En 1988, un año antes de la caída del muro de Berlín, Hayek publicaba su libro La Fatal Arrogancia en el que demuestra que el socialismo se encuentra en callejón sin salida, es decir, el socialismo es un error lógico-intelectual, ya que nunca podrá hacerse con toda la información que se encuentra dispersa entre millones de personas. Hayek ya había incursionado en este tema en una conferencia que tituló El Mercado Como Proceso de Descubrimiento. De manera que las líneas que voy a escribir ahora no son ideas mías, sino que me baso en autores de impecable trayectoria académica. Esta nota no pretende inventar nada, simplemente llamar la atención sobre la arrogancia de la dirigencia política argentina de pretender definir lo que ellos llaman el perfil productivo de la Argentina.
Gente de Cambiemos, del massismo o del mismo kirchnerismo creen que un grupo de personas integrado por la dirigencia política, empresarios y sindicalistas pueden sentarse a una mesa y en forma “democrática” definir cuáles son los sectores productivos a desarrollar. Qué sectores hay que incentivar. Creen que porque lo deciden entre la dirigencia política en su conjunto con empresarios y sindicalistas, eso es democrático.
Formular semejante propuesta muestra un absoluto desconocimiento del ABC de la economía. Lo primero que uno enseña en un curso de introducción a la economía es que los recursos son escasos y las necesidades son ilimitadas. El ser humano tiene que optar, decidir qué compra con sus limitados recursos dentro de la amplia gama de necesidades que tiene. La economía existe, justamente, porque los recursos son escasos o, como diría mi abuelita: en la vida todo no se puede. Hay que elegir.
Ahora bien, no todas las personas valoran los bienes de la misma manera. Por ejemplo, unas personas están dispuestas a entregar dinero a cambio de un buen asado de tira y en cambio un vegano jamás gastaría un centavo por un gramo de carne vacuna. Las personas valoran los bienes y servicios de diferente manera.
Pero además de valorar de diferente manera los bienes y servicios, cada persona va cambiando el valor que le otorga a cada bien. Por ejemplo, una persona puede valorar mucho comprarse su propiedad. Una vez que tiene su casa, comprar otra propiedad puede pasar al último lugar de los bienes que más valora y ahora puede poner en primer lugar comprarse un auto o irse de viaje a Europa. En otras palabras, las personas van cambiando la forma en que valoran los bienes en la medida que van satisfaciendo sus necesidades. Al cambiar las valoraciones cambia la prioridad de lo demanda de los bienes que quiere comprar porque cambia la utilidad marginal de cada bien.
Ejemplo, tengo hambre y compro una pizza. La primera porción la como con muchas ganas. La segunda también. La tercera con menos desesperación. La cuarta más pausadamente y la cuarta ya no doy más. En la quinta porción digo basta. La utilidad que me brinda la última porción de pizza es cero y por lo tanto ya no valoro tanto la pizza como cuando la compré y comí la primera porción.
Si entendemos que cada persona valora los bienes de diferente manera, el carnívoro valora el asado de tira y el vegano no. Y además, que cada persona va cambiando el valor que le otorga a cada bien a medida que va transcurriendo el tiempo, podemos concluir que nadie tiene la información de cuáles son las valoraciones de millones de personas y cómo van cambiando esas valoraciones. Ni la computadora más sofisticada puede tener y procesar esa información donde millones de personas van al mercado, que es un proceso, a comprar bienes y servicios que valoran diferente y además van cambiando la valoración a medida que disminuye la utilidad marginal de cada bien (el ejemplo de la pizza).
¿Cómo asigna la economía los recursos productivos ante esa información dispersa? Mediante los precios que la gente está dispuesta a pagar por los bienes, precios que dependen de las valoraciones de la gente. Los precios que la gente está dispuesta a pagar son la señal que el mercado les proporciona a los empresarios para que éstos asignen los recursos productivos. ¿Qué busca el empresario? Satisfacer una demanda insatisfecha. Si acierta, su premio es la ganancia que obtiene. Si se equivoca, el castigo es la pérdida que tiene que asumir. Para eso existe el mercado, para permitir que se desarrolle un proceso por el cual los empresarios descubran qué necesidades tiene el consumidor.
Los políticos que dicen que ellos van a definir el perfil productivo de la economía no tienen toda esa información que está dispersa y que son las valoraciones de millones de consumidores que van cambiando permanentemente de valoraciones. El solo hecho de decir que ellos van a definir el perfil productivo, decidiendo en una mesa qué tiene que producirse, que es lo mismo que decir arbitrariamente quiénes son los ganadores y quienes son los perdedores de la economía según sus gustos, demuestra la arrogancia de creerse seres superiores al resto de la sociedad. Y si no es arrogancia, es una profunda ignorancia sobre cómo funciona la economía. La economía es la ciencia de la acción humana y la acción humana no se puede meter en una ecuación para ver cómo da la derivada segunda y así definir el perfil productivo.
Si la economía argentina tiene baja productividad y por ende bajos salarios y paupérrimo nivel de vida es, justamente, porque los políticos siempre se creyeron seres superiores que decidieron que había que producir acero, autos, petroquímica, textiles o lo que sea. Esa fatal arrogancia generó una ineficiente asignación de recursos que no nos permite ser competitivos a nivel internacional, tener productos de baja calidad a precios disparatados y bajísimos salarios fruto de la mínima productividad de la economía por la fatal arrogancia de los políticos.
Esos políticos, que se consideran seres superiores que sentados a una mesa van a definir el perfil productivo del país, deberían saber que en pocos días más se van a cumplir 30 años de la caída del muro de Berlín que aplastó a la economía planificada. El “exitoso” modelo que ellos proponen quedó sepultado bajo los escombros del muro de Berlín. Lean historia y dejen de lado la fatal arrogancia porque están hundiendo la economía argentina y dejen que la gente despliegue su capacidad de innovación para descubrir qué demandan los consumidores.
Fuente: Economía para Todos