Ocurrió en 1972, hace 46 años. La Guerra Fría, que había enfrentado peligrosamente a la Unión Soviética con los Estados Unidos, exhibía síntomas de relajamiento. El presidente norteamericano Richard Nixon ya se había acercado al gobierno chino, con su “diplomacia del ping pong”. Tras su visita a China, Nixon se reunió con los líderes comunistas, encabezados por Leonid Brezhnev. Celebraron acuerdos destinados a frenar el armamentismo nuclear. Los tratados Salt 1 y ABM (Anti Misiles Balísticos) aliviaron tensiones, pero al mismo tiempo pusieron de manifiesto el temible grado de desarrollo tecnológico alcanzado por ambas potencias.
Sin embargo, toda la parafernalia tecnológica no pudo detectar un hecho clave: los soviéticos, una vez más, se enfrentaban con su talón de Aquiles. Nuevamente los golpeaba una severa sequía. Las cámaras de los satélites podían encontrar bases de misiles, pero no tenían la capacidad de medir el índice verde, ni existía el software capaz de relacionar la evolución del clima con el estado de los cultivos.
Subrepticiamente, los soviéticos comenzaron a comprar trigo norteamericano. Con mucha cautela, sin levantar la perdiz. El primer síntoma de que algo estaba ocurriendo fue el aumento de los fletes marítimos. Cuando el mercado se dio cuenta, los precios explotaron. Doblaron su valor en pocos días. Pero ya era tarde: los rusos habían comprado 10 millones de toneladas de trigo, que ahora valían el doble.
La operación pasó a la historia como “El gran robo de granos”. A los precios de hoy, 10 millones de toneladas de trigo son 2.300 millones de dólares. Y el robo se remite a la mitad de ese monto, que es lo que aumentaron en esos días.
Bueno, ¿a qué viene todo esto?
Entre 2002 y lo que va de 2018, en la Argentina rige el sistema de las “retenciones”. En este período de 16 años, se produjeron 1200 millones de toneladas de granos y sus derivados. El Estado capturó en promedio el 25% de este volumen. Es decir, 300 millones de toneladas de granos. Es decir, 30 veces más que aquél “gran robo”.
A un precio promedio de 300 dólares, son 90 mil millones de dólares. Tres veces el valor de las coimas que cobraron los Kirchner y sus acólitos.
Imaginemos. Si solo la mitad de ese dinero hubiera quedado adentro del sector, hoy la Argentina sería una potencia exportadora en productos de valor agregado. Desde proteínas animales hasta biocombustibles, pasando por todas las industrias en el up y el down stream. Pero el sector está “galgueando”, atribulado de deudas tras una mala cosecha, y haciendo malabares para encarar la campaña de la recuperación, que ya llega con lo que promete el trigo.
Entre otras virtudes, el campo es resiliente. Pero esta fortaleza esconde una enorme debilidad: su incapacidad para mostrarle al conjunto de la sociedad, y sobre todo a los hacedores de políticas, todo lo que puede dar si se lo permiten.