En la Argentina, por otro lado, el Congreso sigue sin funcionar (casi no existen países donde esto suceda) y la Justicia está de vacaciones. El Gobierno funciona con decretos de necesidad y urgencia que ni siquiera pasan por la revisión del Congreso. No solo no disimulan, sino que además ejercen violencia verbal con los que se oponen al manejo unilateral del país. Es necesario decirlo todo el tiempo: controlar una pandemia no puede ser el motivo para avasallar las instituciones democráticas.
Los niveles de intolerancia que se están alcanzando empiezan a poner de manifiesto las verdaderas intenciones de algunos. Se puede citar como ejemplo a la abogada Graciana Peñafort (directora de Asuntos Jurídicos del Senado), que afirmó: “Es la Corte Suprema quien tiene que decidir ahora si los argentinos vamos a escribir la historia con sangre o con razones, porque la vamos a escribir igual”. Yo no gastaría el tiempo de los lectores analizando lo que dice la Dra. Peñafort, personaje desopilante si los hay, muy parecido a tantísimos de los fanáticos kirchneristas que poseen siempre esa mezcla de idiotez y violencia. El tema es que ella está en ese cargo puesta por CFK que, además, elogió las declaraciones que incluían esta frase. La vicepresidente podría haber desmentido a su empleada o mostrarse en desacuerdo. Sin embargo, la elogió desde su propia cuenta de Twitter. De modo que habría que preguntarle a CFK a qué se refieren con “escribir la historia con sangre” y con la sangre de quiénes es que están evaluando “escribir la historia”.
El delirio del discurso setentista es una marca registrada del kirchnerismo y con ella han convencido a demasiada gente de que aquellos fueron momentos hermosos. Ya aburren con la prédica de los militantes románticos. Los 70 fueron años horribles donde hubo muchas muertes a causa de penosos discursos y prácticas violentas. El gran problema es que ese discurso parece tener el aval de la Vicepresidente, ya que está formulado por una empleada suya directa y se ocupó además de la difusión de ese concepto. Una cosa son los monos y otra cosa es la dueña del circo. La dueña del circo habla de “sangre”. La Vicepresidente, que no se ocupa de la pandemia, reivindica discursos violentos. Una vez más en la Argentina padecemos a la violencia amenazando desde el poder.
El momento fundacional del kirchnerismo en su actual mutación fue cuando hicieron un acuerdo tácito por el cual se perdonaba la corrupción mientras se reivindicaran los 70. El manual de miserables de la política como Horacio Verbitsky le vino como anillo al dedo a un kirchnerismo necesitado de un “aval moral” para poder robar de la manera que lo hicieron. Por esa razón se apropiaron del discurso de los derechos humanos, que eran patrimonio de todos, y lo convirtieron en el discurso de una secta violenta. Los que habían estado en contra de la Conadep (organismo que en los albores de la democracia investigó la desaparición de personas) o del Juicio a las Juntas se convirtieron en adoradores de los 70 y dieron con el salvoconducto para que los apoyaran degradados dirigentes. Esos dirigentes, vale aclarar, habían tenido protagonismo durante la vuelta de la democracia y eligieron convertirse en secta perdiendo su esencia. Lo que sucedió es que nunca más cuestionaron la corrupción ni la violencia.
La bajeza moral de usar el discurso de los derechos humanos para blanquear la corrupción tuvo un nuevo e insólito capitulo con la presentación judicial que hizo el secretario de Derechos Humanos de la Nación Horacio Pietragalla pidiendo la libertad de Ricardo Jaime, entre otros. La idea de utilizar el organismo oficial de Derechos Humanos, que se paga con los impuestos de todos, para tratar de excarcelar a gente involucrada en causas de corrupción muestra la inmoralidad en la que están sumidos. Lo hacen en el momento en que la población está angustiada por el temor a la enfermedad y por una cuarentena que hace que la economía esté demolida. Es una nueva demostración de que el kirchenrismo es la alianza entre el montonerismo residual, que se apropió del discurso de los derechos humanos, con la corrupción más burda. Ricardo Jaime reconoció que recibió coimas y está condenado en la causa por la tragedia ferroviaria de Once donde murieron 52 personas y hubo 789 heridos. Los derechos humanos de estas personas muertas por la corrupción no existen en el universo kirchnerista. El kirchnerismo no tiene ninguna empatía por las víctimas si no pertenecen a su secta.
En el cumplimiento de ese plan pusieron a un alfil de CFK a cargo de la unidad en la que están los testigos protegidos. Juan Martín Mena es el viceministro de Justicia y fue el numero 2 de la SIDE (inteligencia, espionaje) en la época de CFK. Está procesado por el pacto con Irán y tuvo cuantiosas comunicaciones telefónicas con agentes que le reportaban el día de la muerte de Nisman antes de que la noticia saliera a la luz. Ese hombre tiene a su mando la unidad de testigos protegidos. Muchos de esos testigos son protegidos porque contaron cosas acerca de la corrupción de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner. Esto también lo hicieron durante la pandemia.
En estos días, el mismo Mena negoció y firmó un acuerdo con un asesino serial en ocasión del motín en la cárcel de Devoto. El patetismo de la decadencia argentina es infinito. No negocian en el Congreso y negocian con delincuentes. Una descripción perfecta del kirchnerismo.
“Lo opuesto a la meritocracia es la corrupción”, dice el profesor e investigador de Harvard, Steven Pinker. Eso es clave para entender el discurso en contra de la meritocracia que los K repiten como zombies.
También utilizan la pandemia para profundizar el aislamiento y el cambio de aliados. En esa línea se explica que Argentina abandone el Mercosur en las negociaciones por acuerdos de libre comercio. Más mercados en el exterior para las empresas que producen y generan riqueza, y empleo para la población es lo básico para empezar a pensar en la salida a la cuarentena. Se empieza a cambiar la fisonomía del país y sus vínculos. Se le da la espalda al Mercosur y se priorizan Cuba, Venezuela y China. Al mismo tiempo se prohíbe que las compañías aéreas vendan pasajes a futuro y dejan definitivamente olvidados a los argentinos varados en el exterior. Mala praxis sumado a pésimas ideas. Algunas de estas cosas empezaron hace años en Venezuela. Solamente hace falta mirar ese espejo.
El problema de tener a la mafia adentro del Gobierno es que, cuando aparece una crisis sanitaria y económica como la actual, la mafia va a priorizar su agenda y eso provoca perplejidad en la ciudadanía. Es imposible que CFK y las personas que responden a ella reaccionen de otra forma. Ellos están en el Gobierno para seguir con su planes hegemónicos y autoritarios. No van a alterar sus planes porque la gente sufra por la pandemia. Siguen adelante aunque eso implique matar a la república. Por eso hablan, tan livianamente, de sangre.
Por Darío Lopérfido
Fuente: Infobae