El Papa Francisco, al igual que otros tantos Papas, ha hecho una cultura de la pobreza y condenado la sociedad de consumo. Específicamente, Francisco denuncia que la lógica del mercado crea: “un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos» agregando que «las personas terminan sumergidas en la “vorágine de las compras y los gastos innecesarios«.
Bien, hoy estamos viviendo una sociedad que no consume más que lo necesario porque el estado ha establecido una cuarentena por la cual la gente solo compra lo necesario para comer, remedios y pocas cosas más. ¿Cuál ha sido el resultado de ese menor consumo siguiendo las recomendaciones y denuncias de Francisco? Millones de personas en Argentina y en el mundo que no saben cómo van a hacer para sobrevivir porque al no haber consumo, no hay trabajo ni ingresos. Solo hay trabajo para unos pocos, los que producen alimentos y algunos productos más. Todos los bienes “suntuarios” e “innecesarios” según la óptima de Francisco, han dejado de consumirse y el resultado es el que tenemos a la vista millones de familias en Argentina y en el mundo sin saber cómo harán para subsistir. Este apocalipsis económico que vemos en el mundo es el fiel reflejo de lo que sería la vida de la gente si siguiera las recomendaciones de Francisco y los políticos populistas. Obviamente que cada uno tiene la libertad de decidir cuánto consume, lo que resultar absolutamente ilógico es que alguien determine qué es un “gasto innecesario”. Finalmente, la economía tiene como último fin el consumo. Tanto la producción de bienes de capital como de insumos tiene por objeto final la producción de bienes de consumo.
Es cierto que, aun en tiempos de ausencia de pandemia, hay problemas de pobreza por los cuales unos sectores pueden consumir mucho y otros poco o nada. En otras palabras, la pobreza, que seguramente va a pegar un gran salto en las próximas mediciones en Argentina, es un serio problema que arrastramos desde hace décadas. Pero esa pobreza es consecuencia de una política deliberada para tener clientelismo políticos o, en otros casos, de una monumental torpeza en materia de política económica.
Tomando la influencia de la Iglesia Católica en Argentina (y aclaro que soy católico y estudié en colegio católico y en la Universidad Católica Argentina) que ha hecho un culto de la pobreza, el populismo argentino se apoyó en esa doctrina de Francisco, y ha instalado que todo el que es pobre es bueno y todo el que se esforzó, trabajó y logró progresar en la vida, es mala persona por definición, maldad intrínseca que lo obliga a tener que ayudar a los pobres, pobres que los mismos políticos crearon para tener su fuente de clientelismo político, porque esos que lograron progresar trabajando tuvieron la suerte de progresar. No fue su esfuerzo, su trabajo, sus sacrificios los que le permitieron tener un buen pasar, sino la suerte. Esa “suerte” automáticamente los convierte en una mala persona que tiene la obligación moral de mantener al pobre que por definición es buena persona y tiene más derechos que el que trabajó y se esforzó. Dicho en otros términos, en Argentina se ha creado la cultura de que la riqueza de unos tiene como contrapartida la pobreza de los otros. Los pobres son pobres porque hay otros que no lo son. Por lo tanto, el populismo construye su poder generando una gran masa de pobres a los cuales luego sale a “defender” señalando a los que no son pobres como los responsables de la pobreza de los pobres. Crea la grieta entre ricos y pobres. Primero crea los pobres y luego se “lamenta” de la pobreza.
¿Cuál es la solución? Sacarle a los que más tienen para darle a los que menos tienen. ¿En qué se basan los controles de precios o el disparatado impuesto patriótico de Heller? En creer que la riqueza es un stock dado que hay que redistribuir entre los que menos tienen. Y si la riqueza es un flujo, también hay que quitarle buena parte del flujo por haber trabajado y esforzado.
Lo concreto es que, basada en esta exaltación de la pobreza y el desprecio por los que progresan (por cierto, es bastante difícil encontrar algún político pobre) en nuestro país imperan reglas de juego que espantan a cualquiera que quiera invertir y crear puestos de trabajo. El mejor plan económico es un puesto de trabajo, no la cultura de la dádiva de la que tanto disfrutan los políticos repartiendo la plata de los que trabajan.
En Argentina, se ha establecido un sistema perverso por el cual invertir, trabajar, arriesgar, esforzarse, desarrollar la capacidad de innovación y generar puestos de trabajo merece ser castigado, porque en definitiva es la forma en que los pobres podrían dejar de ser pobres y, por lo tanto, desaparecería la clientela política cautiva del populismo imperante.
Los políticos populistas se llenan la boca con la distribución del ingreso y el coeficiente de Gini. Sueñan con la igualdad del ingreso, cuando, en realidad, la distribución del ingreso es irrelevante. Lo relevante es que el que menos gana, gane lo suficiente como para no ser pobre. En vez de estar mirando cuánto ganan los que más tienen (cultura de la envidia), los políticos populistas deberían estar mirando cómo hacen para que los que menos ganan, ganen más para salir de la pobreza. Si en el momento 1, el que menos gana obtiene un ingreso de 100 y el que más gana tiene un ingreso de 1000, la diferencia es de 10 veces. Supongamos que se aplican políticas no populistas, generamos inversiones y el que menos ganan, tiene un ingreso de 1500 y el que más gana tiene un ingreso de 30.000, es decir gana 20 veces más que el que menos gana. El coeficiente de Gini empeoró, sin embargo el que menos gana tiene un ingreso 50% más alto que el que más ganaba en el momento 1. Lo importante no es cuánto ganan los que más ganan. Lo importante es que los que hoy son pobres, dejen de serlo.
Cada vez me convenzo más que la pobreza estructural de Argentina es función del negocio de las políticas populistas. Han creado la cultura de la pobreza. La exaltación de la pobreza y la condena de la ganancia empresarial como el mal del liberalismo, y con eso han sumergido a millones de personas en la más humillante pobreza y clientelismo político. Esos mismos pobres que, hoy, con el coronavirus, son la amenaza para levantar la cuarentena. El clientelismo político entrampó a los políticos populistas. Si levantan la cuarentena corren el riesgo que esos sectores que viven en barrios pobres en CABA y en el conurbano, desparramen el virus. Por eso los tienen en sus barrios. Como si fuesen guetos de los que no pueden salir. Pero, si no levantan la cuarentena, la economía termina de hundirse y no habrá un centavo para mantener el clientelismo político basado en planes sociales y sobreabundancia de empleo público.
Veremos cómo salen de esta trampa en que cayeron por el coronavirus. Lo cierto es que mientras sigamos haciendo un culto de la pobreza y señalemos como enemigos públicos a quienes invierten, arriesgan, trabajan y se esfuerzan, estamos condenados a perpetuar y profundizar la pobreza. El coronavirus es la oportunidad para abrirle los ojos a la gente y hacerles comprender con la cultura de la pobreza, seremos cada vez más pobres.
Fuente: Economía para Todos