En esta campaña agrícola 2018/19, que está comenzando a cerrarse, hay muy buenas noticias. Por un lado, rendimientos y volúmenes de producción excelentes en todos los cultivos. Y, por otro, la consolidación de un nuevo paradigma en los agroquímicos: los productos con nanotecnología, que ya cumplieron 10 años en el competitivo mercado argentino.

Corría el año 2008 cuando apareció el primer producto con nanotecnología en el país. Se trataba de una cipermetrina, que tenía una composición diferente a la habitual y marcó una verdadera revolución: no tenía olor, era muy eficaz y dejó de ser irritable para el operador. El protagonista de ese cambio, y de profundizarlo en la década que siguió, fue Red Surcos, la principal compañía argentina de agroquímicos. Aquella cipermetrina se llamó MicroActive.

Enrique Fernández, director de la empresa, en la que trabaja hace 22 años, recuerda que en aquellos momentos “veíamos que muchos principios activos eran muy eficaces pero podían mejorarse a través de una nueva y superadora formulación”.

Más en detalle, el experto agrega que “el impacto ambiental que generaban los viejos productos se debía a los solventes derivados del petróleo que tenían, pero nosotros comenzamos a utilizar derivados de aceites vegetales combinándolos en una escala nanométrica, lo que no solo mejoró sustancialmente ese aspecto, sino también enormemente su eficacia”.

En 2010 apareció el segundo producto con nanotecnología en el mercado argentino. Fue otro insecticida, una lambdacialotrina que se llamó Zenith. “Era clave por entonces bajar el impacto ambiental de esos productos y que fueran más amigables con los aplicadores”, rememora Fernández.

Un año después Red Surcos sacó el tercer producto al mercado: Arpón, un dimetoato, que en sus formulaciones tradicionales tenía mucho olor y que en las nuevas con nanotecnología lo redujo drásticamente. Luego siguieron en 2012 Centrón y Lucifer, dos insecticidas IGR también de excelente perfil ambiental y eficacia.

Ese mismo año la nanotecnología en los agroquímicos se consolida como disruptiva, porque logra el doble de eficacia con la mitad de activo. Eso se pudo hacer con un clorpirifós, el producto más importante hasta ese momento entre estos nuevos desarrollos.

“Un clorpirifós normal tiene 48% de activo, mientras que este, de nombre Nanofós, tiene 25%”, precisa Fernández. “Así, aplicando la misma dosis por hectárea se reduce enormemente la cantidad de activo que queda en el suelo y en los frutos”, agrega.


El director de la compañía recuerda que por entonces los agricultores veían un plus en los productos y que el área de Investigación y Desarrollo ya trabajaba, desde hacía un par de años, en ver cómo aplicar esta revolución a los herbicidas, para tener más herramientas para enfrentar el desafío de las malezas resistentes. “Apuntábamos a lograr con los herbicidas lo mismo que logramos con los insecticidas: mejorar su eficacia y bajar al mismo tiempo su impacto ambiental”, recuerda.

Así, en 2013 surge un producto que hoy es uno de los líderes en el mercado argentino: Dédalo Elite, un 2.4D que no se corta en mezclas y que es 400 veces menos volátil que las formulaciones tradicionales. “Su gran bioeficacia reduce los residuos que deja en el suelo y en los cultivos”, precisa Fernández.

Este 2.4D fue una bisagra en la historia de la nanotecnología en la Argentina, porque logró que su adopción fuera masiva, justo cuando había que darle “una vuelta de tuerca” a principios activos que se volvían a utilizar por la expansión del problema de las malezas resistentes al glifosato.

Este crecimiento fue impulsado, además, por las restricciones que establecieron muchas provincias, sobre todo al 2.4D del tipo Ester, que por su alta volatilidad generaba conflictos en las aplicaciones cerca de viviendas o poblados.

“Con el Dédalo Elite comenzó también la expansión de la nanotecnología en los agroquímicos hacia América Latina. Así, entramos en Paraguay (el cuarto productor mundial de soja), en Uruguay y en Bolivia”, relata el director de Red Surcos.

Con este nuevo impulso, siguió el crecimiento. En 2013 se sumó Cowboy, un dicamba, también de ultra baja volatilidad y que tiene hoy una gran participación de mercado. Un año más tarde salió el herbicida Indigo Elite, un imazetapir con más de 30 días de residualidad.

La secuencia continuó en 2016 con los graminicidas. En concreto, Apofis Elite y Orcuss Elite, dos productos que no necesitan el agregado de aceite en la mezcla en el tanque de la pulverizadora.

“De esta manera, seguíamos transitando el camino que nos habíamos trazado hacia nuestro objetivo: tener toda la línea de productos con nanotecnología”, cuenta el ejecutivo. “Los desafíos actuales de la agricultura hacen que haya que mezclar muchos productos en el tanque y nuestra tecnología Elite no solo logra que no se corten, sino que se potencien entre sí”, agrega.

Finalmente, en la última campaña salió al mercado Bingo Elite, un fomesafem que tiene la particularidad de no cortarse cuando se lo mezcla con glifosato. Resulta muy útil para enfrentar a uno de los mayores problemas que padecen hoy los agricultores argentinos, el yuyo colorado, sobre el que logra un excelente control.

“Hoy por hoy, se pueden rotar principios activos, como corresponde para no seguir generando resistentes a herbicidas, sin salirse de la nanotecnología”, se entusiasma Fernández.

Red Surcos fue pionera en incorporar esta herramienta revolucionaria a los agroquímicos en la Argentina. Ya tiene 10 años cambiando el mercado. Pero va por más.