Siguiendo el trabajo de Carmen Reinhart, de la Universidad de Harvard, desde 1827 hasta ahora, Argentina cayó 9 veces en default. El primer período fue entre 1827 y 1857, el segundo entre 1890 y 1893, el tercero en 1951, cuarto entre 1956 y 1965, el quinto entre 1982 y 1993, el sexto en 1989, el séptimo entre 2001 y 2005, luego Griessa y el novena sería éste con el reperfilamiento de la deuda que no es otra cosa que un default con otra palabra.
El gran debate económico de hoy en día es si Argentina hará una negociación compulsiva de la deuda pública o recurrirá a una negociación amigable pidiendo tiempo de gracia. Se ha debatido si conviene el modelo uruguayo o algún otro de renegociación de la deuda, pero lo cierto es que en este contexto de nivel de deuda y tasa de interés lo más probable es que haya que renegociar la tasa a niveles tan bajos que hacen impensable que pueda llegarse a buen puerto por ese lado.
Martín Guzmán, el nuevo ministro de Hacienda, presentó en Ginebra, en un debate sobre la deuda organizado por las Naciones Unidos en noviembre pasado, un paper en el cual describe el tema de la deuda. La presentación, un paper de 26 páginas, puede resumirse de la siguiente manera: para poder pagar la deuda, la economía tiene que crecer, aunque reconoce que para crecer hay que pagar la deuda, por lo tanto, propone que esperen a Argentina un par de años porque ahora puede ser diferente, ya que Argentina, por alguna causa que desconocemos, en esta oportunidad va a crecer y ser competitiva y va a poder pagar la deuda. Fin del corazón del paper.
En rigor no dice nada diferente a lo que proponía Cambiemos cuando asumió. Sus funcionarios también creían que se iba a crecer solo porque con buena onda y entusiasmo iba a haber una lluvia de inversiones. La sequía de inversiones duró cuatro años y terminamos en una catástrofe económica.
Una vez más hay que destacar que la crisis de la deuda es el síntoma de la enfermedad. Es la fiebre de la infección, y la infección es consecuencia de un Estado que sistemáticamente gasta más de lo que recauda y se endeuda para financiar ese exceso de gasto. No comparto la visión de que Argentina no crece porque se endeuda. En todo caso el endeudamiento público complica más la cosa, pero la causa fundamental de nuestra falta de crecimiento es la ausencia de instituciones confiables que atraigan inversiones. Me refiero a un gasto público austero, un sistema tributario sencillo de liquidar y pagable por el contribuyente, una legislación laboral que incentive la contratación de mano de obra, respeto por los derechos de propiedad, menos regulaciones, una economía integrada al mundo, etc. Esas son las reglas de juego para crecer, pero la dirigencia política argentina está empeñada a llegar al poder para luego conseguir votos repartiendo subsidios, planes sociales y puestos públicos a diestra y siniestra. Ese festival de populismo eleva el gasto público hasta niveles que ahogan al sector privado con presión impositiva, luego se recurre al impuesto inflacionario y posteriormente al endeudamiento, cuando no a alguna confiscación de ahorros en los bancos.
Es evidente que si el Estado aumenta el gasto público, en algún momento los recursos no van a alcanzar y si se toma deuda para financiar el déficit, el gasto aumenta en forma automática por la carga de los intereses de la deuda. Esto se vio en reiteradas oportunidades. Y como no se genera superávit fiscal primario para pagar los intereses, no solo se renueva la deuda tomada sino que se toma más deuda para pagar los intereses hasta que caemos en default.
De manera que el problema grave que hoy tiene Argentina por delante no es la deuda pública. Ni siquiera es el más urgente. El real problema es tener una dirigencia política que deje de hacer populismo y presente un discurso que al menos atraiga la atención de los inversores y los seduzca y, junto con ese discurso, presente un plan económico que vaya desarmando este Estado elefantiásico, con impuestos descomunales y regulaciones insólitas. El problema pasa por las reglas de juego y el discurso de la dirigencia política que espanta inversiones con sus dichos. La deuda va resolverse más fácilmente si se presenta un discurso que muestre en serio un camino de crecimiento con un plan consistente y gente de trayectoria que inspire confianza en los inversores. No solo tiene que inspirar confianza el presidente y la dirigencia política, sino que su equipo de trabajó requiere de gente con suficiente prestigio para, inicialmente, cambiar las expectativas de los agentes económicos.
En síntesis, todo parece indicar que el nuevo gobierno pondrá todos los cañones del tema económico en ver cómo resuelve el problema de la deuda. Mi visión es que eso debería ser el último paso de un plan económico, primero hay que formular una propuesta para desarmar este sistema económico que nos llevó a la decadencia que todos vemos con asombro como si fuera un castigo divino o mala suerte, en vez de absoluta impericia en la gestión de varios gobiernos.
Fuente: Economía para Todos