año, cómo se comportan los precios internacionales, para dar un número preciso. Pero, no será muy diferente.
Es cierto que el eslabón agrícola utiliza su producción de soja como forma de reserva de valor. Nada tiene ello de especulativo, en el sentido más perverso del calificativo. Qué hipocresía, la de algunos.
¿Acaso en épocas antiguas no se usaba la sal o el aceite de oliva, también, como reserva de valor? Esto pasaba porque no había moneda.
La economía hoy tiene un perfil similar al del trueque.
La verdad, por más cruda que sea, hay que remarcarla: nuestro país no tiene moneda, al menos no la tiene como reserva de valor.
Toda campaña, exige a lo largo de los meses, una sangría gradual de valor como forma de invertir en el campo para lograr la producción al fin del ciclo, o a mediados de éste para el caso del trigo o la cebada.
La pérdida de capacidad de compra de los pesos es continua. Y ello impulsa a buscar otra forma de “ahorro” para afrontar los distintos pagos a lo largo de la campaña.
Es común que en otras actividades –incluso, respecto a los particulares- se recurra al dólar. Pues bien, acá se recurre a la propia producción, como forma de mantener la capacidad de pago para llegar al fin de cada ciclo.
Porque todos tratan de protegerse de la inflación, que es nada más que el resultado de una política monetaria dirigida a financiar los excesos, ineficiencias e, incluso, corruptelas, en la acción del Estado.
La razón fundamental de la inflación proviene del permanente exceso de oferta monetaria, por emisión monetaria y/o disminución de la demanda de pesos, durante un período de cierta extensión.
La demanda se refiere al deseo de la gente para guardar los pesos, en un tarro de la cocina o en el banco.
La inflación es la respuesta argentina usual al problema del déficit fiscal permanente. Y el déficit resulta del desmedido gasto público que supera las posibilidades del fisco.
Hoy con las medidas –en este caso excepcionales- del Gobierno para paliar sus efectos están provocando una intensa emisión de pesos, pues no existe ninguna otra fuente de recursos.
Cuando la irrupción de la pandemia, la economía argentina se encontraba en fragilidad extrema. Con este cuadro, el Gobierno está recurriendo a la emisión.
Con tal nivel de expectativa inflacionaria, ¿quién puede levantar la primera piedra y llamar “especulación” a la venta gradual de la soja?