Tras poner en riesgo la supervivencia del Mercosur al retirarse unilateralmente, y sin consultar a nadie, de las negociaciones de libre comercio con otros países (negociaciones que ya están avanzadas con Corea del Sur y Canadá), y recomendarle a la oposición chilena que se junte, imite al frente de Todos, para desbancar a un “gobierno que no está a favor de la gente”, Alberto Fernández pareció recapacitar.
Se disculpó con Sebastián Piñera, lo que ya se está volviendo costumbre,
aclarándole que no pretendía intervenir en la política doméstica trasandina. Y
aceptó gustoso la mano que le tendió el uruguayo Lacalle Pou para “discutir
problemas de funcionamiento del Mercosur”.
Uno podría pensar que estos y anteriores chisporrotazos con los vecinos que han signado los primeros meses de gestión de los Fernández son producto de que la diplomacia no se le da muy bien que digamos a nuestro presidente. Tampoco a su canciller, cosa que resultaría aún más llamativa visto el cargo que detenta. Pero que en ambos casos se explicaría porque ninguno de los dos conoce demasiado del mundo en que vivimos, ni siquiera del barrio, ni tiene mayor experiencia en la materia.
Eso puede ser parte del problema, pero también influye el evidente placer de Alberto en practicar cierta “diplomacia ideológica”: la de llevarse bien con quienes se entiende fácil y le caen simpáticos, y no tanto con los capitostes que lo incordian, por más que el país necesite de su buena voluntad. Máxima que viene guiando sus pasos desde que era candidato y empezó a reunirse con el Grupo de Puebla, regenteado por su amigo Marco Enriquez Ominami, un dirigente de la izquierda chilena conocido en su país más coloquialmente como “MEO”.
Todo esto es cierto, pero hay algo más, y muy importante: AF y su canciller están jugando fuerte en la política regional porque, igual que en el frente doméstico, creen que la pandemia les dará oportunidades de ejercer una influencia y un liderazgo regionales que sin ella no hubieran sido imaginables, y tienen que apurarse a aprovecharlas: los gobiernos de derecha que hoy “nos tienen rodeados” enfrentarán cada vez más problemas, y sus opositores resultarán favorecidos, así que será más rentable llevarse bien con ellos que con quienes hoy están en funciones. Lo útil se combina así con lo placentero. O al menos eso creen.
Esta expectativa en que pronto volverán los buenos viejos tiempos de la “ola progresista latinoamericana”, y las rígidas y esquemáticas ideas y evaluaciones en que ella se sostiene, tienen un mecenas, China, y un público adicto, compuesto de notables “exalgo” latinoamericanos, como se pudo comprobar en la reunión que desató el nuevo encontronazo con Piñera.
La convocó el ya mencionado MEO, él mismo un “ex”: en su momento “joven promesa” de la izquierda y candidato a presidente de los desencantados con la democracia trasandina, pero hace años carente de toda gravitación en ella, tanto que ya ni partido tiene, como el suyo se quedó sin representación parlamentaria tuvo que fusionarlo con otro para que no perdiera reconocimiento legal. Un verdadero marginal, en síntesis. Pero se ve que cuanto más fracasados más le gustan a Alberto, quien le concedió el estatus de súperasesor internacional, permitiéndole ocupar algo del vacío de ideas que afecta a su gestión, en particular en esa materia. Aunque sensible también en muchas otras áreas.
Y asistió al convite, a escuchar sus recomendaciones, un nutrido grupo de “ex”: cerca de una decena de exministros y secretarios, varios exlegisladores, más algunos que todavía lo son. En síntesis, una muestra en pequeño del coro de expresidentes y opositores acérrimos a sus gobiernos que en casi todos los países reúne el famoso Grupo de Puebla (Evo, Correa, Dilma y siguen los nombres). Ante quienes es comprensible que nuestro presidente, un burócrata profesional, pero de vocación profesor de derecho, se haya tentado en convertirse en un primus inter pares, más precisamente, un “cabeza de ratón”. Y se haya dedicado a conseguirlo con mayor entusiasmo desde que advirtió que aquellos gobiernos no le darían el más mínimo calce a sus planteos proteccionistas ante las economías de mercado, recalcitrantes con los mercados financieros y súperamigables con los patrones chinos.
Como dijimos, la pandemia estaría aportándole, además, un bienvenido, aunque
puede que no muy duradero, viento de cola a estos planes. Al menos así lo
interpretan sus promotores tras haber consultado algunas encuestas sobre el
estado de opinión en los países vecinos: a diferencia de lo que sucede en la
Argentina, donde el presidente está rompiendo marcas históricas, Piñera apenas
si mejoró, con una gestión prolija de la emergencia, la penosa situación que
viene enfrentando desde que estallaron las protestas, el año pasado; mientras
que Bolsonaro perdió buena parte de los apoyos que reunía, al privilegiar la
economía sobre la salud y pelearse con la mitad de su gabinete. Estos datos
parecen haber bastado para convencer, a los cráneos de nuestro gobierno, que no
tenía mayor utilidad llevarse bien con “aves de paso”, y encima “de mal agüero”,
prontas a ser reemplazadas por gente más amigable.
La idea, hay que decir, no carece de ingenio. En vez de resignarse a andar solo por el barrio, o a ser arrastrado por el clima regional a hacer lo que uno no quiere, volverse “cabeza de ratón”, tejiendo lazos con quienes quieran escuchar buenos consejos. Es más entretenido. Y los demás, que se joroben, porque pronto se va a dar vuelta la tortilla, “la derecha” va a fracasar, porque ese es su destino. Si no lo creen, ¡escuchen al Papa, a Adriana Puigross, al negro Dolina!
Se entiende entonces que, de la clase profesoral y en el fondo inocua en la que se repartieron consejos dignos del viejo Vizcacha a MEO y sus amigos, se haya pasado, sin mediar mayor reflexión ni consultas para medir las posibles reacciones de los intereses afectados a abandonar las negociaciones comerciales del Mercosur. Y se entiende también que la respuesta de los aludidos no haya sido la misma, pero de todos modos nuestro gobierno siguiera haciendo como si no importara.
Porque lo más sorprendente del caso fue la respuesta inmediata e inapelable de Brasil de la que nuestros funcionarios no se dieron por enterados. Paulo Guedes, superministro de economía brasileño y a esta altura principal sostén de Bolsonaro, advirtió que “no seremos ni Argentina ni Venezuela” y dio a entender que seguirá avanzando en las negociaciones comerciales como si nada. ¿Qué piensan en la Casa Rosada y el palacio San Martín, que no hay que tomárselo a pecho porque igual Bolsonaro y Guedes tienen los días contados? Pero, ¿y si no es así, Bolsonaro sobrevive, e incluso sale de esta mejor parado de lo que allí calculan, y logra ser reelecto?, lo que bien puede suceder si la economía brasileña no se ve tan afectada como, por ejemplo, la nuestra.
Hay quienes estiman que, aún si ese es el caso, como el gobierno argentino apuesta a entorpecer las negociaciones comerciales en marcha, le va a resultar más fácil hacerlo “desde fuera”, negando el consenso que las reglas del Mercosur exigen para ese tipo de tratativas, que desde dentro, porque paraguayos y uruguayos seguirían alineados con los brasileños. Y que además se consigue así una victoria política ante los intereses proteccionistas locales, y ante quienes desde la política, las corporaciones industriales y las fuerzas armadas velan por esos mismos intereses en Brasil. De nuevo, mejor que “cola de león”, “cabeza de ratón”.
Pero lo cierto es que, por ahora, lo único que se logró es un comunicado comprensivo de la UIA (que va a traerle a sus autoridades serios problemas internos), y un llamado formal de Lacalle Pou. Del resto, hubo rechazos o silencios. Incluidos de esos supuestos “poderes permanentes” del gigante brasileño, que en verdad no son tan permanentes ni rígidos como acá se piensa: muchos en esas filas, aunque no se traguen a Bolsonaro e incluso conspiren contra él, comparten su preferencia, definida hace ya tiempo y que difícilmente vaya a cambiar debido a la pandemia, por una economía abierta.
¿Tiene sentido que la Argentina corra el riesgo de quedar fuera del Mercosur para no correr los riesgos que traería consigo integrarse a esa economía abierta? ¿Es lógica y razonable la expectativa de Alberto y Felipe Solá en que la pandemia alentará el proteccionismo comercial, así que conviene dejar para más adelante la integración comercial, y que hará trastabillar y caer a los gobiernos de derecha de la región, así que no conviene acordar nada con ellos? ¿No hay en esas previsiones demasiado de ensoñación, de querer que la emergencia les de la razón? ¿No es una mala idea que al burócrata y el profesor se le adosen la acción inconsulta y la rigidez partidista?
Por de pronto lo que parece haber sucedido es que las reacciones recibidas lejos de desanimar a Alberto lo entusiasmaron, los nuevos desafíos cree que avalan sus ideas: si Bolsonaro y Guedes nos denuestan es porque vamos por el buen camino, si pronto van a estar de salida, ¿de qué preocuparse?, y si un Mercosur que se abre al mundo cuando hay que cerrarse nos termina excluyendo, ¿no será acaso una buena noticia?
La cuarentena no es solo una solución sanitaria, es también política y económica. Es más: en verdad ella está resumiendo la entera ideología oficial, que puede ser bastante hueca pero no deja de ser contundente: el sueño de un Estado que te encierra y te cuida, ¿cómo no aplicarla a todas las cosas?
Por Marcos Novaro
Fuente: TN