Con todas las relatividades propias de mediciones que están tres meses antes de las primeras elecciones (las primarias de agosto), los resultados consignan que el Presidente recuperó algo de la imagen positiva que había perdido en abril, pero también que la imagen de Cristina creció. El resto de los candidatos, en posiciones muy por debajo de ellos, conservan números módicos o tienden a descender aún más.
El antimacrismo vota a Cristina; el anticristinismo vota a Macri. Los matices parecen no existir para más de dos tercios de la sociedad.
¿Es el mundo ideal que vislumbró Macri para las elecciones que renovarán -o no- su mandato? Claro que sí, aunque nunca imaginó las consecuencias, sobre todo económicas, de una Cristina tan cerca del regreso al poder.
Según esas encuestas, los problemas de la sociedad son económicos. Ingresos que no alcanzan. Tarifas con precios insostenibles para vastos sectores sociales. Temor a perder el trabajo, si es que ya no lo perdieron. Una insoportable presión impositiva para todos los que trabajan en blanco. Es comprensible que para una amplia franja de argentinos los escándalos de la corrupción pasada sean importantes, pero no decisivos a la hora de votar. O de manifestar sus simpatías, que en algunos casos son reales y en otros son producto del fastidio. La crisis económica de hoy es la tormenta de vientos sembrados por el kirchnerismo. Macri pudo haber pecado de optimismo cuando se hizo cargo del poder (y pecó, sin duda), pero no fue su administración la que despilfarró el período de mayor bonanza económica de la Argentina desde la Segunda Guerra. Las sociedades no se detienen en las escalas de la historia. Es cierto, por lo tanto, que con Macri y Cristina se enfrentan no solo dos personas muy diferentes y dos líderes antitéticos, sino también dos modelos de economía, de política y de sociedad absolutamente distintos. Macri habla de una economía abierta al mundo, de la infraestructura y de las nuevas tecnologías. Cristina se regodea con Gelbard; es decir, con el peronismo de los años 70, cuando el Estado decidía sobre los precios de las cosas y protegía una industria nacional que no competía, ni quería competir, con nadie. La polarización no es solo pasional; tiene raíces más profundas que las meras emociones.
Existen esas diferencias racionales y legítimas. Otra cosa es que crean que existe la Cristina buena. La expresidenta lanzó su campaña electoral en la Feria del Libro. Esa Feria, que supo ser una de las más importantes de América Latina, se inclinó definitivamente hacia el cristinismo. La Feria más prestigiosa del continente es, sin duda, la de Guadalajara, en México, y lo será más aún a partir de ahora. Cristina es candidata; nadie hace semejante acto para volver a su casa. Desde los tiempos de Santa Cruz, los Kirchner tienen una cara amable en tiempos electorales y otra fría y dura cuando han conseguido el poder. Cristina está en modo electoral, aunque su propio libro desmienta los buenos modales que mostró en el recinto ferial. El verdadero kirchnerismo es el que exhibió su odio y su violencia en las adyacencias mismas de Cristina y el que vapuleó y maltrató a la periodista Maru Duffard. Cristina no repudió nunca esa agresión a una periodista que, además, es mujer. Justo ella, tan preocupada por las cuestiones de género y tan pendiente del injusto trato a las mujeres (sobre todo a ella, según escribió), no reparó en que una mujer había sido públicamente agredida por fanáticos de su liderazgo. Los violentos han sido implícitamente respaldados por su jefa.
El kirchnerismo se expone rencoroso, violento, cargado de odio, cada vez que
se muestra. ¿Le conviene a Macri? Sí, pero a cambio de que la economía se le
complique cada vez que Cristina aparece con unos puntos más de imagen positiva
(o de intención de voto) que él. Cristina no solo es lo que parece dentro del
país; en el exterior es directamente sinónimo de default. El peor riesgo que
corre Macri es que la expresidenta le gane por unos puntos, muchos o pocos, en
las primarias de agosto. Existe la teoría de que numerosos votantes de Macri,
enojados ahora con él, podrían volver en la primera vuelta electoral, en
octubre, ante el susto de un regreso de Cristina tras los comicios de agosto. Es
probable. Ya sucedió en 2015, luego de que Daniel Scioli le sacara varios puntos
de ventaja a Macri en las primarias. Macri dio vuelta luego los resultados. Pero
en el mientras tanto, entre agosto y octubre, la economía podría sufrir serias
convulsiones por los resultados de esas primarias que no significarán
institucionalmente nada. Serán un ensayo general, la mejor encuesta que se pueda
hacer del estado de la sociedad. Lo cierto es que Macri la necesita a Cristina
para competir en las presidenciales. Sin embargo, debe entregar la estabilidad
de la economía a cambio de ese combate. No es lo que preveía, pero es lo que
sucedió. La política nunca es estática ni responde a estrategias perfectamente
planificadas.
No es solo Cristina. Hay otro caso que no es idéntico ni similar; solo parecido. El mejor amigo de Macri en el mundo es Donald Trump. El presidente norteamericano es quien le asegura el apoyo constante del Fondo Monetario. No lo arropan ni los técnicos del Fondo ni la exquisita diplomacia de Christine Lagarde. Es Trump el que le ordena al representante norteamericano e influyente subdirector general del Fondo, David Lipton, un halcón de la economía, que cometa todas las heterodoxias posibles para beneficiar a su amigo Macri. Macri se beneficia -cómo no-, pero, al mismo tiempo, el mandatario norteamericano provoca cada tanto una inestabilidad en la economía internacional que perjudica siempre a la Argentina que gobierna Macri. Ya sucedió el año pasado, cuando el presidente norteamericano anunció políticas que se llevaron a su país todos los dólares disponibles en los mercados emergentes. La Argentina se quedó sin financiamiento y debió caer en brazos del FMI.
Un tuit reciente de Trump amenazó con descerrajar la guerra comercial definitiva con China. Anticipó que los Estados Unidos no soportarán nunca más un déficit de 500.000 millones de dólares en la balanza comercial con la potencia asiática. Adelantó también que subiría del 15 al 25% los aranceles para las importaciones chinas. La economía mundial enloqueció, las monedas de los países emergentes se depreciaron todas (extrañamente, el peso argentino no se devaluó tanto) y el dólar se fortaleció. Nadie sabe si Trump está llevando la pelea al filo del abismo para apartarse luego del precipicio, que es su eterno arte de negociador, o si está dispuesto a caer en la sima junto con los chinos (y con la economía mundial).
El primer resultado malo para Macri fue una baja significativa en el precio de la soja. Los Estados Unidos son proveedores importantes de China de ese producto y sus derivados. Los mercados internacionales están seguros de que China le cerrará las puertas a la importación de la soja norteamericana y sus derivados, y que los norteamericanos volcarán en el mercado internacional su enorme producción. Existe además una epidemia que fulminó en China al 15% del stock de cerdos, que comen gran parte de la soja importada. Los precios bajarán por el exceso de oferta y la caída de la demanda. La Argentina produce soja, harina y aceite de soja. Lo mismo que los Estados Unidos. Esas importaciones no significan nada para los norteamericanos, pero son esenciales para los argentinos. Trump pelea por las exportaciones industriales norteamericanas y por los derechos de propiedad intelectual, sobre todo los de las más avanzadas tecnologías. Macri sufre porque se le devalúa la soja.
Frente al riesgo de Cristina, a Macri le queda el recurso de hacer una intensa campaña para que vayan a votarlo los suyos, alegres o enojados, en las primarias de agosto. Con Trump no puede hacer nada, salvo explotar la veta de amigo del presidente norteamericano para resolver problemas argentinos puntuales. Sin ellos, no tendría futuro. Con ellos, el presente transcurre entre la oscuridad y la bruma.