“La China está hoy atacada por un virus poderoso, llamado “Corona”. Ataca las vías respiratorias. Es mortal en un importante porcentaje de pacientes a los que victimiza. En especial adultos mayores, y personas con debilidad en su sistema respiratorio.
Esto ocurre en una nación que para 1963 tenía una situación de pobreza y miseria lamentables, y que, bajo el régimen socialista de producción, sencillamente estaba enemistada con el progreso, con el crecimiento económico y con la posibilidad de sacar a la gente de la miseria. El más poblado país del planeta era de los más pobres y con menos esperanza de prosperar.
Uno de los grandes visionarios de la China, Zhou Enlai, más conocido en occidente como Chou En-Lai, quien fuera primer ministro de China bajo la autoridad del todo poderoso y retardatario Mao, y quien además lograra sobrevivir políticamente las ridículas aventuras fallidas del “gran salto” y de la revolución cultural de Mao, vio con claridad, en ese 1963, la necesidad de la modernización de China y habló de las cuatro modernizaciones: Agricultura, Industria, Defensa Nacional y Ciencia y Tecnología.
No dudó en enviar a los mejores estudiantes a las universidades del extranjero del más alto nivel, para que saliendo del dogmatismo parroquiano maoísta, tuvieran una visión de la realidad del mundo. Y cuando Zhou En-Lai recibió a Nixon en 1972, mostró la apertura de su visión hacia un futuro de modernidad.
Den Xiao Ping asume el poder, luego de la muerte de Mao, y entonces profundiza y lanza oficialmente la revolución económica china, en la cual se liberalizaron las condiciones de trabajo. Se dieron facilidades para contratar y despedir gente. Se quitó la potestad del Estado de controlar los precios, se aumentó y abrió la posibilidad de la propiedad privada, se aceptó la inversión extranjera, y se entendió lo que era una economía en libertad.
Desde ese momento, toda reforma ha sido profundizar e ir cada vez más hacia una economía más libre. Por ello, la China no ha dejado de crecer. Jamás se oyó a sus gobernantes hablar de las maldades del capital extranjero, ni de condenar la inversión extranjera. No se criticó a los mercados de capitales, ni se maldijo al “imperio” cualquiera sea la definición de esta palabra tan usada por los SSXXI. La China tampoco se dedicó a alabar los logros del socialismo, ni a pedirle a la gente que se ponga camisetas del Che Guevara. No hablaron de la ALBA, ni de “forjar una unidad asiática contra las acechanzas del imperio”. No, no lo hicieron. Tampoco fomentaron odio de clases, ni actuaron sin pensar en eficiencia económica, ahorro, más ahorro, inversión y más inversión. Y cuando los millonarios aparecieron, y hoy por montones, y el consumo de artículos de lujo se disparó, no lo satanizaron.
Escucharon a Milton Friedman, ícono del neoliberalismo, quien viajó por toda China, y dio los consejos y lineamientos que la China supo seguir. No siguieron las tonterías económicas de Mao, ni a Marx, ni a Engels, ni a Fidel Castro, ni al Che, ni a Chávez. No gritaron fuera yanquis fuera, ni hablaron del colonialismo europeo.
No hablaron del “centro periferia”, del “neo colonialismo”, de “la patria sangrante” ni mil vocablos más de la izquierda frustrada e improductiva. Entendieron lo que hay que hacer para derrotar a la pobreza y lo hicieron.
El resultado es que hoy más de 600 millones de chinos salieron de la pobreza, son la segunda economía del mundo, y todo apunta a que, en menos de 20 años, serán la primera.
Mientras todo esto pasaba, muchos latinoamericanos gritaban “viva la revolución”: Sandinista, Bolivariana, Ciudadana, y Movimiento Nacionalista revolucionario. Los “revolucionarios”, Chávez, Lula, Correa, Kirchner y viuda, Evo, Dilma, Maduro, y los anquilosados cubanos, miraban a la China como fuente de “liberación” frente al “imperio”, mientras la China hacía todo lo contrario de lo que ellos decían y hacían.
Hoy la China nos tiene agarrados del cogote. Somos dependientes de la China, que se ríe de nuestra idiotez, que sabe que tiene ahora las materias primas respaldando sus créditos, que sabe que no nos podemos desprender por la dependencia financiera, que tiene nuestra producción para servir las deudas.
Y mientras el coronavirus los afecta temporalmente, nosotros tenemos un virus mucho más letal, que no se va con facilidad: La creencia de la mayoría de la gente, de que el Estado debe regalar las cosas, que el Estado resuelve el problema de la pobreza, que de lo que se trata es de redistribuir el ingreso y no de generar más riqueza para acabar con la pobreza, y que eso es mucho más importante y además anterior al tema de la equidad, que la deseamos sí, pero que no se logra sin crecimiento.
La China saldrá del coronavirus, pero no sé si los latinoamericanos salgamos de un virus que nos tiene hasta la corona, infectados, agobiados: el de creer que la pobreza se resuelve con facilidad, sin esfuerzo, sacrificio y trabajo y en varias décadas.
Ese virus es mucho peor que el que afecta a la China. Si no lo aniquilamos ya, seguiremos en la pobreza, y terminaremos a lo mejor siendo el territorio chino de ultramar. (O)”
Por Alberto Dahik Garzozi