Cuando parecían digerirse los deletéreos efectos del regreso de los derechos de exportación, con el paliativo de que “por lo menos esta vez son para todos los sectores”, un artículo del proyecto de ley de Presupuesto 2019 puso nuevamente en tensión a las cadenas agroindustriales. Es el que faculta al Poder Ejecutivo a elevarlas hasta un 33%, “en caso de necesidad”, sin muchas especificaciones.
Quienes redactaron este artículo parecen ignorar lo elemental. Más allá de dejar expuesta la intención de seguir a los mordiscones (seguramente con el agro en primer lugar, porque, ya sabemos, es el botín más tentador), lo que los autores no perciben es el daño que agregan al funcionamiento del sector.
Se ve que no tienen idea de cómo operan los mercados, ya de por sí bastante volátiles. Pero una cosa es la volatilidad intrínseca del negocio, donde inciden desde los pronósticos meteorológicos en todo el mundo, hasta el humor de Trump y sus belicosos arrebatos. Y otra muy diferente es agregar la incertidumbre del manipuleo de los derechos de exportación.
Ya teníamos bastante con la incertidumbre cambiaria, que se puede arbitrar en los mercados del dólar futuro. El flamante titular del Banco Central fijó una banda de flotación, con epicentro en los 40 pesos y un ajuste del 3% mensual, lo que daba algún horizonte. Pero el agregado de esta suerte de retenciones ad libitum infecta a todo el sistema de coberturas con el virus de la discrecionalidad.
Vale la pena repasar dónde estamos parados. Esta semana hubo dos eventos de extraordinaria importancia: el lanzamiento de la campaña 2018/2019 en la Bolsa de Cereales de Buenos Aires, y el Seminario de Acsoja en la Bolsa de Comercio de Rosario. Los viví muy de adentro, y muy intensamente, porque me tocó moderar dos paneles cruciales, con actores de primera línea en la cadena de la soja, que es la madre de todas las batallas.
La soja, de la noche a la mañana, se había convertido en la abanderada de la Segunda Revolución de las Pampas. El uno a uno de la convertibilidad generó enormes dificultades de adaptación en el segmento de los productores. Pero desató una corriente fenomenal de tecnología y fue un enorme impulso a la inversión. Ahora había un solo dólar para todo lo que se compraba y para todo lo que se vendía. Era algo nuevo, porque antes entre retenciones y cambios múltiples, equipos e insumos se pagaban carísimos en términos del producto obtenido. La producción era defensiva, “extensiva”, se tendía a producir a base de tierra, el insumo que siempre estaba, pero cada vez más deteriorado.
Así, la Argentina pudo captar todos los atributos de la nueva tecnología, desde la genética en semillas hasta la mecanización, pasando por la protección y nutrición de los cultivos. La soja, que se había estancado en las 15 millones de toneladas, cantó las 40 apenas diez años después. Y siguió subiendo, por inercia y por la ayuda de buenos precios internacionales, cuando la crisis del 2002 llevó a aplicarle derechos de exportación. Primero, del 10%. Enseguida, el gobierno de Nestor Kirchner las llevó al 20. Luego, al 27, y al final de su mandato, al 35 para dejarle la mesa servida a su sucesora. El intento de las retenciones móviles fracasó, pero quedaron en el 35%.
La concepción del “yuyo” generó la imagen de que no pasaba nada, que igual la soja seguiría fluyendo. Como además había retenciones del 20% para el maíz y del 23% para el trigo, a los que se sumaban las restricciones a la exportación, la soja fue la única alternativa. Pero todo se estancó. El gobierno K había puesto el pie en la puerta giratoria y terminaría agonizando por falta de divisas.
La administración Macri cambió la tendencia. Liberó el tipo de cambio y eliminó las retenciones a los cereales. Y hubo una explosión. A la soja le prometieron una reducción. No pudieron cumplir. El estancamiento se hizo más evidente. Hace diez años que no podemos despegar de las 50 millones de toneladas. Grave para el principal producto exportable de la Argentina, que llegó a aportar más de 20.000 millones de dólares por año.
Y ahora no solo se insiste con la gabela, sino que se eliminó el diferencial arancelario del 3%, un pequeño premio al agregado de valor, pero suficiente para haber convertido a la Argentina en el primer proveedor mundial, con un extraordinario flujo de inversiones en plantas de crushing y puertos sobre el Paraná.
En el Seminario de Acsoja de la BCR el empresario Roberto Urquía mostró el impacto deletéreo sobre toda la cadena de esta decisión extemporánea. Hoy todos los países del mundo, desde los competidores en el rubro hasta los consumidores, han recibido un inesperado impulso a la idea de llevarse el trabajo a su casa. Destrucción sin nada a cambio, porque ni el gobierno ni los productores van a mejorar sus ingresos por esta medida, que el directivo de AGD llamó a rever de inmediato.
El estancamiento sojero tiene otra vertiente. Se ha erosionado patéticamente el mejoramiento genético. La falta de un sistema de protección de la propiedad intelectual determinó un estado de conflicto permanente entre obtentores y productores.
El tema viene de lejos, pero la administración Macri ya lleva tres años. El MinAgro, en manos de los productores, no ha exhibido avances sustanciales en un tema que está generando un creciente atraso y un enorme lucro cesante. El lucro cesante es la variable más difícil de medir. Pero la de efectos más devastadores.
Estamos estancados, y es la soja.