En la Argentina, los suelos de la región Pampeana, sufren un gran deterioro nutricional en manos de la producción agrícola, que genera una pérdida entre el 30 y el 50 % de materia orgánica. Si bien, los especialistas reconocen que la fertilización se incrementó en los últimos años, resulta menor que la remoción de nutrientes que genera la producción de los principales granos.
Frente a este panorama, el reciclado de nutrientes, mediante la implementación de subproductos orgánicos de origen animal, tales como efluentes y residuos sólidos, resulta una estrategia válida que podría contribuir, en gran medida, a mitigar dicha falta de reposición. Así lo afirma Nicolás Sosa –especialista en enmiendas minerales y orgánicas en el suelo del INTA Manfredi, Córdoba–.
“El uso de estos subproductos como fertilizante permite aumentar la producción de los cultivos y contribuye a generar un sistema sustentable, dado que mejora las condiciones químicas, físicas y biológicas de los suelos”, detalló Sosa quien expondrá esta temática en ArgenCarne, la muestra que se realizará en San Justo, Santa Fe, del 9 al 12 de mayo.
En este sentido, el técnico de Manfredi destacó la utilización de efluente porcino y la consideró “una importante estrategia de reposición de nutrientes a largo plazo que permitiría reducir o sustituir parte de la fertilización inorgánica”.
Esto cobra mayor importancia si se tiene en cuenta, argumentó Sosa que la producción animal en el país y el mundo evoluciona hacia sistemas intensivos y concentrados que generan una mayor cantidad de residuos recuperables.
“Si bien el proceso de intensificación es acompañado por mejoras en el sistema de producción como un mayor uso de tecnologías de insumos y procesos, bienestar animal, genética y nutrición, en muchos casos, no hay una planificación sobre la disposición final de los residuos generados”, puntualizó Sosa quien subrayó que “de no gestionarse adecuadamente pueden generar un grave impacto ambiental”.
Para una correcta utilización de los residuos orgánicos como abono agrícola, Sosa recomendó considerar la composición de los mismos, la oferta de nutrientes del suelo y las necesidades de los cultivos a los que aplicaremos estos fertilizantes. Y destacó “su importante valor agrícola, a la hora de restituir los niveles de materia orgánica y nutrientes del suelo”.
“Es fundamental conocer el tipo de abono que gestionamos, su composición físico química y características, así como su correcta utilización y manejo, que implica la aplicación al suelo en dosis agronómicas según tipo de cultivo, época de aplicación y suelo receptor”, señaló.
Además, agregó: “Es importante e indispensable conocer la calidad del subproducto utilizado, para prevenir potenciales daños al suelo, además de monitorear periódicamente el sodio intercambiable (PSI) y las propiedades físicas del suelo”.
De acuerdo con Sosa es importante realizar un control preciso de la cantidad de efluentes a aplicar y una correcta utilización de los métodos mecánicos al alcance para realizar esta distribución. “Esto resulta imprescindible para garantizar un manejo sostenible, rentable y agronómicamente correcto de los efluentes”, subrayó.
Es que, para Sosa, “una aplicación controlada reducirá las desagradables emisiones de olores, disminuirá la emisión de amoníaco y de gases con efecto invernadero, mejorará la calidad del aire y, por lo tanto, también la aceptación social de este tipo de prácticas”.