Cualquiera sea quien triunfe en las próximas elecciones presidenciales jugará gran parte de su patrimonio electoral inicial, y quizás de su gobierno, a manos de la demanda de dinero. El desplome que experimentó esta variable clave, referenciada por el agregado monetario M2 (billetes y monedas en poder del público más depósitos públicos y privados en pesos a la vista y en caja de ahorro) no solo es la contracara de la huida de los agentes económicos de sus tenencias de pesos sino es el fiel reflejo de la desconfianza reinante.
El próximo gobierno heredará, más allá de los eslónganes electorales, una situación socioeconómica difícil y complicada por demás, donde el terreno está tan sembrado de minas como el que recibió Cambiemos en 2015. La deuda, las tarifas, la inflación, el déficit fiscal, controles cambiarios, y otras bombas más, de mayor o menor poder de destrucción masiva, deberán ser desactivadas por la próxima administración. Pero sin duda el tema monetario, noble ausente del debate presidencial como otras grandes cuestiones, puede ser el primer artefacto explosivo que requerirá una manipulación quirúrgica. Y como dice una conocida canción, en estos casos “lo importante es de qué lado de la mecha estás”.
Ya muchos se adelantaron e intensificaron la dolarización de sus tenencias desde el año pasado. Así la demanda de dinero, en todas sus versiones de agregados monetarios (M1, M2 o M3) colapsó registrando un abrupto derrumbe que ha llevado a la cantidad de dinero en la economía a mínimos históricos, salvando períodos híperinflacionarios. Para dimensionar lo ocurrido hasta ahora vale mencionar que la demanda de dinero, que no es sino el plasma sanguíneo de la economía, pasó de representar cerca del 22% del PBI ante el advenimiento de Cambiemos a poco más del 10% en la actualidad. Que la demanda de dinero esté en niveles históricos mínimos es sin duda algo peligroso. Porque si se acelerara la inflación, ello daría lugar a desencadenar una hiperinflación, donde se vería un mayor retroceso de la demanda de dinero. Al respecto los analistas debaten que en este caso se podría espiralizar la inflación o bien la recesión.
Lo cierto es que la demanda de dinero es el termómetro de la confianza. El próximo gobierno, ya de arranque tendrá la disyuntiva de tener que recurrir a la emisión monetaria para afrontar compromisos de gastos corrientes como financieros. De modo que cualquier visionario que esté pensando en salir a emitir a tientas y a locas, con una demanda de dinero en franco retroceso, es un kamikaze. La próxima administración tendrá así un artefacto a desactivar con dos cables, si corta el incorrecto, aquellos que hoy dicen no ver riesgos de hiperinflación, la encontrarán a la vuelta de la esquina. El requisito sine qua non para que todo no estalle desde el comienzo es generar una altísima dosis de confianza en los agentes económicos para que vuelvan a querer tener pesos en sus bolsillos. O sea, si se dan los pasos correctos se podrá aprovechar el círculo virtuoso que brinda el espacio ausente de la demanda de dinero. Porque si se recupera la confianza, este solo hecho ya permitirá inyectar gran parte de los pesos necesarios sin que ello desate nuevas, o acelere, presiones inflacionarias. De modo que la falta de credibilidad en un gobierno y sobre todo en sus políticas es el factor a revertir. Es imperioso recuperar la demanda de dinero. Y ello solo se consigue con un shock de confianza. ¿Los próximos hacedores de la política económica serán capaces de generarlo? Esa es la verdadera cuestión. Y eso solo se verá cuando comience el partido. Ahí se verán los jugadores y las estrategias. Si convencen, quizás, podrán lograrlo. Pero lo importante es que sean conscientes de los riesgos inherentes. Espacio para emitir hay sin que se generen efectos monetarios reales. Pero es una tarea para cirujanos cardiovasculares o mejor dicho, para neurocirujanos. El resto es marketing electoral.
Fuente: Rosario Finanzas