Existe la falsa creencia que el aumento del gasto público funciona como un mágico factor multiplicador de la actividad económica. Los economistas que juegan a ser brujos con poderes mágicos nos quieren hacer creer que un dólar gastado por el estado produce más actividad que un dólar gastado por el sector privado. En economía no hay magia, por lo tanto, si el dólar de más gastado por el estado generara algún tipo de efecto multiplicador, el dólar de menos gastado por el contribuyente produciría el mismo efecto desmultiplicador y de retracción de la economía, en igual intensidad que el supuesto efecto multiplicador del gasto.
A los políticos, que les encanta gasta el dinero del contribuyente, este supuesto efecto mágico del gasto público les viene como anillo al dedo porque pueden vender populismo y tratar de insensible a todo economista que se oponga a un aumento del gasto público. Los economistas que pedimos menos gasto público somos los insensibles y miserables que no consideramos a los pobres.
En Argentina el populismo estatista ha llevado el gasto público a niveles que, como veremos enseguida, ha sido el mayor causante de pobreza, y hasta tanto no se entienda que no va a ser Carolina Stanley, ni sus antecesores ni sus sucesores, la que va terminar con la pobreza revoleando cheques del contribuyente desde su poltrona en el ministerio, la pobreza va a seguir aumentando.
El aumento del gasto público ha sido la causa de un largo período de déficit fiscal que ha impactado en cuatro variables económicas haciendo explotar la pobreza y llevarla a los niveles que, la misma dirigencia que la creó, ahora se espanta de verla.
El gráfico 1 muestra la evolución del déficit fiscal consolidado entre 1961 y 2016 en base a datos del Ministerio de Hacienda.
Gráfico 1
Tomando los 55 años que van entre 1961 y 2016, en solo 6 de ellos hubo superávit fiscal. En rigor es superávit fiscal estuvo basado en la llamarada inflacionaria que generó Duhalde con la salida de la convertibilidad licuando el gasto público en salarios y jubilaciones. Si a eso se le agrega que Rodríguez Saa había declarado el default y ya no se pagaban los intereses de la deuda pública y se establecieron retenciones a las exportaciones con un tipo de cambio de 4 pesos por dólar, lo que se hizo fue licuar el gasto y no pagar la deuda, más que ordenar el estado para bajar el gasto público. Es más, el gráfico 2 muestra la evolución del resultado fiscal en la era k. Como puede verse, comienza el 2004 con un superávit consolidado del 3,54% del PBI gracias al viento de cola y al desastre económico institucional que hizo Duhalde, y terminaron entregando el poder en 2015 con un déficit fiscal de 7,24% del PBI. Un recorrido de deterioro fiscal de casi 11 puntos del PBI.
Gráfico 2
Ahora bien, volviendo al largo período de aumentos del gasto público y déficit fiscal, hubo cuatro factores de ese aumento del gasto público que nos llevaron al estallido de pobreza impensada en una Argentina que fue pujante y un país que le ofrecía al mundo un lugar donde prosperar a fines del siglo XIX y principios del XX.
En primer lugar, los recurrentes déficits fiscales llevaron a transformar a la Argentina en un infierno fiscal. El actual impuesto a las ganancias nació como un impuesto de emergencia en 1932 llamado impuesto a los réditos. Hace 87 años que estamos en emergencia. El IVA, que comenzó en con una tasa del 13% en 1975, fue aumentando hasta el actual 21%. Recordemos que en 1995 se pasó de una alícuota del 18% para llevarla al 21% para enfrentar la emergencia por la crisis del Tequila. Es decir, llevamos 24 años de emergencia. Lo mismo ocurre con el impuesto a los créditos y débitos bancarios, creados como emergencia en 2001 tenemos 18 años de emergencia. Y podríamos seguir con los ejemplos mostrando la creciente presión tributaria a nivel nacional, provincial y tasas municipales que transformaron a la Argentina en tal infierno fiscal que condujo a tener cada vez menos inversiones y, en segundo lugar, a aumentar el mercado informal de la economía (la curva de Laffer funciona en la realidad) y a fugas de capitales en busca de países que no expropiaran impositivamente a la gente productiva.
Pero la fuga de capitales no se produjo solamente por la presión tributaria. Las recurrentes crisis fiscales derivadas del déficit estatal llevaron a continuas confiscaciones de activos líquidos. En 1987 el ahorro forzoso, en 1989 el plan BONEX, en 2001 el corralito, en 2002 el corralón y la pesificación asimétrica, en 2008 la confiscación de nuestros activos en las AFJP, los balances que no se ajustan por inflación confiscando parte del capital de trabajo de las empresas y los ingresos de las personas. En definitiva, el déficit fiscal generó no solo un infierno fiscal, además produjo la sistemática violación de los derechos de propiedad con confiscaciones que hicieron que la gente buscara resguardar el fruto de su trabajo lejos de la mano del estado. Por esa razón hoy en día los depósitos en el sistema financiero argentino no representan más del 14% del PBI cuando en países como España representan el 96% del PBI, en Irlanda el 90% o en Chile el 52%. El argentino atesora o vuelca sus ahorros en países donde le respetan el derecho de propiedad, países que son desarrollados, con lo cual el populismo gastador compulsivo ha logrado que los argentinos terminemos financiando la inversión y el consumo de los países desarrollados. Encima, el escaso ahorro interno que se vuelca al sistema financiero local es absorbido por el estado vía LEBACs, LELIQs y cuanto instrumento de deuda interna pueda inventar el estado.
Como la carga impositiva infernal no alcanza para financiar el gasto público, como tampoco alcanzan los recursos confiscados, como tampoco es suficiente el endeudamiento interno, también el estado toma deuda externa para financiar el gasto. Los populistas viven protestando contra la deuda pública, pero no despotrican contra el gasto público que lleva al déficit fiscal y al endeudamiento que se transforma en más gasto público por los intereses que hay que pagar por el mayor stock de deuda pública.
Pero no conformes con todo esto, además el estado ha financiado el déficit con emisión monetaria destruyendo 5 signos monetarios y produciendo períodos de alta inflación, megainflación e hiperinflación. Sin moneda es imposible hacer cálculo económico y sin cálculo económico no hay posibilidad de estimar si un proyecto de inversión es viable. O sea, la ausencia de moneda es otro impedimento para que se produzcan inversiones. Sin moneda la economía trabaja en el día a día y no proyecta períodos largos dado que no se pueden hacer estimaciones por falta de un instrumento de medición.
Tenemos entonces que el gasto público ha transformado a la Argentina en un infierno fiscal, en un estado que es un confiscador serial ahuyentando el ahorro hacia plazas donde se respeten los derechos de propiedad dejando sin crédito interno la economía argentina, al tiempo que el estado, para financiar su gasto público, absorbe el escaso crédito interno y encima toma deuda externa y destruye la moneda con emisión monetaria.
En definitiva el gasto público ha creado la tormenta perfecta para hundir la economía argentina en la pobreza que vemos como viene creciendo desde hace décadas. No es este gobierno el que hizo explotar la pobreza, en todo casi ni empezó a solucionarla, son décadas de gobiernos gastadores que destruyeron todos los instrumentos económicos básicos para que haya inversiones, se creen puestos de trabajo, mejore el salario y baje la pobreza. El gasto público destruyó la calidad institucional de Argentina dejándola sin inversiones y con una pobreza insospechada.
La pobreza actual es hija de un estado depredador que espanta las inversiones, y ese estado depredador es consecuencia de una dirigencia política que solo sabe gastar y confiscar el fruto del trabajo de la gente laboriosa e innovadora. Son los políticos, con su competencia populista, los que llevaron el gasto público a niveles extremos haciendo explotar la pobreza. Son los verdaderos responsables de esta decadencia argentina.
Fuente: Economía para Todos